La ciudad: los lugares de acogida para el ser humano

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LA Network
26 enero, 2021 - Inclusión

Las ciencias sociales y humanas concuerdan en la importancia que los lugares de acogida tienen para el ser humano desde su nacimiento. El hogar, el hospital, el templo, la escuela o el ambiente laboral son decisivos para establecer relaciones sociales armónicas o de discordia, de reconocimiento o de desprecio. Y en tanto que la ciudad es sede de todos estos lugares, si ha de convertirse en la habitación satisfactoria para la mayoría de la población del planeta, tiene el deber urgente de convertirse en el ambiente acogedor que permita a todo individuo y agrupación desplegar todas sus facultades para desarrollar un buen vivir. No basta disponer de espacio citadino para ocuparlo y sobrevivir en él. Es indispensable que obtenga sentido y significación de morada, donde las personas encuentren las condiciones para actuar y pensar; y para existir encarando el diseño de su propio ser, la emulación y la diferenciación, la organización y la espontaneidad de sus actos.

Políticas de humanidad

La ciudad: los lugares de acogida para el ser humano
Masa Crítica

La nueva era planetaria y humanista necesita superar la tradición de administrar lo público en función primordial de preservar instituciones y patrimonios. Debe tener como prioritarios a los seres humanos, individuales y colectivos, con sus subjetividades, necesidades y derechos, en reconciliación con la naturaleza. Llegados a la cuarta generación de los derechos humanos, hemos entendido que, para la comprensión entre los seres humanos como base de una vida digna, no son suficientes los derechos políticos y civiles individuales —primera y segunda generaciones—, ni los derechos económicos, sociales y culturales —tercera genera generación—. Hay que apoyar los movimientos sociales que reclaman la ampliación del horizonte de humanización y darles carácter vinculante a las declaraciones que promueven el derecho al medioambiente saludable: control y mitigación de las actividades contaminantes y de las extractivas; derecho al desarrollo sostenible; a la autodeterminación de los pueblos —descolonización y anticolonización—; a la paz con desarme nuclear, químico y biológico, control de armas y solución política de conflictos internos e internacionales, rediseño de los roles de las fuerzas armadas, derecho a la promoción de la noviolencia; a la atención oportuna desde las ciencias del espíritu, el Derecho y la justicia a las siempre recurrentes formas de oposición, de maldad, de abusos, de crimen o de corrupción; y derecho al patrimonio común de la humanidad: cooperación entre Estados para el aprovechamiento y la protección de la estratosfera, el ciberespacio, los fondos marinos, el subsuelo telúrico y los distintos ecosistemas ambientales.

En tal dirección es indispensable superar la costumbre de diseñar políticas sectoriales o nacionales que no atienden las demandas y las nuevas concepciones de supervivencia para la especie humana y la naturaleza. Se hace urgente que las decisiones para las ciudades y su relación con el campo acaten, por lo menos, las siguientes consideraciones:

  • El productivismo industrial de las economías de mercado es inconveniente porque solo aprecia el crecimiento económico desde el punto de vista cuantitativo, siempre en incremento, sin considerar la prudencia que exigen las limitaciones de los recursos naturales, el trabajo y el propio consumo.
  • Todavía impera la consigna fordista de los años veinte del siglo XX: ya pasamos de la era de la solución de las necesidades a la era de la producción industrial de nuevas necesidades, con las consecuencias previsibles: el ciudadano se ve inmerso en ofertas de todo tipo que no atina a comprender, pero sí a consumir.
  • La sociedad de consumo, que tiene como fundamento la promoción incesante del consumo masivo de bienes, servicios y productos intoxica a la humanidad con su fomento ilimitado de ansiedades y adicciones que terminan enfermando a un alto porcentaje de ciudadanos alrededor del mundo.
  • El orden económico mundial no ha alcanzado los niveles esperados de justicia. Las relaciones de los países del Norte con los del Sur no se sostienen sobre fundamentos de igualdad, sino de dependencia; y los resultados de la gestión económica tienen una mayor carga negativa para los del Sur.
  • La mundialización del mercado desconoce cada vez más las particularidades culturales y sociales de las regiones y localidades. No se ha logrado una combinación exitosa de lo global y lo local.
  • Las relaciones laborales y la calidad de vida y del trabajo todavía padecen la supeditación al rendimiento y crecimiento económicos sin fronteras, lo que no solo mantiene, sino que en grandes zonas del mundo ha aumentado la distancia entre los más ricos y los más pobres. Los ciudadanos siguen presos de las decisiones que toman los expertos del poder, del capital privado o de los Estados burocráticos.
  • Nos encontramos en la era que ha empezado a entender que el ser humano no es la medida de todas las cosas: el antropocentrismo empieza a ceder ante nuevas cosmovisiones.
  • La Naturaleza no es un recurso, es parte de nuestro ser; y sus riquezas no son ilimitadas.

Este conjunto de consideraciones debe nutrir las nuevas políticas para las ciudades en el porvenir, si pretendemos que la especie humana subsista en condiciones menos riesgosas.

Para la restauración moral del ser humano

La ciudad: los lugares de acogida para el ser humano
Manifestación en Buenos Aires

Parte de las herencias inconvenientes que legan las ciudades al perder su tamaño de pequeña villa, al compás de la división social del trabajo y de la propiedad, son el anonimato y, con este, la sospecha. De vecinos con nombre y apellidos que se conocen se pasa a citadinos ignorados, representados por un número de cédula, sin saludo ni reconocimiento alguno. Todos se vuelven sospechosos para los demás. Por esta vía se abren espacio el desentendimiento, la ruptura de vínculos familiares y de amistad, y la hostilidad. En vez de administrar la independencia personal en búsqueda de afinidad y comprensión, las instituciones sociales terminan cediendo ante la prevención frente a los demás. Es la “sociedad del desprecio”, tal como la explica Axel Honneth (2011, pp. 55-146), uno de los filósofos de la teoría crítica. Abandonamos toda intención de comprender al otro como sujeto, ser pensante, de sentimientos y acciones, para verlo como un objeto moldeable que en adelante se llamará ciudadano.

Por fortuna, el bullicio del diario acontecer no ha impedido que surjan voces de filósofos, científicos, académicos, intelectuales, líderes de opinión y movimientos sociales en todos los continentes, que invitan al cambio de rumbo. Ya el ensimismamiento y la insolidaridad han demostrado hasta la saciedad que son el factor central de un modo de vida inconveniente. Lo que distancia a la especie humana de otras especies vivas es su capacidad de diferenciar lo conveniente de lo inconveniente para su supervivencia; y crear un legado de valores y principios que la fortalecen, para proyectar modos de vida innovadores que le permitan poner en movimiento todas sus potencialidades.

Nueva filosofía política de la ciudadanía

La ciudad: los lugares de acogida para el ser humano
Participación ciudadana en el Barrio 31 de Buenos Aires

Lewis Mumford identificó dos argumentos consistentes, y los refrendó con su estudio de las utopías: 1) “Cualquier comunidad posee, además de sus instituciones vigentes, toda una reserva de potencialidades, en parte enraizadas en su pasado, vivas todavía aunque ocultas, y en parte brotando de nuevos cruces y mutaciones que abren el camino a futuros desarrollos”; y 2) cualquier comunidad posee “totalidad y equilibrio, que, como lo ha demostrado la ciencia biológica, son atributos esenciales de todos los organismos”, lo que permite a toda persona evitar que su integridad sea amputada y su acción restringida “a causa de un perverso y excesivo énfasis en una ideología, institución o mecanismo, supuestamente de suma importancia” (2012, pp. 15-16).

Con una conciencia de apoyo mutuo, acato, reconocimiento y respeto, las ciudades del siglo XXI deben ser escenarios de una nueva filosofía política de ciudadanía que identifique los umbrales justos de crecimiento, desarrollo y consumo, en relación con los planes de subsistencia colectiva y posibilidades de sostenibilidad para las generaciones futuras. Promotoras del desarrollo desigual entre individuos, grupos y sectores sociales, sabrán establecer las condiciones básicas de enriquecimiento y pobreza en lo económico, cultural, científico, político y social. Habrán de buscar la finalización del “sálvese quien pueda” para abrirle espacio al “juntos nos va mejor”, aunque seamos diferentes y aprovechemos las oportunidades de manera distinta.

En tales circunstancias, el ciudadano retoma su ser pensante y la iniciativa para el beneficio propio y el de la ciudadanía. Todo citadino puede rescatar su nombre y entenderse con los demás porque se valora y los valora en un mundo con nuevos horizontes. No esperará soluciones definitivas ni sociedades perfectas, ni abolición de padecimientos o injusticias; simplemente, mantendrá su estado de alerta para encontrar alternativas, y comprenderá que el ser humano se desafía sin fin, vía clara para forjar su emancipación.

Será un nuevo ciudadano que entenderá que la armonía social consiste en la gestión no violenta de las dificultades y desentendimientos, que debe mantener su constante labor de crear acuerdos y deshacerlos; de planear operaciones y saber cambiar las direcciones cuando las condiciones así lo impongan. Actuará con decisión para identificar los nutrientes de las distintas violencias y los orígenes de las distintas voluntades que buscan hacer sufrir; y no declinará en su búsqueda porque sabrá que ninguna institución social puede sustituirlo ni eximirlo de responsabilidad personal.

*Texto original contenido en la Carta Medellín 2014. Documento final del Foro Urbano Mundial de ONU Habitat celebrado en esa ciudad colombiana.