El impacto del cierre de escuelas en los niños y jóvenes de todo el mundo es gigantesco. Los cierres prolongados de escuelas desde marzo de 2020, como consecuencia de la pandemia del COVID-19, han provocado la crisis educativa más grave de los últimos 100 años. Como dijo el Ministro de Educación de Chile, Raúl Figueroa, al explicar los esfuerzos de su gobierno para restablecer el aprendizaje, «hemos tenido un terremoto en la educación». Mi colega del Banco Mundial, Indermit Gill, compara acertadamente el impacto del cierre de escuelas en la educación con una bomba que destruye un solo capital: el humano.
Me pregunto si las sociedades y los gobiernos han interiorizado la magnitud del impacto. En los países con grandes cierres de escuelas en el sur de Asia, Oriente Medio y América Latina, el número de días de clase perdidos alcanza los 200. Estos inmensos choques de aprendizaje se asemejan a un voraz incendio forestal que hay que apagar. El Banco Mundial, UNESCO y UNICEF crearon la Misión Recuperación de la Educación 2021, como una tarea urgente para este año.
Si los gobiernos y las sociedades quieren «predicar con el ejemplo» y demostrar que el bienestar de los niños y los jóvenes es realmente una prioridad política, es necesario adoptar medidas urgentes y decisivas para abrir las escuelas de forma segura allí donde permanecen cerradas, y dar prioridad a políticas que garanticen la recuperación del aprendizaje perdido.
¿Ayudan los cierres de escuelas a combatir la pandemia?
Desde el comienzo de la pandemia, el cierre de escuelas fue considerado casi universalmente como un mecanismo para prevenir el contagio. La idea se basaba en presunciones más que en pruebas. En las primeras etapas de la pandemia, los gobiernos navegaban temerosos en un mar de ignorancia. Aunque los niños no fueran susceptibles a enfermarse gravemente, se presumía que eran eficaces transmisores del virus. Para algunos países, entre ellos Suecia, esas presunciones no fueron suficientes, y las escuelas siguieron abiertas. Pero fueron excepciones.
Ahora tenemos pruebas que sugieren que esas presunciones eran erróneas. Una síntesis de las encuestas epidemiológicas y de los análisis de los hogares indica que los niños transmiten el virus de forma menos eficaz que los adultos. Las pruebas de las iniciativas de reapertura de las escuelas sugieren que, con las precauciones y estrategias para minimizar la transmisión establecidas, las escuelas no son una fuente importante de transmisión, ni entornos de alto riesgo para el personal. El Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades ha llegado a la conclusión de que, para los adultos, el riesgo de infección en un entorno escolar no es mayor que en el hogar o en la comunidad. También ha concluido que, a pesar de las nuevas variantes del virus, las repercusiones negativas del cierre proactivo de las escuelas superan los beneficios, por lo que sólo deben utilizarse como último recurso. Los estudios realizados en Alemania y Estados Unidos, y las experiencias de los países en los que se han reabierto las escuelas entre la primera y la segunda oleada sugieren que, con las estrategias de mitigación adecuadas, la reapertura no ha provocado un aumento de las infecciones entre los alumnos, los profesores o en la comunidad, incluso antes del inicio de los procesos de vacunación.
La conclusión es que no hay pruebas científicas para suponer que las escuelas corren más riesgo que otros entornos laborales o recreativos de densidad similar. Nada puede justificar que se mantengan cerradas las escuelas cuando al mismo tiempo se reabren restaurantes, bares o centros comerciales. El cierre prolongado de las escuelas tenía por objeto proteger a los adultos que corren un mayor riesgo de enfermar gravemente, quizás en vano. Y dadas las experiencias de reapertura segura en países anteriores al desarrollo de las vacunas, los sistemas educativos no necesitan esperar a la vacunación generalizada de la comunidad antes de reabrir.
¿Cuál ha sido el coste del cierre de escuelas?
No hay estimaciones sobre los beneficios del cierre de escuelas. En cambio, el coste de mantener las escuelas cerradas en términos de aprendizaje, salud mental y desarrollo socioemocional de los niños es astronómico. A pesar de los loables e imprescindibles esfuerzos de los países por ofrecer educación a distancia, que implican rápidos ajustes, muchos países son conscientes de que la educación a distancia ha sido una compensación débil, desigual y muy parcial de la educación presencial. Las pruebas de ello son cada vez más numerosas.
Las simulaciones del Banco Mundial a finales de 2020 mostraron que el indicador de pobreza de aprendizaje -el porcentaje de niños de diez años que no pueden leer y comprender un texto sencillo- probablemente aumentaría del 53% antes de la pandemia al 63%. Esa cifra puede ser una subestimación, ya que los cálculos se basaban en una duración del cierre de escuelas que ahora se ha superado ampliamente en muchos países. Ahora tenemos datos sobre las enormes pérdidas reales de aprendizaje que están surgiendo tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo. Los datos de los Países Bajos, Bélgica y el Reino Unido (países que pudieron medir el aprendizaje cuando los alumnos volvieron a las aulas después de la primera oleada de la pandemia) muestran que, a pesar de los breves cierres de las escuelas y la alta penetración de Internet, hubo importantes pérdidas de aprendizaje. Más recientemente, un estudio realizado en Sao Paulo, donde se recogieron datos al principio y al final de 2020, muestra que los estudiantes aprendieron el 27,5% de lo que habrían aprendido si hubieran continuado las clases presenciales. En Sudáfrica, donde los estudiantes de los primeros grados faltaron en promedio al 60 por ciento de los días de clase en 2020, los estudiantes del segundo grado incurrieron en pérdidas de aprendizaje equivalentes al 57-70 por ciento de un año de aprendizaje. En Chile, las evaluaciones iniciales muestran que en 2020, en los grados 6 a 12, a pesar de una reapertura parcial, los estudiantes dominaron sólo el 60 por ciento del contenido del plan de estudios en lectura y entre el 47 y el 27 por ciento en matemáticas.
Se pierde la herramienta más importante para igualar oportunidades
Además, con las escuelas cerradas se perdió el principal espacio para igualar oportunidades. En todos los estudios disponibles, hay evidencia de pérdidas mucho mayores cuanto más bajo es el nivel socioeconómico. La escuela, a pesar de sus limitaciones en los países pobres y de ingresos medios, es el principal mecanismo para igualar oportunidades. Para innumerables niños y jóvenes, la escuela es el único espacio seguro de estimulación, socialización y aprendizaje significativo. Ese espacio ha desaparecido para demasiados y durante demasiado tiempo. Mientras las escuelas estaban cerradas, las oportunidades de los niños para la estimulación educativa estaban definidas por las condiciones en el hogar. Para los más afortunados, esas condiciones incluían una conexión a Internet, acceso a libros, un espacio para trabajar y padres o tutores que les orientaran. En esas condiciones, es posible cierto aprendizaje. Otros carecían de esos requisitos previos para el aprendizaje y, en consecuencia, perdían toda su experiencia de aprendizaje. Las marcadas diferencias entre los entornos de aprendizaje de los niños en sus hogares durante la pandemia son un ejemplo de la desigualdad de oportunidades.
¿Qué es lo que más preocupa a los sistemas educativos para recuperar el aprendizaje?
En primer lugar, vemos la preocupación por las pérdidas de aprendizaje de los alumnos. Es fundamental disponer de información sobre la magnitud de las pérdidas de aprendizaje a nivel nacional y local. Si los sistemas educativos no miden el aprendizaje, están volando a ciegas. Optar por medir los niveles de aprendizaje actuales no es una decisión fácil, porque en muchos casos la medición del aprendizaje traerá malas noticias. Sin embargo, captar la realidad actual y comprender la magnitud de la pérdida de aprendizaje es vital para diseñar políticas de recuperación y aceleración adecuadas en todo el país.
En segundo lugar, observamos esfuerzos juiciosos para reabrir las escuelas de forma segura. El proceso de reapertura debe ser una decisión basada en pruebas. Por lo tanto, la principal recomendación es garantizar que las escuelas cuenten con varias estrategias de prevención para minimizar la propagación del COVID-19. Estas incluyen el distanciamiento físico, el uso de mascarillas, la realización de pruebas, el lavado de manos frecuente y la mejora de la ventilación. Otro elemento clave es el sistema de alerta temprana y las campañas de comunicación para recuperar a los alumnos que se han desvinculado del sistema educativo. La seguridad será aún mayor si se prioriza la vacunación de los profesores; según el Global Education Recovery Tracker, de Johns Hopkins, UNICEF y el Banco Mundial, poco más de la mitad de los países han priorizado a los profesores en las estrategias nacionales de vacunación. Por último, es aconsejable empezar por la educación inicial y las escuelas primarias, ya que las pruebas demuestran que el riesgo de transmisión es menor entre los niños más pequeños. También es más difícil compensar la educación presencial con la instrucción a distancia con niños pequeños.
En tercer lugar, observamos una flexibilidad para adaptar y satisfacer las necesidades actuales de cada niño con el fin de recuperar las pérdidas de aprendizaje. Los calendarios escolares deben ajustarse para recuperar el tiempo perdido y el plan de estudios debe adaptarse para dar prioridad al aprendizaje fundacional, con flexibilidad a nivel local de acuerdo con las necesidades de los alumnos.
La flexibilidad puede implicar una vuelta a la escuela escalonada, con horarios de llegada escalonados, con alumnos en horario de asistencia alterna para reducir el número de alumnos por aula. Para facilitar el regreso, los profesores deben disponer de herramientas para evaluar el nivel de aprendizaje de cada alumno, tanto desde el punto de vista académico como socio-emocional. Cada niño es diferente, y su experiencia durante la pandemia puede haber sido distinta; incluso dentro de la misma aula, un niño puede haber estado en un hogar con libros, acceso a Internet, un espacio para trabajar y unos padres que le estimulaban, mientras que su compañero puede haber estado completamente desconectado del proceso de aprendizaje. Esto hace que el proceso de recuperación sea complejo y requiera estrategias de recuperación de los aprendizajes fundamentales, apoyo socioemocional a los alumnos, así como programas intensos de apoyo y formación para los profesores.
La apertura de las escuelas debe ser segura, flexible y voluntaria. Pero yo añadiría una característica adicional: también debe ser urgente. La vuelta al aprendizaje presencial es urgente. Las decisiones sobre la apertura de escuelas, así como las acciones políticas para el aprendizaje acelerado, deben estar respaldadas por la evidencia disponible, y no estar influenciadas por consideraciones políticas.
Todos debemos reconocer que las tareas pedagógicas, administrativas y logísticas que conlleva el proceso de reapertura son extremadamente difíciles. Pero también debemos recordar que, aunque hagamos todo lo posible por recuperar el aprendizaje, no podemos volver atrás en el tiempo, y que el aprendizaje perdido, el juego perdido y la estimulación perdida en la infancia y la adolescencia son difíciles de recuperar. Nadie vuelve a tener 6 o 7 años.
Proteger y recuperar el aprendizaje de esta generación de niños y jóvenes es un imperativo moral, como desactivar una bomba de relojería que amenaza con evaporar el capital humano que los países y sus economías necesitan para garantizar sociedades más equitativas y prósperas en el futuro. Cada día es importante, por lo que debemos actuar ahora para proteger el futuro de nuestros niños.