La dinámica de la pandemia COVID-19 comparte «similitudes sorprendentes» con las crisis ambientales gemelas del calentamiento global y la extinción de especies, argumenta un equipo de científicos y expertos en políticas públicas de Inglaterra y los Estados Unidos.
La necesidad de una intervención temprana para reducir la muerte, el daño económico y el freno a algunos aspectos del estilo de vida de las personas en beneficio del interés común deberían ser el núcleo de la prevención de una catástrofe ambiental, según el análisis de un grupo de científicos de prestigiosas universidades de Inglaterra y Estados Unidos.
«Hemos visto las consecuencias de una acción tardía en la lucha contra la COVID-19. Si comparamos, las consecuencias de la inacción continua ante el catastrófico cambio climático y la extinción masiva son demasiado graves para contemplarlas», señaló el profesor Andrew Balmford, del Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge (Inglaterra).
Es claro que la COVID-19, las emergencias climáticas y la inminente “sexta extinción masiva” comparten similitudes sorprendentes, según el ensayo también escrito por David Wilcove, profesor de ecología y biología evolutiva y asuntos públicos de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) y sus colegas.
Por ejemplo, cada nuevo caso de COVID-19 puede generar otros y, por lo tanto, aumentar las tasas de infección, al igual que los climas más cálidos alteran los ecosistemas y aumentan las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento. «Ambos son circuitos de retroalimentación peligrosos», explican los científicos.
El equipo también hace comparaciones de lo que llaman «impactos rezagados». Para el coronavirus, la demora, o retraso, antes de que los síntomas se materialicen significa que las personas infectadas transmiten la enfermedad mucho antes de que sientan efectos y cambien el comportamiento.
Los investigadores equiparan esto con el retraso entre nuestra destrucción del hábitat y la eventual extinción de especies, así como los retrasos entre las emisiones que bombeamos y los efectos completos del calentamiento global, como el aumento del nivel del mar. Al igual que con la infección viral, el cambio de comportamiento puede llegar demasiado tarde.
«Al igual que las crisis gemelas de extinción y clima, la pandemia de COVID-19 podría haber parecido un problema lejano al principio, muy alejado de la vida cotidiana de la mayoría de las personas», añadió Ben Balmford de la Universidad de Exeter (Inglaterra).
«Pero si no se controla durante demasiado tiempo, la enfermedad fuerza cambios importantes en la forma en que vivimos. Lo mismo ocurrirá con la devastación ambiental que estamos causando, excepto que las consecuencias podrían ser realmente irreversibles».
Los autores encuentran paralelos en la indiferencia que ha recibido durante mucho tiempo las advertencias de la comunidad científica sobre las nuevas enfermedades zoonóticas y los cambios inducidos por los humanos en el clima y el hábitat.
«Los impactos rezagados, los circuitos de retroalimentación y la dinámica compleja de las pandemias y las crisis ambientales significan que identificar y responder a estos desafíos requiere que los gobiernos escuchen a los científicos independientes», dijo Brendan Fisher, coautor y profesor de la Universidad de Vermont (Estados Unidos). «Tales voces han sido trágicamente ignoradas».
Las similitudes entre la pandemia y el desastre ambiental radican no solo en su naturaleza sino también en su mitigación, dicen los científicos, quienes escriben que «no hay sustituto para la acción temprana».
Los investigadores incluyen un análisis del momento del cierre en todos los países de la OCDE, y concluyen que, si hubiera ocurrido solo una semana antes, se habrían salvado alrededor de 17 000 vidas en el Reino Unido (hasta el 21 de mayo de 2020), y casi 45 000 en Estados Unidos.
Afirman que, así como el cierre demorado costó miles de vidas, la acción climática retrasada que nos da 2º C de calentamiento en lugar de 1.5 expondrá a entre 62 y 457 millones de personas adicionales, principalmente las más pobres del mundo, a «riesgos climáticos multisectoriales» como sequía, inundaciones y hambruna.
Del mismo modo, los programas de conservación tienen menos probabilidades de tener éxito cuanto más tiempo se retrasen. «A medida que la naturaleza salvaje desaparece, vemos un ciclo de retroalimentación acelerado, ya que una pérdida dada de hábitat causa una pérdida de especies cada vez mayor», explicó el profesor Wilcove.
Los científicos señalan que la acción demorada que resulta en más muertes por COVID-19 también costará a esas naciones más en crecimiento económico, según las estimaciones del FMI, al igual que los climas más cálidos y más disruptivos reducirán la prosperidad económica.
Intervenir para contener tanto la pandemia como las crisis ambientales requiere que los tomadores de decisiones y los ciudadanos actúen en interés de la sociedad en su conjunto, advierten los investigadores.
«En la crisis de COVID-19, hemos visto a personas jóvenes y en edad laboral sacrificar la educación, los ingresos y la conexión social principalmente en beneficio de las personas mayores y más vulnerables», dijo la coautora, la profesora Dame Georgina Mace, de la Universidad UCL (Inglaterra).
«Para detener los impactos del cambio climático y abordar la pérdida de biodiversidad, los adultos más ricos y mayores tendrán que renunciar a la extravagancia material a corto plazo en beneficio de las actuales generaciones pobres y futuras”, dijo Mace.
Andrew Balmford, de Cambridge, agregó: «Los científicos no están inventando estas amenazas ambientales, así como tampoco estaban inventando la amenaza de una pandemia como COVID-19. Son reales y están sobre nosotros».