2006 – 2016 ¿una década perdida para la arquitectura de Ecuador?

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Tres arquitectos reflexionan sobre la oleada de edificios públicos que se construyeron bajo el boom petrolero y el papel de este arte en la oportunidad de transformar las urbes de su país. Un primer balance de esa arquitectura: olvidó generar espacio público.

Las decenas de obras públicas construidas en Ecuador durante los últimos 10 años, enmarcadas en una bonanza de recursos provenientes de los -hasta hace poco-, altos precios del petróleo, permiten al Gobierno sacar pecho pero dejan un sabor amargo para la arquitectura del país en cuanto a su aporte en la creación de edificios y espacios públicos efectivos en las ciudades del país andino.

Ocho hidroeléctricas; cerca de 9.000 kilómetros de carreteras; casi 30 hospitales y más de cien de las denominadas Unidades Educativas del Milenio; son algunas de las obras más destacadas en Ecuador en la última década.

Además de ellas, puentes, aeropuertos, centros de rehabilitación, universidades, colegios y parques, retaron en su papel renovador e integrador a la arquitectura de Ecuador que, según la reflexión de tres de sus integrantes, pudo haber dejado pasar una magnífica oportunidad para transformar sus ciudades.

“Siendo autocríticos, en Ecuador la arquitectura no estuvo preparada,  nosotros los arquitectos no estuvimos preparados”, afirma lapidariamente el arquitecto Hernán Orbea Travez, ex decano y profesor principal de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador y Director de OBRA Studio.

Junto a sus colegas y también académicos de la misma Universidad, Oswaldo Paladines (arquitecto y tallerista) y Manuel Uribe Fierro (experto en equipamiento y espacio público), Orbea Travez visitó el Centro de Estudios Urbanos y Ambientales (Urbam) de la Universidad Eafit de Medellín para mirarse al espejo y enfrentarse duramente ante hechos como la funcionalidad de las numerosas construcciones adelantadas con los millonarios recursos estatales.

“Hubo generación de equipamiento (edificios, obras públicas) pero se hizo poco espacio público. No es lo mismo, no van de la mano. Son equipamiento en todos los ámbitos: la salud, educación, se hizo mucho pero siempre se pensó en el edificio metido en un lote y no como parte de un sistema de espacio público donde se genere ciudad”, reconoció Paladines quien fue extremo en sus conclusiones sobre este periodo.

“Yo voy a ser más extremo, creo que en el caso de Ecuador, la arquitectura no estaba preparada para este tipo de retos y no lo estuvo para esta ocasión”, enfatizó. Más aún, referente a la conceptualización de los múltiples espacios, de las obras, el profesor señaló que la arquitectura ecuatoriana permanece presa, reprimida en la tradición al crear objetos arquitectónicos y no objetos urbanos, de ciudad, “es una visión diferente de equipamiento público”.

La fuerte reflexión no estuvo exenta, como es obvio, de la relación política-arquitectura, vínculo milenario entre las dos artes. Al respecto, el ex decano de Arquitectura, Orbe Travez, señaló que durante este periodo el diseño de los equipamientos prácticamente tomó un “sello partidista”, pese a que reconoció y aplaudió que las múltiples obras de infraestructura que se realizaron en los dos periodos consecutivos del mandatario vigente, actualizaron al país  “lo que posiblemente no se había hecho en cinco o seis décadas”.

El arquitecto Manuel Uribe Fierro, sin restar el valor social de lo hecho,  coincidió con aquella mirada de la obra pública casi producida en serie. Calificó la tipología de los espacios casi como fichas de ‘Lego’ que se sumaron para erigir edificios públicos que no transforman territorios ya que fueron edificados en lotes propiedad del Estado, generando solo en casos excepcionales, las transformaciones integrales que exigen las ciudades y los ciudadanos en la actualidad.

“Es la unicidad de los edificios del Estado en varias circunstancias, no importando el clima,  no importando la gente,  sino que es la tipología de la presencia estatal única frente a algunos proyectos”.

Adicionalmente, los arquitectos y académicos, analizaron el papel de los gobiernos locales, de la normatividad e incluso de la ciudadanía que consideran, no estuvieron a la altura de la oportunidad en recursos que tuvieron en el periodo 2006- 2016.

Piensan que fue tan vertiginoso el periodo, con la disponibilidad de recursos que las ciudades no estaban preparadas para pensarse a través de las políticas públicas, de las herramientas de planificación, de la integración de territorios. Al respecto destacaron el caso de Guayaquil, la que consideran tal vez, la única ciudad que aprovechó el ‘boom’.

Malecón de Guayaquil. Foto: Alejo Miranda – Shutterstock

“Guayaquil tuvo una reacción mucho más planificada pues ya tenía unos modelos. Por ejemplo, el Malecón 2000 es una referencia de cómo reaccionar frente a estos equipamientos”, puntualizó Uribe Fierro.

Otros ejemplos excepcionales fueron proyectos como el de la Terminal Intermodal en Riobamba o un caso más pequeño un lugar para ampliar las opciones turísticas  de la población de Río Verde en Tungurahua.

El profesor Orbea Travez hizo énfasis en un punto que considera clave y que en el futuro puede generar un sentimiento de nostalgia por lo que durante este periodo de bonanza pudo haberse construido.

“Quiero aventurar una conclusión. Hay dos situaciones graves que han ocurrido: una es lo opuesto a lo que digamos, hace efectiva una política pública, el factor de integración. No se integraron ni espacios, ni los actores de los niveles de gobierno, ni tampoco los actores de la comunidad. Esta desintegración hará que por fuerte que haya sido el esfuerzo, casi no se note”, lamentó el ex decano agregando su segunda conclusión, no hubo procesos creativos propios de las firmas o estudios de arquitectura.

“Crearon más por contagio que por estar preparados para los fenómenos como sí lo estaban realidades colombianas como Giancarlo Mazzanti, Alejandro Echeverri, Miguel Mesa o Ana Vélez que conocían cuál era el ímpetu, el empuje que había que darle al proyecto de arquitectura y urbanismo públicos”.

A esos anteriores, Orbea Travez sumó otro factor determinante en la autocrítica que hoy hace la arquitectura ecuatoriana: la falta de gestión. Según el arquitecto, la disponibilidad de recursos y voluntad estatal de renovación del país, los tomó sin una forma clara de gestionar lo construido, de una sostenibilidad y que podría devenir en una crisis, un fracaso rotundo que llene el país de ‘elefantes blancos’.

“La política, la economía, las relaciones sociales, se pusieron de largo por delante de la arquitectura, ojala no estemos hablando de una década perdida”, dijo.