CIUDAD DE MÉXICO – En los últimos quince años, la cantidad de estudiantes en todo el mundo aumentó unos 243 millones, lo que muestra el compromiso de los gobiernos con la extensión del acceso a la educación. Pero algunos países progresaron mucho más que otros, no sólo por el aumento del porcentaje de jóvenes escolarizados, sino también por la calidad de la educación ofrecida. Cerrar esta brecha educativa debe ser prioridad máxima.
La Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales, de la que tengo el gusto de ser miembro, trabaja para lograr precisamente eso. La Comisión opera bajo la dirección del ex primer ministro británico Gordon Brown (actual enviado especial de las Naciones Unidas para la educación mundial), con la firme creencia de que la educación es un derecho humano fundamental y el camino hacia una mejora sustancial de los niveles de vida.
La Comisión está integrada en forma conjunta por la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, el presidente de Indonesia, Joko Widodo, el presidente de Malaui, Peter Mutharika, y la directora general de la UNESCO, Irina Bokova. Y se nutre de la experiencia de diversos tipos de líderes (incluidos ex jefes de Estado, legisladores, emprendedores y empresarios exitosos, artistas y académicos) de todo el mundo.
También hay un panel juvenil que permite conocer los puntos de vista de jóvenes destacados, presidido por el keniata Kennedy Odede (creador de un modelo educativo para combatir la extrema pobreza y la desigualdad de género por medio de la educación) y la guyanesa Rosemarie Ramitt (activista por los derechos de los jóvenes con discapacidades). El panel también incluye a la paquistaní Malala Yousafzai, la Premio Nobel de la Paz más joven de la historia, que desafió valientemente a los talibanes para promover el acceso de las niñas a la educación.
Este impresionante grupo de líderes y pensadores ha trabajado incansablemente para evaluar el estado de la educación en todo el mundo, con la mirada puesta en identificar los desafíos particulares a los que se enfrentan diferentes países. El informe resultante, titulado “La generación del aprendizaje: invertir en educación en un mundo en proceso de cambio”, brinda una serie de recomendaciones para que los países de ingresos bajos y medios puedan mejorar la calidad de la educación y las tasas de escolarización en el plazo de una generación. Esta semana, el informe fue presentado al secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, quien ya acordó poner en práctica sus recomendaciones.
Estas apuntan a diversos objetivos fundamentales, entre ellos la innovación, la inclusión (con especial énfasis en los ciudadanos de menos recursos) y un plan integral y a largo plazo de inversión en educación.
Alcanzar estos objetivos, por supuesto, costará dinero. Por eso la Comisión pide la firma de un pacto financiero entre los países en desarrollo y la comunidad internacional, para que las naciones más ricas ofrezcan más financiación y asesoramiento a los países en desarrollo que se comprometan con la reforma y la inversión educativas.
Es indudable que los países en desarrollo todavía pueden invertir más en educación. Hoy son frecuentes en estos países los subsidios a los combustibles, que consumen entre el 25 y el 30% de los ingresos fiscales (lo que supera con creces la inversión en educación en la mayoría de los casos). Estos subsidios no sólo contrarrestan los esfuerzos por reducir el daño ambiental de las emisiones contaminantes, sino que también tienden a beneficiar a los ricos bastante más que a los pobres.
Eliminar los subsidios a la energía liberaría fondos públicos para la investigación científica y la educación, generaría beneficios ambientales y mejoraría el bienestar y las perspectivas de los pobres. Aunque puede ser una propuesta políticamente difícil, Ghana e Indonesia mostraron que es posible obtener respaldo popular para esta clase de iniciativas mediante la reasignación de fondos a los sectores sociales. Por mi parte, tengo intención de promover la reducción de los subsidios energéticos en mi propio país, México.
Como ya he sostenido antes, si los subsidios a la energía se reasignaran a la educación, los beneficios ambientales se multiplicarían. Al fin y al cabo, cuanto mejor comprenda la gente los aspectos científicos del cambio climático y sus efectos, más podrá hacer para ayudar a mitigarlo. Contar con conocimiento correcto dará a la gente mejor capacidad para resistir el cambio climático y así proteger sus modos de vida. Además, con ese conocimiento la gente podrá ayudar a promover importantes innovaciones, como la energía solar y limpia, y desarrollar soluciones adaptadas a las condiciones climáticas que aporten beneficios sociales y económicos a sus comunidades.
Descuidar la educación, cimiento del desarrollo social y económico, es inaceptable. Combinando los recursos y las capacidades de los gobiernos de nivel nacional y subnacional, el sector privado y la sociedad civil, podemos crear una generación del aprendizaje: jóvenes provistos del conocimiento y las habilidades que necesitan para llevar vidas llenas de finalidad y sentido. Sólo entonces podremos hacer realidad la esperanza de un mundo más justo y sostenible.
Traducción: Esteban Flamini
Felipe Calderón, expresidente de México, preside la Comisión Global sobre la Economía y el Clima.
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