Hoy 3 de junio celebramos el Día Mundial de la Bicicleta. Y sí, utilizo la palabra correcta: celebración. En época de cambio climático, de desuso obligado de los combustibles fósiles, de una etapa de pospandemia que empezaremos a transitar con más intensidad, el protagonismo de este vehículo es cada vez mayor como medio de transporte en nuestras ciudades, incluso para contener la propagación del COVID-19.
Aunque desde tiempos casi bíblicos se conocen referencias de máquinas similares a la bicicleta, la noción más cercana de este vehículo data de 1817, cuando el barón alemán Karl Christian Ludwig Drais von Sauerbronn inventó la primera máquina de dos ruedas, colocadas una detrás de otra en un marco de madera y con un manubrio.
La persona se mantenía sentada sobre una pequeña montura y para moverse -ya que no tenía pedales-, se empujaba alternativamente con el pie izquierdo y el derecho hacia adelante.
Luego de esa primera máquina, aparecería la bicicleta de pedales en 1839, que se le atribuye al escocés Kirkpatrick Macmillan. Cometió Macmillan, eso sí, el error de nunca patentar su invento y le sería copiado en 1846 por Gavin Dalzell, quien lo difundió tan grandemente que durante muchos años se le consideró el inventor de la bicicleta.
Hoy quisiera, más allá de este anecdotario histórico, aprovechar y destacar la bicicleta como una maravillosa aliada de los sistemas de transporte masivo como trenes, metros, tranvías y buses eléctricos para facilitar la intermodalidad. Son muchos los sistemas en el mundo que permiten el ingreso de las bicis al sistema masivo para que los usuarios hagan conexiones más simples hacia sus puntos de origen y destino.
El mejor ejemplo de integración es Holanda. Según datos de 2018, en ese país hay cerca de 23 millones de bicicletas, cuya mayor costumbre es acercarse a una estación de autobús, tren o metro, para facilitar los recorridos. ¿Y qué pasa con las bicicletas cuando el ciclista se sube al transporte público? Simple: pueden subirlas al sistema y además existen estacionamientos masivos de bicis, como el de La Haya, con capacidad para 8 mil vehículos debajo de la estación central de trenes.
Otro ejemplo es México, donde la medida para ingresar con bicicleta al Metro de la capital fue aprobada el 22 de septiembre de 2019. Se permite ingresar a los vagones con bicicleta de lunes a sábado a partir de las 10:00 de la noche y hasta el cierre de la operación. Aún con altibajos, la medida ha sido útil en la megaciudad.
Desde febrero de 2015, en el metro de Medellín está permitido el ingreso de bicicletas de marco rígido a todas sus líneas entre las 8:00 p.m. y el fin de la operación comercial de lunes a viernes, de 4:00 p.m. hasta el fin de la operación comercial los sábados y durante toda la operación comercial los domingos. En los últimos años se han venido aprobando nuevos horarios.
Lo que queda claro es que se necesita intensificar esta integración de ambos sistemas, que son medios de transporte limpios y sostenibles y que en el caso de la bicicleta ayuda a cumplir de manera simple esa movilidad de la última milla en la ciudad. Saben integrarse y su complementariedad solo necesita del sentido común de los administradores o tomadores de decisión en las ciudades que tienen sistemas robustos y masivos, para ejecutar esta medida.
Necesitamos más bicicletas conectadas con los sistemas masivos, más personas moviéndose en este sistema combinado. Como bien dijo una vez el escritor H.G. Wells: “Cada vez que veo a un adulto en una bicicleta recupero la esperanza por el futuro de la raza humana”. Y yo añadiría: y si usa también metros y trenes, mi esperanza crece.
Hasta pronto y gracias por su lectura.