La conexión entre lo urbano y lo rural es imprescindible para comprender el futuro de las ciudades. Y para el caso de Medellín y su conurbación –compuesta por 10 municipios y conocida como el Valle de Aburrá- se evidencia cada día una mayor fragilidad, a la luz del consumo de recursos y la contaminación de algunos de ellos. Una investigación de Corantioquia y la Universidad Nacional llama la atención sobre este asunto.
La Nueva Agenda Urbana tiene como uno de sus mayores propósitos que en la planeación y desarrollo sostenible de las ciudades sea cada vez más contundente y estratégica la conexión entre lo urbano y lo rural.
Es por ello que en su texto final consagró el concepto de “un sistema interrelacionado entre la ciudad y el campo” y menciona la palabra “rural” por lo menos 20 veces.
Esta redefinición también conlleva la eliminación de ese antagonismo histórico y exclusión que se ha pretendido construir alrededor de lo urbano y lo rural. Una construcción irrelevante en la actualidad y más aún cuando las zonas rurales son la fuente de los alimentos, el agua y la energía que se consumen en las zonas urbanas.
Eso es justamente lo que se evidencia para el caso de Medellín, en la tercera actualización del estudio de medición de huella ecológica en el Valle de Aburrá, liderado por Corantioquia –entidad que vela por la protección ambiental en la región-, y que contó con el apoyo de la Universidad Nacional de Colombia.
La investigación evalúa el impacto que generan los pobladores de los 10 municipios que componen la conurbación, sobre el consumo de alimentos, la generación de gases efecto invernadero y la contaminación sobre los recursos hídricos. Y como gran conclusión, se evidencia la dependencia ecológica del Valle de Aburrá de los ecosistemas subregionales que prestan servicios y bienes ambientales.
Datos inquietantes
El informe revela, entre otros aspectos, que en promedio cada habitante del Valle de Aburrá emite 1,11 toneladas de dióxido de carbono (C02) al año, aunque la cantidad de árboles existentes en el territorio específico sólo está en capacidad de absorber el 0,26% de esas partículas contaminantes.
Además, se identificó que el 89% de los alimentos que consumen los habitantes del Valle de Aburrá, son producidos en otras regiones, siendo la subregión Norte la más importante en lo referido a suministro de alimentos procesados, pecuarios y agrícolas con un 98%, 56 y 16 % respectivamente.
Así mismo, se identificó que el 59% de los productos agrícolas provenientes de la Subregión Suroeste, llegan directamente a las mesas de los habitantes del Valle de Aburrá, región que sólo produce un 11% de los alimentos requeridos para su consumo.
En cuanto a la huella hídrica, entendida como el impacto que sobre el agua generan los hábitos de consumo de la población, se identificó que cada persona consume al año el equivalente a la capacidad de media piscina olímpica. Y que cada persona de estrato socioeconómico 6, consume 127 litros de agua al año, 58% más que la media. Esto es el doble de lo que consume una persona de estrato 1.
El agua que llega a los hogares del Valle de Aburrá, proviene en un 88,22% de cuencas externas, especialmente del Embalse Riogrande II, ubicado en el Norte, en jurisdicción de Corantioquia y el de La Fe, en el Oriente antioqueño.
En contraste, solo el 21% del agua residual de los hogares es tratada por la Planta de Aguas Residuales San Fernando. Además, el total de las aguas contaminadas van a parar al Río Aburrá, y por consiguiente, cuando este se convierte en el Río Porce en jurisdicción de la entidad ambiental, también llegan allí los desechos hídricos de la ciudad-región.
Valle de Aburrá debe reconocer su deuda
Los resultados del estudio serán el insumo para promover estrategias para la conservación, recuperación y protección de los ecosistemas de alto valor estratégico de la jurisdicción de Corantioquia que proveen bienes y servicios ambientales a los habitantes del Valle de Aburrá y generar conciencia sobre hábitos sostenibles.
Además el estudio sirve como una herramienta para gestionar y planificar el ordenamiento ambiental de la región, una necesidad cada vez mayor y que incluso los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible ODS incluyen como una solicitud a las instituciones: “apoyar los vínculos económicos, sociales y ambientales positivos entre las zonas urbanas, periurbanas y rurales mediante el fortalecimiento de la planificación del desarrollo nacional y regional”.
Para Corantioquia “es hora de que las empresas, las instituciones y los habitantes de la ciudad-región, reconozcan la deuda que tienen con los otros territorios del departamento, y además, se compense el impacto que sobre el patrimonio ambiental tienen los hábitos de consumo de los habitantes del Valle de Aburrá en los demás territorios.”
El aporte ciudadano
Para la entidad ambiental las recomendaciones derivadas de los resultados de este estudio son muy claras: Caminar, compartir los viajes en automóvil, usar la bicicleta y el transporte público son urgentes para reducir la emisión de dióxido de carbono. Corantioquia calcula que si 500 personas se pasaran del transporte privado individual, al transporte público colectivo, producirían al año el efecto equivalente a sembrar una hectárea de bosque.
En el apartado de consumo, la recomendación es comprar productos a granel, en cosecha, de productores locales y reducir el consumo de carne, para así poder disminuir la demanda de productos importados.
Y para proteger el recurso hídrico, cerrar la llave, recolectar agua lluvia, evitar el uso de mangueras y realizar baños cortos, siempre será efectivo para disminuir la demanda de agua.