Para el arquitecto bogotano Simón Hosie la arquitectura vas más allá de la expresión estética: es la gente, su dolor, su alegría, sus costumbres, su forma de vida.
La Casa del Pueblo en Guanacas (Inzá – Cauca), en el sur de Colombia, es en palabras escuetas una biblioteca, un centro cultural. Sin embargo, para el arquitecto bogotano Simón Hosie Samper, denominarla con aquel nombre, es una diferencia fundamental para la relación que la comunidad, campesina e indígena, tendrá con este espacio que le mereció en 2004 el Premio Nacional de Arquitectura.
“Es una comunidad que en su mayoría alcanzó el tercer grado o cuarto grado de primaria y si les nombras el espacio como una casa de la cultura o biblioteca, eso los alejará del lugar debido a su supuesta ignorancia, a que no saben leer. Si es la Casa del Pueblo, es la casa de todos sin importar nada más”.
Eso expresó Hosie Samper en el auditorio Samuel Melguizo de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia (Sede Medellín), a la que fue invitado como parte del Seminario de Cartografías y de Investigación de la Maestría del Hábitat que imparte la Escuela del Hábitat de esta universidad.
Su conferencia, titulada ‘Planos vivos: la experiencia de intervención en el hábitat’, abordó varias de las experiencias de Hosie a partir de las cuales desarrolló y aplicó la metodología o el sistema ‘Planos Vivos’ con el que ha transformado distintos espacios de poblaciones afectadas por el conflicto armado colombiano o en retadoras situaciones sociales sobre el fundamento de la participación activa de la comunidad en cualquier propuesta de renovación.
Guanacas (Cauca) y El Salado (Bolívar); fueron dos de las vivencias y proyectos que ratifican en la obra de Hosie que la arquitectura para él, y más aún en el contexto colombiano, debe replantearse.
“Estamos en el momento de romper muchos paradigmas de la arquitectura y el urbanismo…la manera en que trabajamos, cómo cobramos, cómo valoramos nuestro trabajo; las razones por las que creemos que un proyecto es exitoso, correcto, válido, bien construido y este caso (el de El Salado), es uno de los proyectos más valiosos de mi vida y prácticamente no tiene nada material”, reflexionó el arquitecto que egresó en 1999 de la Universidad Javeriana en Bogotá y quien reconoció que sus preguntas profundas incomodaron a sus profesores en su etapa formativa.
Sobre El Salado, la pequeña población rural donde en febrero del año 2000 grupos paramilitares cometieron una masacre asesinando a cerca de 70 personas (aún se discute el número de víctimas), Hosie relató que fue un proceso doloroso donde los sobrevivientes, luego de más de una década de exilio, retornaron y él arribó también para intervenir el espacio central de la población con sus propuestas.
Hosie reconoce que en un primer momento se equivocó al plantear la demolición de la placa deportiva de la población, su centro de encuentro, además de ser el escenario de la masacre; y a lo que se negaba parte de la comunidad.
Finalmente, como decisión de la comunidad, se aceptó el retiro de los elementos como los arcos de fútbol y las cestas de baloncesto; y la base de cemento quedó como recuerdo de lo sucedido bajo el nombre de ’Campo de la Memoria’ y que junto a otros edificios para la comunidad, constituyeron la segunda obra del bogotano bajo los criterios de ‘Planos Vivos’.
“En la intervención del Campo no se hizo nada; pero el proceso duró un año de trabajo, de investigación, de discusión con la comunidad”, recalcó.
Reiteró que la arquitectura debe ser, más que una propuesta subjetiva de base estética, un proceso intersubjetivo en el que se integren los integrantes de la comunidad y los planos como el clima, la geografía, la cultura.
Ciudades y sus planos vivos
Si bien la obra de Hosie Samper bajo los criterios de ‘Planos Vivos’ se ha centrado en zonas rurales, sus conceptos también abordan los espacios urbanos.
El arquitecto explicó que es necesario pensar los territorios más desde la lógica de las comunidades y no desde las divisiones políticas que, por ejemplo en Colombia, delimitan por regiones y departamentos los territorios, pero que ello no puede ni debe ser sustento para la propuesta arquitectónica.
“En lo urbano está la diferencia entre lo que llamaríamos la ciudad formal y la informal. En Bogotá se habla de un 50 y 50, aunque yo creería que es un 60 % informal. Estamos hablando de ciudades donde la mitad no está desarrollada por arquitectos urbanistas y siempre genera la inquietud de cómo podrán los arquitectos llegar a influir frente a algo de lo cual siempre nos lavamos las manos”, afirmó.
Precisó este concepto señalando que siempre se argumentó que como arquitectos no se podía hacer mucho pues el desorden realmente no era su culpa y es consecuencia de la inestabilidad política, social, la corrupción y la falta de planeación.
“Hay que contar con tres escenarios o panoramas de intervención: es distinto actuar en un hábitat en particular donde la comunidad comprende ese lugar desde una visión autónoma y autóctona. Es distinto intervenir el país y las regiones desde la cultura, la geografía y el clima y por último, meterse en las ciudades entendiendo esa dicotomía formal e informal y asumiendo esa responsabilidad con metodologías distintas, no solamente pensando en intervenir con buldócer. La ciudad merece un esfuerzo adicional”, concluyó.