Aka es un ejemplo de ciudadanía sostenible, de entrega, de solidaridad, que con su proyecto de AgroArte ha trabajado en la Comuna 13 y en Medellín por el fortalecimiento del tejido social y por vencer la indiferencia.
Hoy volvimos a colegios de Medellín, a los que no íbamos desde el 2015, y nos preguntan por el Aka, nos habla una maestra sobre un adolescente que en esa época se quería suicidar y nuestro amigo lo vio a los ojos. “Por ahí anda” -dice-.
Lo conocimos cargado de plantas, haciendo chistes flojos, lo aprendimos citado y citando señoras que no entendíamos qué hacían con un rapero. Este 2018 nos dijo: “yo me formé con mujeres, con las doñas.”
Nos cogimos cariño sembrando, nosotros entendiendo lo que él no podía dejar de hacer y él comprobando que nosotros lo podíamos intentar por dos o tres meses. Lo que saca de la tierra y vuelve aromática -que nos convence que es buena, aunque sepa a cebolla o a apio-, lo que nos pone a llevar a la tierra y nos permite sacar cuando nos enraíza, cuando la sensación es la de un árbol mayor que nos cobija, nos permite pensar que vale la pena, nos quita el cansancio.
Si algo es el Aka, es un incansable. Pero creímos que los hombres incansables eran hombres preocupados, muchas veces con el ceño fruncido, como papás. Pero lo inagotable del Aka siempre está envuelto en una sonrisa y lleva risas. Lo inagotable del Aka es un niño, no un señor acontecido.
Lo atestiguamos con el mínimo de posesiones, nos desconcertó la rabia en su rap dentro de una vida cuidando -dulcificando-; comprendimos su escuela de amor cuando descubrimos a su mamá trayéndole los almuerzos el domingo y lo vimos sentarse por primera vez para terminar su tesis de educador, de artista, de licenciado en artes.
Esta es una sociedad que idolatra para resquebrajar, que enaltece para dejar caer y que nombra héroes a los que no lo pidieron -sólo para imponerles unas obligaciones que no les corresponden, para escondernos detrás de ellos-. Pero el cariño a veces es tan íntimo que ni siquiera se hace palabra y pierde forma.
Hay personas que merecen ser reconocidas para que se cuiden más y ese reconocimiento público puede calar con carne, huesos, sudores y ropas para cuidar a personas que no se pueden convertir en muñecos o imágenes de vídeos.
Podemos hoy reconocer cuando hay alguien frente a nosotros más constante, más trabajador, más solidario, más piadoso con el desconocido, más empático con cualquiera. Y hoy sólo podemos agradecer ser inspirados por una mirada que tuvimos tiempo para descubrir, que es única, por las lecciones de nobleza -cuando no había comprendido que sólo hay tiempo para dar lecciones de amor-. Cuando se trata de trayectorias y cotidianidades sin costuras, no es fácil encontrar el momento exacto para dar gracias, pero aquí estamos milagrado por una complicidad que no tiene costuras entre lo que se hizo, lo que se está haciendo y lo que se sueña.
Hemos tenido la terquedad de abrir una casa sin hacernos demasiadas preguntas, de mantener las puertas de Morada abiertas y darle su identidad. Hemos sufrido lo que sufren todos con el homicidio y hemos aprendido a volverlo arte, debate y abrazo en NoCopio, y hacer surgir -de ahí también- una pedagogía para adolescentes rotos por el asesinato de un ser querido y paralizados por la violencia presenciada.
Hicimos radio, hicimos amigos y amigas, encontramos un hilo para la red en los adolescentes, nos juntamos, discutimos, nos mantuvimos juntos y entendimos estar juntos como objetivo.
Viajamos, callejeamos y -sobre todo- nos quedamos.