Ofrecer alternativas de solución a los problemas de violencia que fracturan la vida en comunidad, y contribuir a la documentación de políticas públicas que generen desarrollo más equitativo, es una de las preocupaciones de la comunidad científica en el continente americano.
Para combatir el crimen organizado y la violencia urbana, el mundo sigue escuchando propuestas no apoyadas meramente en lo policial y lo penal, sino en enfoques integrales y sociales amparados en reformas institucionales.
Por ejemplo, las posiciones de los investigadores económicos están centradas en la convicción de que debe haber soluciones sociales para combatir el crimen organizado.
Es decir, los gobiernos deben tener en cuenta que si el lucro económico que genera la criminalidad es un imán que atrae a muchas personas, en especial a las más jóvenes, para éstas debe ofrecer puntos de atracción consistentes y sostenibles que les convenzan y les garanticen la superación paulatina de problemáticas personales, familiares y sociales, y que les despierten sentido de pertenencia por sus barrios, sus comunidades y, en general, por la sociedad.
Esto con la finalidad de contrarrestar el sentido de pertenencia y el sentimiento de protección mutua (justicia privada) que se presenta dentro de las estructuras de la criminalidad organizada y dentro de las pandillas y bandas de barrio.
De no ser sostenibles las alternativas, el resultado obvio es que la reducción de la violencia no pasará de ser una quimera.
Dentro del interés creciente del mundo científico por contribuir mediante metodologías eficientes a esclarecer la trama de la relación entre criminalidad y economía, el investigador Chris Blattman de la Universidad de Chicago presentó un método basado en terapia e incentivos económicos que, de acuerdo con las evidencias que dio a conocer, permite reducir la criminalidad.
Esta metodología fue inicialmente experimentada por el equipo de Blattman en Liberia, nación africana que sufrió 20 años de guerra civil y que, desde 2006, vive bajo un gobierno democrático cuyas instituciones son aún débiles.
Las perspectivas muestran que el método es posible aplicarlo para situaciones de violencia urbana que se viven en Latinoamérica y en Estados Unidos. Actualmente está siendo utilizado en algunos barrios de Chicago y, próximamente, en México. Y no se descarta la posibilidad de implementarlo con guerrilleros desmovilizados en Colombia.
Reducción de comportamientos antisociales
Según Blattman –quien específicamente se ha dedicado a estudiar la relación entre inequidad, pobreza y crimen y a concebir estrategias que favorezcan a jóvenes de asentamientos informales afectados por altos niveles de violencia e inseguridad–, «este método ha logrado reducir entre un 30 y 50 por ciento los comportamientos antisociales de los jóvenes».
Este resultado no era predecible en un principio, afirma, por el ambiente plagado de animadversión que era el germen de entre 4 y 6 enfrentamientos cada semana en sus barrios.
En Monrovia, la capital del país africano, Blattman pasó una larga temporada conociendo y adaptándose al terreno, y luego de intensas pesquisas optó por seleccionar grupos no mayores de 20 muchachos que, en sesiones de 3 o 4 horas cada día, eran convocados a expresarse sobre lo que sucedía, por qué la ansiedad marcaba la rutina en su día a día, por qué se manifestaban mediante formas tan violentas, al tiempo que se les asignaban tareas básicas que apuntaban a desarrollar sus habilidades cognitivas.
Al cabo de ocho semanas, el equipo investigativo comenzó a detectar avances: muchachos más pacientes, con mayor capacidad de autocontrol y mayor identidad social.
Blattman afirma que en casos de estudio con duración de hasta un año, si la terapia es combinada con incentivos económicos, requeridos por los jóvenes para subsistir, aumenta el rango de efectividad. Aunque no desconoce la dificultad de mantener esos incentivos en el tiempo, sobre todo en ciudades con presupuestos precarios.
Ésta y otras muchas investigaciones que ya se conocen en el mundo, aseveró Blattman, “apuntan a predecir la violencia con el uso de datos y a cómo canalizar esos indicadores para adelantarse a los fenómenos criminales”.
Crimen y calidad del trabajo
Una segunda experiencia, compartida por el investigador brasileño Sergio Soares, estudió la relación entre el aumento de la criminalidad en Brasil y la apertura económica vivida en la reciente década de los años noventa.
Con herramientas matemáticas, el equipo del profesor Soares constató que en las regiones que experimentaron largos periodos de competencia extranjera se presentó un incremento en las tasas de los homicidios.
Esta situación es atribuida al deterioro del mercado laboral, caracterizado en ese periodo por la creciente falta de empleo y por la calidad precaria del existente.
Para Soares, en un país como Brasil, con los índices de criminalidad más altos del mundo, siempre para los gobiernos debería ser prioritario enfocarse en la calidad de los trabajos de las personas, como alternativa contra la inequidad que termina por servir de combustible a la generación de inseguridad y violencia.
«A pesar de que estamos en una de las regiones más violentas del mundo, no le prestamos la atención suficiente a esta relación entre crimen y la calidad del trabajo», concluyó.
La metodología de este estudio hace posible que casos similares a los de Brasil sean estudiados en otros países latinoamericanos, según dijo Soares.
Mito urbano
Y mediante las evidencias de un tercer estudio, liderado por el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y la Universidad del Rosario, el investigador colombiano Juan Vargas expuso que el hecho de que una persona o una comunidad sean pobres no aumenta las probabilidades de ser criminal o que estimule el crecimiento de los indicadores de violencia.
Calificó como un mito urbano la idea de que los ladrones son pobres o que por tener menores condiciones económicas tengan mayor probabilidad de robar, y planteó que con un seguro al desempleo es factible reducir las probabilidades de que las personas de estratos bajos, cuando pierdan el empleo, puedan convertirse en criminales.
Pero, si los niveles de pobreza no tienen una correlación directa con el crimen, se precisó que la inequidad y la injusticia si pueden conllevar a que comunidades y personas sean atraídas por expresiones de violencia y a condescender o reproducir algún tipo de desorden civil.