Pareciera que no es tiempo aún para balances. La verdad es que seguimos aturdidos. La pandemia del coronavirus ha descolocado todo y no lo asimilamos todavía: nuestra vida en lo más íntimo, nuestras relaciones con el otro, las pocas certezas que nos ofrecía el tiempo previo, incluso con sus nostalgias. Y a pesar de todo eso, quizás el mayor temor que podríamos tener algunos, es que no hayamos aprendido nada de este momento.
Pero aún aturdidos vale hacer la pausa. Pensar cómo debería ser el mundo en el futuro. La sociedad de la pospandemia. Aquí cinco lecciones para ser contempladas en lo que viene:
Aprender a vivir en la incertidumbre: la incertidumbre ha venido para quedarse en nuestras vidas de forma definitiva. Y por ello se ha acelerado la necesidad de prepararnos para ella, de enfrentarla. Incluso eso significa repensar la educación como está concebida en la actualidad, sin tener aún claro un nuevo esquema. Pero lo cierto es que vamos a requerir seres humanos más adaptativos, flexibles, empáticos, rápidos para actuar y moverse en escenarios turbulentos. La propia crisis nos ha demostrado que aquellos líderes políticos (locales y nacionales) que mejor han gestionado la contención y los efectos de la pandemia son los que fueron capaces de ponerse en el peor escenario posible para tomar las mejores decisiones. Han sido malabaristas de la incertidumbre y han sabido sortear la complejidad con inteligencia y en favor de sus sociedades.
La transición hacia la economía verde es ahora o nunca: hoy, como en ningún otro momento, están dadas las condiciones para aplicar una especie de “reset” en la economía global que lleve hacia la transición verde, hacia un modelo de vida sostenible. Si no lo hacemos en este tiempo, nunca sucederá. Pero ya hay nubarrones en ese horizonte: luego de este pequeño respiro que ha tenido la Tierra por cuenta del confinamiento mundial, se puede dar un efecto ‘rebote’ en el que nos lancemos desenfrenados a recuperar lo perdido, incluso aumentando la capacidad depredadora y el consumo de combustibles fósiles. Ya sucedió luego de la crisis financiera global de 2008, como lo advirtió hace algunos días David Boyd, relator especial de la ONU sobre los Derechos Humanos y el Medio Ambiente, quien insistió en que la crisis por COVID-19 no puede alterar las metas de cambio climático. Incluso en un nivel más urbano, por ejemplo, la posibilidad latente de que las ciudades profundicen el “carrocentrismo” (uso indiscriminado del vehículo particular) amparadas en la necesidad del aislamiento y distanciamiento físico está sobre la mesa.
Debemos dar a la ciencia el valor que se merece: hemos estado como nunca en la historia reciente, sujetos al papel y las certezas de los científicos para controlar la pandemia y encontrar una vacuna para ella. La comunidad médica y científica global ha trabajado en conjunto para hallar el mejor tratamiento posible. Por ello los ciudadanos tenemos que seguir defendiendo la ciencia y obligar a su impulso, por encima de la especulación, las noticias falsas y los políticos charlatanes que la desconocen, como lo ha hecho el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al invitar a inyectarse desinfectante para aliviar la enfermedad o Jair Bolsonaro en Brasil, quien comparó al coronavirus con una «gripecita» y flexibilizó el confinamiento por encima del criterio científico internacional.
La libertad está por encima del “Big Data”: si alguien no lo ha notado, durante estas últimas semanas hemos estado privados de la libertad, en beneficio de un bien general. Y nuestros gobiernos han estado usando la tecnología y nuestros datos para poder desarrollar un tratamiento efectivo de contención de la enfermedad y salvar vidas. Pero surge el riesgo de su mal uso. El desafío es cómo vamos a evitar el control social de gobernantes y regímenes autoritarios, que sin duda ven tentador el escenario de limitación de libertades o lo lucrativo que resulta para sus diversos intereses tener la información de todos sus ciudadanos.
El valor de la cooperación global: Aunque suene paradójico, porque cada país, cada ciudad, está aislada, confinada y hoy pareciera que estamos en comunidades cerradas que deberán sobrevivir solas, lo cierto es que la pandemia ha puesto en evidencia también el valor de la cooperación global. El virus nos puso de presente algo que hemos olvidado durante mucho tiempo: todos necesitamos de todos. No hay lugar para construir muros que excluyan y la propia pandemia mostró que son inútiles y además perversos. El reto es construir a partir de ahora un sociedad global colaborativa y cooperativa que pueda enfrentar de mejor manera los problemas que planteará la convivencia futura. Aquí los Objetivos de Desarrollo Sostenible ODS deberían ser la mejor hoja de ruta. Es claro que, con toda nuestra capacidad como ciudadanos globales, con inteligencia y sensibilidad, podremos construir un mundo y una vida más humana. Sería imperdonable que perdamos esta oportunidad.