¿Cómo superar de la mejor manera la desigualdad que habita en las ciudades? ¿Cómo lograr que la Nueva Agenda Urbana, acordada para construir ciudades inclusivas, no se convierta en un manual vacuo de buenas intenciones? Sobre estas cuestiones y otras reflexiona el arquitecto argentino Roberto Monteverde, como una provocación para las ciudades latinoamericanas, que son en su mayoría expresión de esa desigualdad.
¿Alguna vez cuando recorre la ciudad se ha detenido a pensar si su vecino del barrio de al lado vive en condiciones diferentes a las suyas? ¿O por qué a él no le llega el servicio de agua potable de la misma forma que a usted? Y más aún: ¿se ha dado cuenta, tal vez, que ambos hacen parte de dos ciudades distintas en un mismo territorio?
Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, no hay duda: usted vive en una ciudad desigual, fragmentada. Sobre este tipo de ciudades, Jordi Borja, urbanista español, señala que “la ciudad fragmentada es socialmente injusta, económicamente despilfarradora, culturalmente diferente, ambientalmente insostenible y políticamente ingobernable.”
Es justamente a partir de reflexiones como esta que el arquitecto Roberto Monteverde, Director de Proyectos en el Instituto de Gestión de Ciudades – IGC en Argentina, sustentó su conferencia “La Ciudad Desigual: la construcción de una Agenda Latinoamericana”, un análisis detallado sobre las ciudades fragmentadas y desiguales, la cara que nos muestran y la que nos ocultan y que reflejan la manera cómo tenemos en Latinoamérica ciudades segregadas a partir de una desigual distribución de la riqueza y de las oportunidades.
La distribución de la riqueza
El tema económico es, sin dudas, un aspecto común a las situaciones de desigualdad que se viven en las ciudades latinoamericanas. “Hay un tema que es de política económica o de política clara, y es de qué manera se reparten las riquezas, porque no todas las ciudades responden a un contexto de pobreza generalizada”, afirma Monteverde.
Este asunto afecta directamente el desarrollo de los territorios, pues evidencia una diferenciación en las inversiones, que aunque no es un tema urbanístico, si es un aspecto que no se puede ignorar, “es como planificar para un sitio en el que existe una variable donde se construyen las cosas que podrían integrar la ciudad, pero con una irrupción de los modelos socio-económicos que destruyen el castillito que decidiste armar”, agrega este arquitecto rosarino.
Identificar una ciudad desigual en tiempos de marcadas diferencias, no resulta una tarea compleja. Podemos observar a nuestro alrededor y analizar que una ciudad desigual es fragmentada y segregada tanto física como socialmente. Además, el acceso a los beneficios de la vida urbana como salud, recreación, educación, trabajo son inequitativos. Sumado a esto, existe una brecha entre la calidad de vivienda de un sector de la ciudad y otro, donde el que no goza de una vivienda digna suele ser el más grande.
Explica Monteverde, que ya desde los años 60 y 70 se hablaba de términos que referían una desigualdad en las ciudades, pero presentado de otra manera: “la ciudad oficial y la no oficial”. Esto, en lenguaje coloquial, significa la ciudad para mostrar, y la ciudad que se ocultaba y se ignoraba en términos de planificación urbana y de responsabilidad de los planificadores.
Este concepto, implicaba que se trabajaba y se planificaba para la “ciudad oficial” mientras que la “ciudad no oficial”, que era la que más crecía, no era un tema de preocupación y no hacía parte de las políticas urbanas, convirtiéndose así en la ciudad marginal ubicada por fuera de la oficialidad.
“Por mucho tiempo este fue un tema de invisibilización como parte de la agenda política, como parte de la agenda pública, y como parte de los temas de planificación y gestión urbana”, argumenta Monteverde, quien es enfático en su postura sobre las ciudades no como hechos materiales sino como hechos sociales.
Para el caso de Latinoamérica, las reflexiones de Monteverde son necesarias en una región considerada la más desigual del planeta. De acuerdo con las mediciones del coeficiente GINI del Banco Mundial, hay países dentro de la región cuyas inequidades son alarmantes: Honduras es el país de la región que maneja los índices más altos de desigualdad con el 53.7% por ciento; el segundo lugar es para Colombia, con el 53.5%; al país cafetero, le siguen Brasil, con el 52.9%; Guatemala, con el 52.4%; Panamá, con el 51.7%, y Chile, que registra el 50.5 por ciento de desigualdad.
Chile, por ejemplo, maneja una de las referencias de desigualdad en la distribución de la riqueza más claras, que explica en gran parte por qué las ciudades se fragmentan y algunas comunidades viven de la manera marginal como lo hacen: allí, el 10% de las personas que más tienen, poseen un ingreso 27 veces superior en relación con el 10% de los más pobres.
La Nueva Agenda Urbana, un reto integrador
La aprobación de la Nueva Agenda Urbana en 2016 en Hábitat III, se convirtió para la mayoría de las ciudades en un conjunto de retos a los cuales les deben apostar de manera ordenada, coherente, con participación activa de la ciudadanía y como elemento integrador que permita planificar las ciudades desde un todo.
“Hay un mérito en la Nueva Agenda Urbana y es que parte de esa visibilización de cuáles son las problemáticas de las ciudades llegan a niveles internacionales para que el tema de la planificación de las ciudades y el tema de la gestión de las ciudades, entre en una agenda de carácter internacional”, destaca el profesor Monteverde.
Sin embargo -advierte el académico-, cuando se revisa cada punto que conforma esta hoja de ruta trazada por los gobiernos de más de 190 países, deja la impresión de que todo como está enmarcado se encuentra bien, pero al momento de analizar su aplicación y entender cómo resolver los asuntos plasmados en la Agenda, existe un aporte muy relativo que en realidad no entrega soluciones concretas.
“Hay dos cuestiones donde, si ustedes lo leen detenidamente, existe que los sectores más progresistas plantean incluir el Derecho a la Ciudad como un elemento centralizador de las políticas urbanas y deciden integrarlo vinculando a los países que trabajan el concepto. Así, integraron también el término que habla de la inclusión en los procesos de participación ‘cuando sea apropiado’, como parte de la construcción de las políticas públicas”, afirma Monteverde al observar dos cuestiones en la construcción de ciudad que, aparentemente, entran en disputa.
Y es que para el Director de Proyectos en el Instituto de Gestión de Ciudades – IGC, la Nueva Agenda Urbana tal y como está planteada sigue siendo un conjunto de buenas voluntades plasmadas por los gobiernos, con serias deficiencias en la definición de conceptos que ayuden a sacar adelante de manera efectiva lo acordado.
La Nueva Agenda Urbana propone construir ciudades sostenibles, participativas, inclusivas, resilientes, compactas y seguras. Si partimos de que Latinoamérica está llena de ciudades desiguales, este cúmulo de características se convierte en nuevos retos para las ciudades que, hasta ahora, no han sabido enfocar sus reales necesidades por hacer un poco de todo de manera desordenada y sin plan.
Ante esto Monteverde se pregunta: “¿cómo hacemos de una ciudad desigual un espacio que cumpla estos requisitos? le aparecen otras obligaciones a las urbes como ser inteligentes, creativas, verdes, innovadoras, saludables, competitivas, entre otras.”
“Habría que intentar hacer algo que no sea de tanta rimbombancia ni ruido, pero que sea más específico, más claro y de más continuidad. Tal vez sin tantas vidrieras como suelen tener, en donde mucho parece más una burbuja que un proceso genuino de darse una política para poder tener ciudades menos desiguales”, reflexiona Roberto Monteverde.
El argentino critica los retos de las ciudades que dejan de verse como prioridades que beneficien al ciudadano y se convierten en proyectos para ganar concursos, integrarse a las propuestas de las entidades internacionales y pretender que se avanza en algunos de los temas planteados, cuando en realidad cada proyecto dura lo que permanezca en lista para mostrar ante otras ciudades.
“¿Por qué no tratamos de ver de qué manera hacemos una agenda más factible, que tenga continuidad?, es decir, sin abandonar todo lo que se trabaja internacionalmente, intentar tener una construcción de acuerdo con lo que son las ciudades latinoamericanas”. Esa es una de las recomendaciones de Monteverde para evitar que pasen otros 20 años de vigencia de la Nueva Agenda Urbana sin que Latinoamérica resuelva su profunda desigualdad, expresada de manera evidente y generalizada en la vida de sus ciudades.