El Carnaval de Blancos y Negros data de sus inicios geográficos en la ciudad de San Juan de Pasto, departamento de Nariño, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO el 30 de septiembre de 2009, y es la festividad más importante del sur occidente colombiano pues se ha extendido a lo largo de las regiones Andina, Amazónica y del Pacífico, ya que conmemora y evoca la fusión cultural de múltiples expresiones de lo humano surgidas en la colonia.
Este carnaval nació en el siglo XVI, en el año 1546, y se caracteriza y distingue entre otras expresiones similares que se celebran en el país, entre otras cosas, por la fecha en que se realiza (del 2 al 7 de enero), la cual tiene un origen netamente indígena que coincide con la celebración de la Luna (Quilla), que guarda reminiscencia con los rituales efectuados por los Pastos y los Quilla Singas (matriarcados), culturas agrarias que en época de cosecha honraban al sol para amparar sus cultivos.
“A Guaniaco me voy con los aires de mi canción(BIS)
llevándome a la guaneña aquí adentro de la canción(BIS)
culebra que haces ahí que no me dejas pasar(BIS)
tu sabes que soy la reina de la víbora corral(BIS).”
- Sureña de Agua Marina, Matecaña Orquesta
Esta celebración, con la fusión e influencia de la cultura española dan origen al sincretismo (antropología cultural y religión comparada) hispano religioso, que generan la pluralidad de expresiones de lo que será la magnífica muestra de color, arte, fiesta e integración de este carnaval. En el siglo XIX se prohíbe esta celebración para evitar levantamientos indígenas, que resurgirán hacia 1834 con los festejos de personas con máscaras y entre multitudes de algarabías, en fechas concordantes al calendario católico como el 8 de diciembre, día de la Inmaculada concepción de María y fecha misma del año 1946 cuando se funda como municipio republicano el territorio de Villa Amazónica (Putumayo) por el Coronel Julio Garzón Moreno, territorio que adoptaría su nombre como Villagarzón tras el acordonamiento militar y la planificación de la transformación urbanista.
La referencia de Villa Amazónica es fundamental ya que este territorio se conoce como el Corazón del Putumayo por su ubicación estratégica que colinda con San Miguel de Ágreda de Mocoa, fundada el 29 de septiembre de 1563 por el Capitán Gonzalo H. de Avendaño y que se convertiría en la capital del departamento del Putumayo en 1991 cuando este es separado de Nariño en la constitución política actual. El piedemonte amazónico, otra de las referenciaciones que recibe Villa Amazónica, conecta con rutas que conducen al Perú, el Ecuador, el Brasil, el centro de Colombia y se caracteriza por la magia pintoresca de la multiplicidad de culturas que se asentaron en la fertilidad de esta tierra rica además en minerales preciosos, pues las rutas que permite trazar su espléndida topografía llana, se complementan con ríos prominentes que desembocan al Amazonas y es ahí donde se decide construir el aeropuerto cananguchal usado también por Mocoa.
En 1913 el inglés Norman Thomsom publicaría el libro rojo del Putumayo, en él se escribirían las atrocidades cometidas con los indígenas en este territorio, la esclavización y el sometimiento humillante cometido por los explotadores de cobre y palma de cera. En el 2011, el departamento del Putumayo es declarado distrito minero por las ricas reservas de petróleo halladas en municipios republicanos como Puerto Asís, Puerto Guzmán, Orito, Valle del Guamuéz y Villagarzón. El desconocimiento entre culturas y la ignorancia de la sostenibilidad de las mismas como de la información contenida en la región del mundo conocida como su pulmón, han generado estallidos de resistencia campesina, no obstante, la violencia cometida y la entrada del narcotráfico, han precarizado la construcción cultural generando círculos de decadencia al conflicto por ambición y momentos oscuros de la guerra.
Se recuerda aquella noche del 9 de enero de 1999, el estigma grotesco de pueblo guerrillero tuvo un costo histórico en el territorio campesino del Tigre, en la que aproximadamente 150 paramilitares del Bloque Sur Putumayo, unidad adscrita al Bloque Central Bolívar—BCB— de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), irrumpieron en la zona urbana de la Inspección de Policía El Tigre, en el Bajo Putumayo (Valle del Guamuéz), en donde asesinaron a 28 personas, quemaron casas, motocicletas y vehículos. La represión y violencia directa contra esta población no terminó con la masacre, sino que se intensificó durante el período 2001-2006, cuando este mismo bloque paramilitar estableció en la mayoría de las zonas urbanas del Bajo Putumayo (Puerto Asís, Puerto Caicedo, Orito, La Hormiga, La Dorada) un control territorial permanente, ejerciendo un dominio social, económico y político en esta región, actualmente una de las mayores productoras de cocaína, petróleo, níquel y otros minerales usados para la producción de tarjetas de memoria para celulares y computadores.
Durante los momentos de encierro más perturbadores de la pandemia, en el departamento se presentaron acciones de guerra, conquista de territorios y represión que se quedaron en el silencio ensordecedor del miedo causado por un virus de dudosa procedencia; mientras el país se escandalizaba por el hambre y el acelerado desempleo en las grandes urbes, las ruralidades se enfrentaban a grupos armados que buscaban reestructurar el orden productivo, aún en consecuencia de aniquilar un legado ancestral de conocimiento. La minga indígena de 2020 y el estallido social de 2021 contenían intereses que apenas comprendemos desde el deseo de poder pero que nos faltó empatía y apertura para atender demandas culturales necesarias para la estabilidad del país y quizá, del mundo. Una emboscada de circunstancias que dolieron en cada vida perdida que exigía (etno)educación como una oportunidad de no condenarse a la realidad impuesta.
El 2022 inicia en el sur del país con un brindis de paradojas, una amenaza de nueva ola de contagios por la entrada de otra variante, Colombia como líder en el plan de vacunación, demanda una serie de directrices con respecto a lo que pueden o no hacer los municipios republicanos no vacunados. Curiosamente, los territorios donde el plan de vacunación no se cumplió fueron los mismos donde el poder que hace presencia es predominantemente ilegal y sus poblaciones perviven en la zozobra. En este sentido, se expide un decreto departamental prohibiendo la realización de carnavales y eventos masivos para estas fechas en los municipios de Villagarzón, Mocoa y los que componen el área del bajo Putumayo. No obstante, los decretos particulares que expidieron las alcaldías de estos municipios queriendo imponer una especie de toques de queda y prohibición de la comercialización de harina de carnaval, pinturas, cariocas y otros elementos que se usan para jugar durante estas fechas en que las personas aprovechan para sentirse iguales entre sí en medio del juego, la cultura y la representación de realidades exiliadas; no fueron suficiente para contener la celebración popular en los barrios y veredas de estos municipios, que lastimosamente solo privaron el acceso a la cultura pero nunca a la alegría que caracteriza al Colombiano promedio.
Por su parte, los municipios del alto Putumayo, separados de la zona media y sur del departamento por el páramo sobre el que se construyó la vía hecha por Ejército de Colombia conocida como el Trampolín de la Muerte y por la pervivencia de culturas indígenas que bellamente han amparado sus conocimientos ancestrales sin que las toque el narcotráfico; realizaron el gran evento del carnaval con espléndidas obras culturales y artísticas, evocaron la esperanza con salud y vida, cumplieron con las metas en la vacunación y fueron los indígenas quienes protagonizaron las creaciones representativas y alegóricas. En el Valle del Sibundoy también se celebra el Bëtsknaté, también conocido como la Fiesta del Maíz, el Carnaval del Perdón o el Día Grande, que coincide con la semana del miércoles de ceniza. Esta es una festividad de legado por la tradición oral, de trajes típicos indígenas, flores, plumas y música tradicional donde la reconciliación, el perdón y el agradecimiento son los protagonistas, se evoca el amor propio y se honra con reconocimiento a las mejores personas de la comunidad entregándoles coronas de plumas como símbolo de apertura. El Carnaval del Perdón fue declarado Patrimonio Cultural e Inmaterial de la nación en el año 2012.
Para conectar de manera más expedita estas dos zonas del departamento, en el año 2011 empieza a construirse la variante San Francisco – Mocoa, obra que será detenida en el 2017 por la posible afectación a una reserva forestal en el Putumayo tras demandas de indígenas y líderes ambientalistas, según un estudio de Conservation Strategy Fund y la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) se impactarían unas 12.000 hectáreas de selva, con impactos que afectarían el patrimonio material e inmaterial ahí contenido, pues podrían activar la minería de cobre y la colonización dentro de la reserva forestal.
“Al sur donde le canto a las selvas, sus pájaros y a sus nidos, al sur donde nacen nuestros importantes ríos, el pobre se vio frustrado cosechando coca y tener grandes cultivos, es así donde bien nace mi Putumayo querido… Putumayo a ti te canto, porque te quiero y no te olvido, son tierras de puro campo donde nace cualquier cultivo, donde muchos salvarán sus vidas defendiendo nuestra patria, nace, nace la flora y la fauna dándonos mucha elegancia”
- Putumayo a ti te canto, Jesús Emilio Hernández ‘Neko’
Nota de la autora: En el año 2016 tuve la oportunidad maravillosa de ser Reina de Carnavales, así aclamada por las barras populares que observaban el evento tras dar el discurso que respondería a la razón que atañe los diversos nombres con que se le conoce a Villa Amazónica, coincide así la coronación de una joven de familia conservadora con el primer año de gobierno de John Ever Calderón Valencia, quien fuese alcalde por el partido liberal, quien haría entonces uno de los mejores carnavales de las últimas fechas y crearía otras festividades como la feria del chontaduro y de la piña, dos frutos que crecen en Villagarzón de calidad exportación y que representan el potencial próspero del campesinado y el potencial turístico para el intercambio cultural en esta hermosa zona del país.