LA Network dialogó con el urbanista, docente y escritor colombiano Memo Ánjel, para conocer sus reflexiones en tiempos de ciudades maquetas, vacías.
Los sobrevuelos con drones en las distintas ciudades de Latinoamérica y del mundo, han mostrado otra imagen de ese cúmulo de edificios, calles, parques, en que se han convertido en este tiempo complejo y desafiante los centros urbanos.
LA Network dialogó con el escritor, docente de urbanismo, doctor en Filosofía y periodista colombiano, José Guillermo Ánjel o mejor, ‘Memo’ Ánjel, para conocer sus pensamientos y reflexiones respecto al momento actual que vive la sociedad urbana y su relación con lo rural, entre otros temas en los que hace un énfasis: “Tenemos que volver a lo simple”.
Humanos y ciudades tienen mucho por aprender.
¿Qué recuerdos de ciudades vacías se le vienen a la mente por estos días?
Siempre se ha hablado de pueblos fantasmas, de ciudades fantasmas, sobre todo en la literatura se recurre mucho a los pueblos de mineros que cuando se acaba la mina el pueblo queda solo. Esto sucede mucho en las películas del género western, en las novelas y también por donde pasó la guerra o por donde pasó la peste. Nos quedan muchas ciudades abandonadas, incluso los arqueólogos después las encuentran como pasó con Petra, con Troya. Que de repente pasa algo ahí, como pasó con la cultura maya, estas ciudades quedaron vacías, algo pasó y se fueron, porque si se hubieran muerto allí pues hubiésemos encontrado sus restos y sus elementos. Pero simplemente están las ciudades. De eso se ha hablado mucho en la historia.
Hoy las ciudades están vacías con una diferencia drástica, no han sido abandonadas, los ciudadanos están recluidos en sus casas…
Eso pasó mucho en la Segunda Guerra Mundial, cuando iniciaron los bombardeos aéreos de las ciudades. La gente sabía las horas, sonaban las alarmas y sirenas, las personas corrían a refugiarse a sus casas y en ellas los sótanos. Es decir, cuando hay algún peligro inminente, la gente trata de esconderse en su último refugio y el último siempre será su hogar, su casa.
Relatos de ciudades que esperan la llegada de un ejército y tal como ocurre hoy, alguien de cada casa salía a buscar el alimento, con la gran diferencia que en la ciudad actual no hay un tirador disparándote.
¿Qué reflexiones le ha generado vivir en cuarentena?
Yo que soy profesor de urbanismo en la universidad, traigo a la cabeza lo que era el concepto de civitas romano, de donde procede civilización, ingeniería civil, derecho civil y lo que era el concepto de urbe para los romanos. La ciudad era un espacio donde colocaban edificios, fuentes, espacios sagrados, pero esto todavía necesitaba algo, necesitaba la urbe, es decir la gente moviéndose por esos espacios.
Entonces nos encontramos con unas maquetas de ciudad. Se ha ido convirtiendo en una maqueta porque la gente no está por ninguna parte, sin la gente la ciudad no tiene sentido, ni lo tiene tampoco que haya edificaciones, vías, parques, etcétera. Entonces el impacto es muy fuerte de sentirse uno viviendo en una maqueta, dentro de las construcciones, pero nadie está por fuera.
¿Es una escena casi surrealista esas grandes urbes que valen millones, pero vacías, sin uso? En los barrios las mascarillas, las filas…
Así es, es totalmente surrealista. No hay uso de la ciudad, del encuentro, del espacio público, de la movilidad, del intercambio. Entonces uno termina metido en un cuadro de Edward Hopper: todo el mundo sentado, mirando un punto, muy solo, absolutamente solo. Una ciudad con dos o tres suicidas por ahí en un bar, la sensación es muy extraña, extremadamente rara.
Pero no deja de ser también muy linda. Desde el punto de vista de que todo esto ya se había mostrado de alguna manera. No es porque Edward Hopper fuera un profeta que estuviera vaticinando la soledad que íbamos a vivir, qué tan solos nos íbamos a sentir, mucha gente está muy sola hoy en las ciudades.
De alguna manera todos estamos viviendo en un cuento de Franz Kafka, una serie de absurdos. Hay un surrealismo muy particular porque tratamos de no dañar nada para cuidarnos a nosotros mismos. Estamos habitando solo el presente. No estamos pensando ni en el futuro, ni en el pasado, sino en lo que está pasando ahora y qué vamos a hacer con eso. Esto ya tiene un encanto muy grande”.
Alejándonos un poco de lo filosófico, al ver esas ciudades vacías se puede pensar que hemos sido excesivos. ¿Necesitamos estas urbes?
En términos de urbanismo, las ciudades tendrán que ser más pequeñas, porque cada vez vemos que el contagio es un problema en poblaciones más grandes como pasa con Nueva York: hoy en día tiene más de 33.000 contagiados, una locura.
En segundo lugar, los edificios van a tener que ser mucho más bajos, excepción hecha de los edificios de oficinas, porque en este momento un edificio gigante tiene un inmenso riesgo confinado en el mismo lugar. Puede ser muy peligroso porque una sola persona puede contaminar a todo el edificio con el ascensor, con cualquier cosa que suceda.
Y se suma algo más dramático y es que en estos edificios se vive la soledad más grande porque no hay ningún tipo de tejido social, son prácticamente personas que habían estado ahí solas y ahora están además encerradas sin saber quién es el vecino.
Hay una serie de planteamientos que habría que hacerse, pero esto lleva a pensar en ciudades mucho más pequeñas, edificios de no más de 5 pisos.
Pero, profesor, eso va en contravía de lo que hoy es casi un dogma para los urbanistas: ciudades más densas…
Deben ser ciudades mucho menos densas, más pequeñas y con una ruralización muy poderosa. del campo alrededor, porque en este momento por carencia de esa ruralidad consolidada, todo se ha vuelto mucho más costoso, el traslado de los alimentos. Esto ya lo decía el filósofo y sociólogo, Lewis Mumford, autor de “La ciudad en la historia”, teórico de las ciudades quien decía que una ciudad depende de la ruralidad que tenga y en el momento que esta se vaya perdiendo la ciudad se va perdiendo también.
¿Qué va a cambiar esta pandemia en nuestras ciudades?
Después de una guerra, de una pandemia todos aprendemos muchas cosas, el problema es que luego se nos olvida, porque esto no se enseña no se tiene presente. Indiscutiblemente van a ocurrir cuatro cosas fundamentalmente.
Primero: vamos a aumentar nuestra disciplina, va a ser muy alta porque hay que salir a trabajar, la gente va a tener que salir y no se va a poder quedar encerrada, la producción tiene que empezar a abastecer lo básico de las ciudades, lo que va a obligar a trabajar con mayores medidas de seguridad, con mayores prevenciones de salud, de higiene, pero tocará.
Lo segundo y es interesante: con todo esto nos hicieron pensar en que estamos vivos, nunca nos cuestionamos eso. El hecho de tener la muerte tan cerca y una muerte común -porque es que todos nos podemos morir de lo mismo-, eso también fortalece mucho el pensamiento y la misma espiritualidad.
En tercer lugar, está la necesidad apremiante del otro. O sea, el otro en este momento: enfermeras, médicos, un montón de gente tremendamente valiosa. El señor que entrega los domicilios se vuelve una entidad necesaria ya que yo no soy capaz de abastecerme solo, por ejemplo, yo no sé hacer tostadas, no sé hacer mermelada, cobijas. Qué tal que ese otro no existiera, entonces esa conciencia del otro es tremendamente importante y eso lo tenemos que aprender hoy. Son muy pocos los que tienen en cuenta eso.
Y cuarto, finalmente lo más importante de todo: es que en este momento la naturaleza nos iguala a todos y no hay poder humano posible para decirle a la naturaleza ‘a mí no me haga nada’, no. La naturaleza nos iguala a todos, en este momento somos un animal más, supeditado a lo que la naturaleza quiera hacer con nosotros.