Hace poco participé en la reunión del Grupo de los Siete (G-7) celebrada en Metz, en el norte de Francia, y tuve la oportunidad de conversar sobre diversidad biológica con los ministros de Medio Ambiente de los países que lo integran (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), y las delegaciones de países como Egipto, Fiji, India, Indonesia, Níger y Noruega. Gracias al liderazgo de Francia, las reuniones del G-7 culminaron con la emisión de la Carta sobre Biodiversidad de Metz, (PDF, en inglés) que coloca a la biodiversidad en la agenda mundial.
Esta carta adquirió incluso más urgencia con la publicación de un informe emblemático en el que se hacen drásticas advertencias acerca del estado de nuestros ecosistemas y de la biodiversidad, pilares fundamentales del medio ambiente en el que todos prosperamos. El informe de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) advirtió que 1 millón de especies animales y vegetales se encuentran en peligro de extinción dentro de una década. A esta mala noticia se suma el hecho de que los ecosistemas naturales han disminuido un 47 %, en promedio, desde las estimaciones anteriores y la acción del hombre ha alterado considerablemente tres cuartas partes del medio ambiente terrestre y alrededor del 66 % del entorno marino.
Estamos acostumbrados a leer informes sombríos, pero este se destaca porque muestra la manera en que la salud humana, la riqueza natural y los medios de subsistencia están muy estrechamente ligados. La capacidad de la naturaleza para proveer agua limpia y ofrecer seguridad alimentaria corre peligro, lo cual constituye una amenaza para la existencia misma de la vida humana. El cambio del uso de la tierra emerge como el principal factor responsable de esta carrera desenfrenada. Estamos reemplazando los bosques por la agricultura; drenando humedales para construir infraestructura; cortando praderas para destinarlas a cultivos más intensivos, y sobreexplotando los recursos pesqueros de nuestros mares. Desde 1980, más de la mitad del incremento de la agricultura se ha logrado a expensas de bosques intactos, y apenas el 3 % del océano no está afectado por las presiones humanas, según el informe de IPBES.
Ya no se trata de países ricos y países pobres. Todos los habitantes de este planeta sufrirán, pero más lo harán los pobres, y ello revertirá los avances en la reducción de la pobreza realizados en las últimas décadas. En el informe se hace, con acierto, un llamado a un «cambio transformador». ¿Qué podemos hacer al respecto? Los cinco pasos siguientes son un buen comienzo:
- Mirar más allá del producto interno bruto (PIB) y tener en cuenta la contribución total de la naturaleza a la economía
El PIB no recoge el impacto del desarrollo en los bienes naturales que son fundamentales para el bienestar humano. En teoría, la tala de un bosque podría elevar el PIB, pero no se contabilizan las pérdidas permanentes de los servicios que prestan los ecosistemas. Hasta ahora, son muy pocos los países totalmente capaces de tratar su capital natural como un activo, tal como los bienes edificados (por ejemplo, la infraestructura) y el capital financiero, pero más países están adoptando este enfoque. El Banco Mundial brinda apoyo a los países para captar en su totalidad la contribución del capital natural a través del Programa Mundial sobre Sostenibilidad (que reemplazó al programa Contabilidad de la Riqueza y la Valoración de los Servicios de los Ecosistemas [WAVES]). Además, está preparando una nueva versión del informe The Changing Wealth of Nations (La riqueza cambiante de las naciones), en la que se pondrá más énfasis en la calidad del capital natural y los servicios de los ecosistemas, así como en la aplicación de las políticas y sus repercusiones para propiciar un futuro más sostenible.
- Analizar soluciones de compromiso para la gestión de múltiples presiones sobre los recursos
Los responsables de la formulación de políticas deben tomar decisiones difíciles (como convertir o no una porción de bosque para destinarla a la agricultura a fin de satisfacer necesidades cada vez mayores, o a la producción de energía, o a infraestructura) y, al mismo tiempo, pensar en la protección costera, la calidad del aire, la retención de agua y la biodiversidad para los agentes polinizadores. Necesitamos un planteamiento sistémico, conforme al cual consideremos los paisajes como un sistema y adoptemos estrategias de gestión integrada. Por ejemplo, la construcción de un camino nuevo podría tener un costo devastador para los bosques y la biodiversidad. Se podrían aplicar técnicas de evaluación mejoradas que tengan en cuenta las sinergias y las ventajas o desventajas relativas tanto económicas como biofísicas para orientar estas inversiones y tomar decisiones informadas sobre el diseño de infraestructura y los cambios del uso de la tierra asociados.
- Políticas públicas «verdes»
La gestión deficiente de los recursos naturales puede controlarse con instrumentos fiscales o de mercado, como la compraventa de permisos de emisión de carbono o de contaminación, o la reasignación de subsidios perjudiciales para destinarlos a la adopción de buenas prácticas ambientales (un ejemplo de esto son los sistemas de pago por los servicios ecosistémicos). Hace falta una mayor reflexión sobre estos instrumentos de mercado. Aspectos de gobernanza como los derechos de propiedad bien establecidos de la tierra y los bosques (uso, transferencia, acceso y exclusión), y los servicios ecosistémicos que estos prestan a nivel mundial (por ejemplo, secuestro de carbono) o local (por ejemplo, polinización), son la base de nuestras economías. Si no se aclaran los derechos, o en ausencia de estos, para contaminar y destruir bosques y servicios ecosistémicos, los resultados insostenibles que observamos en la actualidad continuarán sin control. Otra medida sería proveer mejores análisis e información a los mercados financieros para que puedan incorporar los riesgos e impactos ambientales en las inversiones y las calificaciones de riesgos, y exigir tanto a los inversionistas como a los productores privados estándares más estrictos de divulgación de información ambiental (con inclusión de datos relativos al cambio climático).
- Encontrar maneras innovadoras de financiar la biodiversidad
El pago por los servicios de la biodiversidad tiene sentido desde el punto de vista económico. En el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020 del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), se calcula que el costo de implementación de las 20 Metas de Aichi es de entre USD 150 000 y USD 440 00 millones anuales. Esta estimación es muy limitada frente a los beneficios económicos del capital natural. Por ejemplo, tan solo los servicios de polinización están avaluados en USD 235 000 millones a USD 557 000 millones (en USD de 2015), y se les atribuye el 35 % del volumen de producción mundial de cultivos. La pregunta es ¿quién asumiría los costos? Dado que, en definitiva, gran parte de la pérdida observada de diversidad biológica se debe a la forma en que producimos, consumimos, comerciamos y eliminamos los productos, la mayor parte de las medidas consistirá en modificar el comportamiento de los consumidores, productores e inversionistas. La adopción de políticas públicas verdes ayudará a crear condiciones de mercado propicias para el autofinanciamiento de la diversidad biológica sostenible. Las limitaciones del flujo de efectivo, es decir, encontrar el dinero ahora para beneficiarnos en el futuro, pueden superarse mediante modalidades de financiamiento innovadoras. Hace 10 años, el primer bono verde del Banco Mundial creó el modelo de lo que hoy es un mercado de más de USD 500 000 millones. Se pueden desarrollar y se están creando mecanismos de financiamiento innovadores similares —en los sectores de seguros, financiamiento de impacto y titulización— para financiar «el vacío intermedio».
- Como ciudadanos, reutilicemos, reciclemos y replantémonos la manera en que utilizamos nuestros recursos finitos
La contaminación con plástico se ha multiplicado por 10 desde 1980. Anualmente vertemos entre 300 millones y 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes, lodos tóxicos y otros desechos en los cuerpos de agua del mundo. Debemos adoptar una estrategia de economía circular, en que los desechos se convierten en valor y los recursos se utilicen de manera sostenible. Esto significa reutilizar y reciclar todo lo que obtenemos de nuestros recursos finitos.
Estamos trabajando en estrecha colaboración con nuestros asociados para preparar el marco mundial de la diversidad biológica posterior a 2020, bajo los auspicios del CDB. El nuevo marco será aprobado en la 15ª reunión de la Conferencia de las Partes en el CDB que se realizará en China el próximo año. Esta es nuestra oportunidad para convertir algunos de estos pasos en compromisos y acciones concretas, y para establecer un «nuevo pacto para la naturaleza». La reunión de ministros de Medio Ambiente de los países miembros del G-7 y la carta que aprobaron son una señal alentadora de que la diversidad biológica está captando la atención que se merece. Desde 1980, más de la mitad del incremento de la agricultura se ha logrado a expensas de bosques intactos, y apenas el 3 % del océano no está afectado por las presiones humanas, según el informe de IPBES.