En esta ciudad colombiana la arquitectura doméstica se considera como un híbrido entre la tradicional casa cafetera –en donde las relaciones espaciales promovían el desarrollo de actividades en familia y la conexión directa con la naturaleza– y las nuevas formas de habitar, que trajeron consigo cambios en la distribución de los espacios y en una preocupación por el confort y la higiene.
En los años 50 y 60, en Manizales el proceso de traslado de la residencia familiar del campo a la ciudad estuvo acompañado por transformaciones en la interacción tanto dentro como fuera de la casa.
Entre las transformaciones físico-espaciales sufridas por la residencia unifamiliar se encuentra la distribución en dos niveles y la agrupación de todas las actividades domésticas en tres zonas: social, privada y de servicios.
Así lo explicó Sebastián Bayona Jaramillo, arquitecto de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Manizales, quien en su recorrido histórico encontró que esta construcción de dos pisos, además de separar las áreas, liberó terreno en la parte anterior de la casa para un jardín, y en su interior para un patio.
Agregó que “al acceder a la vivienda se encontraba el hall, que conducía, de un lado al salón-comedor y al área de servicios, y del otro, a las escaleras que comunican con las alcobas dispuestas en el segundo piso”.
Otro cambio importante fue la inclusión del garaje, a causa de la masificación en la producción de automóviles; de igual manera, la adquisición de estos incentivó el traslado del lugar de residencia familiar a los centros urbanos, ya que redujo el tiempo de desplazamiento hacia las zonas de producción agrícola.
Según el arquitecto Bayona, en departamentos como Caldas, el vehículo se convirtió en el principal medio de comunicación con el área rural aledaña a ciudades como Manizales, en donde se localizaban muchas de las fincas cafeteras de las familias más adineradas de la región.
Las alcobas, generalmente localizadas en el segundo piso, contaban con una estancia que daba acceso a cada una de ellas, protegiendo así la intimidad de la zona privada y permitiendo que cada quien tuviera su pequeño mundo. Sin embargo, era frecuente que se destinara una habitación para los padres, otra para los hijos varones y una más para las mujeres.
En la familia se preservaban aún ciertas tradiciones como la asignación de actividades domésticas a la madre y las labores productivas al padre, y la realización y asistencia frecuente a múltiples actividades religiosas.
Mayor confort
El investigador afirma que en la parte posterior del primer piso se encontraba el patio de ropas y la alcoba de servicio, en la que se alojaba el personal de apoyo para actividades domésticas como la preparación de los alimentos, el aseo, e incluso el cuidado de los niños; este personal se consideraba ajeno a la familia, y por lo tanto se localizaba en un área aislada.
Por su parte, la cocina, reducida en comparación con la de la casa republicana, seguía siendo el puesto de la madre; el nuevo diseño contaba con mejores condiciones de higiene que facilitaban su mantenimiento y una serie de electrodomésticos que agilizaban las labores.
En la nueva casa, algunos espacios de transición conservaban características del pasado; el antejardín, por ejemplo, acompañaba con vegetación el ingreso a la vivienda desde la calle, evocando la exuberante espesura que rodeaba la casa de campo.
Así mismo, el balcón, presente también en algunas de las casaquintas construidas durante los años 40, mediaba con la ciudad desde el segundo piso de la fachada principal, como extensión de una de las habitaciones o de la estancia complementaria a estas.
En estas construcciones, los sanitarios dejaron de esconderse en la parte posterior de la casa, para estar más cerca de la zona social y de las habitaciones, como manifestación de la aceptación del cuerpo. Otros espacios, como el oratorio, marcaban el reflejo de una sociedad profundamente religiosa; el costurero evidenciaba un significativo cambio dentro de las dinámicas de la familia, ya que allí la mujer era libre para realizar nuevas actividades, cultivar su intelecto y compartir su tiempo libre con personas allegadas.
“Plano quebrado” en Manizales
El desarrollo de la arquitectura residencial de Manizales durante los años 50 y 60 estuvo determinado en gran medida por las variaciones abruptas de la topografía.
El emplazamiento de las viviendas en ladera hizo necesaria la variación constante de las estructuras distributivas, las relaciones espaciales y los sistemas estructurales, para responder a estas exigencias particulares.
El uso de desniveles y medios pisos permitieron solucionar los cambios de altura dentro del terreno, y a la vez generaron una discontinuidad visual desde el nivel de acceso hasta el jardín posterior.
“Esta condición dio lugar a la repetición en muchas de las viviendas del plano quebrado, que constituye una identidad para la casa de esta época, al relacionarse con el vestíbulo, el patio-pabellón y el hogar”, detalla el investigador.
Agencia de Noticias UN