¿Qué hay qué hacer; llevar las casas a donde están los centros de trabajo, o llevar los centros de trabajo a donde están las casas?
Ninguna de las dos respuestas es correcta… Pero tampoco incorrecta… Porque la verdad es que pudiera hacerse en las dos formas, siempre y cuando lo que se decida sea parte de un gran proyecto de ciudad, construido con la vista puesta en el largo plazo, y debidamente aterrizado a través de un plan integral de desarrollo urbano.
Y esta necesidad de planeación y gestión urbana está llegando a un alarmante nivel de urgencia fundamentalmente por dos razones:
La primera es la contundente realidad de que las ciudades están colapsando, sucumbiendo ante la contaminación, el tráfico, la falta de infraestructura y una profunda ineficiencia, que, inevitablemente, se habrán de convertir en falta de competitividad económica y, lo más grave, causa de deterioro de la calidad de vida de sus habitantes.
Y la segunda es que la parte más evidente de este colapso está en una cada vez más grave falta de oferta de vivienda, que sobre la base de las leyes más básicas del mercado, ha provocado el acelerado incremento de los precios de venta y renta, afectando consecuentemente a los segmentos de población de menores ingresos.
¿Por qué falta oferta de vivienda? Es simple, porque los órganos legislativos locales han fallado en su obligación de generar buenos marcos normativos en materia de desarrollo urbano.
Porque frenar incremento e incluso reducir precios de renta y venta de viviendas tampoco es tan difícil… Es en realidad cosa bastante fácil, si se usa adecuadamente un instrumento fundamental de la planeación urbana; los usos de suelo.
Usar adecuadamente este instrumento implica ponerlo al servicio de un proyecto de ciudad, haciendo ajustes a la dosificación y ubicación de los usos de suelo, que permitan acercar viviendas a fuentes de empleo y escuelas.
No es tan difícil; basta con aprovechar muy bien instrumentos ya existentes, como los famosos Polígonos de Contención Urbana, para frenar expansión de manchas urbanas, complementándolos con un plan integral y estratégico de usos de suelo, con dirigir inversiones a la reparación o generación de infraestructuras que den soporte a los usos planteados, y con gobiernos que se hagan más eficientes y menos corruptos.
No… No es difícil… Bastaría con que los órganos legislativos locales dejen a un lado las grillas y trabajen teniendo solo en mente el bienestar común.
Porque debe quedar muy claro que hoy la causa de las ineficiencias urbanas, más que en los gobiernos, están en los legisladores locales.
Y los gobiernos locales tampoco ayudan… Los niveles de ineficiencia y corrupción son altos en municipios y delegaciones… Pero esto podría acotarse, y eventualmente eliminarse, sobre la base de un marco regulatorio fuerte, claro y transparente… Qué haga evidente el papel que cada regla juega como parte de un proyecto integral de ciudad.
Y claro, décadas de ineficiencia han provocado el despertar de una ciudadanía que reacciona a todo con desconfianza… Con rechazo.
Situación entendible y en la que hay que trabajar haciendo las cosas bien… Y demostrando que el proyecto de ciudad y sus instrumentos regulatorios valen la pena y que son base firme para considerar la opción de volver a confiar en gobiernos y legisladores.
El proceso es complejo y debe partir de políticas públicas y de gobiernos que demuestren que quieren hacer las cosas bien.
¿Se pueden acercar las casas a trabajos y escuelas? Sí… Pero las casas no caminan solas; requieren regulación y gobiernos que lo permitan… Y requieren también ciudadanía que crea en el proyecto y se convierta en su mayor impulsor. Apoyando lo que se haga bien, y denunciando lo que se haga mal.