En reemplazo de los cultivos tradicionales como papa, arveja y cebolla, ahora se desarrollan agroecosistemas diversos con especies de hortalizas, aromáticas y cultivos como chuguas, cubios, acelgas, ajenjo y calabacín, entre otros.
Estas y otras iniciativas para la promoción de la agroecología, protección de los recursos ecosistémicos y la coherencia de objetivos colectivos son lideradas por organizaciones sociales en la región de Sumapaz, a lo cual se suma el fortalecimiento de relaciones de cooperación y confianza entre los diferentes actores externos.
Las organizaciones locales tienen conciencia de que es prioritario proteger el páramo, y que de las prácticas que tengan ahora y las de las próximas generaciones al cultivar su territorio dependerá que puedan seguir o no manteniéndose en él.
Así lo señala la investigación de Catalina Camacho Fandiño, magíster en Gestión y Desarrollo Rural, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), en la cual se analiza la configuración de la gobernanza territorial implícita en procesos de transición agroecológicos en la región mediante distintos indicadores.
En el estudio se aborda el territorio de Sumapaz, no solo por el ecosistema de páramos que lo rodea –que es muy importante para el país–, sino por la lucha que tanto las comunidades víctimas del conflicto como las organizaciones asentadas allí libran por la defensa del agua y distintas alternativas de transición agroecológica como forma de cultivar la tierra.
Terrenos frágiles
En este territorio se ha venido desarrollando especialmente la ganadería, que ha causado afectaciones por la compactación de los suelos, pues el ecosistema de páramos naturalmente es de suelo muy húmedo y frágil al pisoteo del ganado.
También se dan prácticas agrícolas, como el cultivo convencional de papa, arveja y cebolla, que trae consigo el uso de agroquímicos que contaminan las fuentes hídricas del páramo, y además se realizan las quemas de grandes extensiones de tierra para su preparación.
Además, se presentan plagas que han generado resistencia a los plaguicidas, por lo que ya no solo afectan los cultivos sembrados, sino también a la flora endémica de los ecosistemas, como los frailejones.
Según la investigadora, aunque estas prácticas han afectado el ambiente, también han generado una transformación en las comunidades y organizaciones.
Para el estudio se tomaron siete organizaciones en el territorio, a las cuales se les hizo un diagnóstico; después se construyó un cuestionario extenso con el que se trabajó tanto con los líderes como con los productores, lo que permitió recolectar la información sobre cómo cultivan y cuál es su visión del territorio sumapaceño.
En la investigación también se consideraron los actores externos, como la Gobernación de Cundinamarca, diferentes instituciones públicas y algunas ONG que influyen en el territorio, como el Jardín Botánico, algunas universidades y Asohofrucol, entre otras.
Niveles de gobernanza
Según la investigadora, la gobernanza territorial se proyectó a través de cinco dimensiones estratégicas: sostenibilidad, efectividad, participación, legitimidad y eficiencia.
Algunas organizaciones tienen diferentes niveles de gobernanza territorial; sobre estas se analizaron sus fortalezas y debilidades tanto locales como regionales.
Por ejemplo, las organizaciones presentan mayores debilidades en las dimensiones de participación y legitimidad, porque a pesar de que todos se involucran en los espacios de toma de decisiones, no se alcanzan las esferas de poder suficientes como para tener un empoderamiento fuerte en el territorio.
La legitimidad se entiende como la capacidad de creer en el proceso y lograr los resultados establecidos, entonces, aunque la mayoría de las organizaciones desarrollan prácticas de transición agroecológica, les hace falta llevar todas esas experiencias hacia el exterior, para que más productores y otras organizaciones las conozcan.
Agencia de Noticias UN