Por Virginia RIZZO
Licenciada en Ciencias del Ambiente – Directora del Observatorio Socioambiental (I.E.F.)
La pandemia generada a causa del COVID expuso a la población mundial a un estrés sin precedentes, al menos para las últimas generaciones que han habitado la tierra. Sobre un planeta que experimentaba los constantes desafíos y exigencias de la mega producción capitalista, sobrevino la crisis sanitaria del coronavirus.
Sin embargo hay que advertir que, desde ya hace mucho tiempo, el impacto del sistema humano imperante en la mayoría de las regiones del mundo había obligado a redefinir paradigmas, reorientando el conocimiento científico al surgimiento de nuevos campos de estudio, lo que brindó posibilidades epistemológicas a la reciente consolidación de las ciencias del ambiente.
En ese sentido, el paradigma ambiental constituye un vector que renovó enfoques en lo que hace a la tan básica relación entre el ser humano y su medio natural, filtrando los compartimentos estancos de aquella división tan profunda que realizó la ciencia hace siglos entre naturaleza y cultura, para posibilitar al hombre mensurar todo lo existente y económicamente explotable y deslindarlo, al mismo tiempo, de las responsabilidades morales en la forma en que estableció dicha relación de producción en el planeta.
Las ciencias del ambiente fueron capaces entonces de integrar temas, aportar nuevas preguntas y, lo más importante, direccionar los debates sobre el futuro del sistema socioeconómico universal. Una nueva concepción del mundo exigió redefinir los vínculos existenciales y entonces todo aquello que se notaba desequilibrado entre la actividad económica humana y el medio natural, dio espacio a lo que hoy concebimos como problemas ambientales.
Un desafío científico general
Claramente el flagelo sanitario del COVID plantea desafíos a campos científicos bien definidos, como la biología, la química y la medicina, pero sus efectos sobre el entramado y organización social mundial son evidentes: desde las dificultades económicas, pasando por la reorganización de las estructuras urbanas, la readecuación de conductas ciudadanas y la redefinición de los vínculos sociales, determinan un escenario de modificaciones sustanciales sobre el estilo de vida de las poblaciones que han decidido tomar cartas en el asunto, promoviendo estrictas medidas de aislamiento social.
Ahora bien, qué decir desde las ciencias del ambiente sobre este momento particular donde la población mundial experimenta un momento de vulnerabilidad excepcional. ¿Cómo pensar la crisis sanitaria desde la cuestión ambiental? ¿Qué preguntas y visiones podemos aportar desde este conjunto de saberes cuyos cuestionamientos involucran la relación entre la acción humana y el medio natural?
Hasta hace poco, algunas visiones extremas que ven en la actividad humana un instancia de depredación sin miramientos sobre todo lo que la rodea, llegaron a aventurar que la pandemia por el COVID podría ser una respuesta (física o metafísica) a los “malos usos” que el ser humano venía haciendo del planeta.
Lejos de caer en este paradigma reduccionista y negativista de la humanidad, que pertenece más al ambientalismo como postura militante que al corpus teórico científico que sustenta y concibe la relación dialéctica entre cultura y naturaleza, debemos decir que la cuestión ambiental correctamente planteada debe ser entendida como un programa de mejoramiento consciente de los estándares de vida y de las condiciones de existencia naturales, cuyo programa metodológico articula las políticas de desarrollo sustentable, entendiendo que la humanidad tiene mucho por mejorar, pero también para aportar positivamente a esa relación.
“Reactivar el mundo”
Hoy el problema es el COVID, pero el efecto de la pandemia no puede ser concebido sólo como un castigo moral o un reto que requiere la detención del mundo. Por el contrario, debe ser considerada un punto de inflexión, una oportunidad para revisar las prácticas que se venían dando (e imponiendo) en la actualidad y los tipos de organización social y económica planetaria. Una cuestión entonces es preguntarse de qué forma vamos a volver a reactivar el mundo.
Y cuando hablamos de “reactivar” no sólo debemos referirnos a la faceta económica mundial, sino también a la readaptación de nuestros esquemas de pensamiento, de organización social y de concepciones de producción y reproducción materiales y espirituales. Es verdad que el mundo no será el mismo a partir de este 2020, pero nada prohíbe que aquellas propuestas que venían presentándose en forma incipiente en enunciados, programas de desarrollo o pruebas piloto, tengan una mayor recepción en la moderna empresa y los ámbitos de toma de decisiones gubernamentales.
En otra ocasión nos referimos a la propuesta de la economía circular como un medio para redefinir las estrategias de producción, circulación y consumo tradicionales y como estas novedosas nociones entroncan perfectamente con el amplio programa que propone el desarrollo sustentable. Entones, cuando haya que reactivar reasignando y readecuando recursos para tal fin, no sería un momento propicio para hacerlo planteando estos nuevos aportes. Más de un nicho de producción podría pensarse desde esos postulados alternativos y seguramente no faltarán ideas y la generación de esquemas de inversión para concretarlo.
La pandemia: un desafío y oportunidad para la sustentabilidad urbana
En un mismo sentido, habría que preguntarse por la modificación de las conductas de los habitantes de las ciudades que sufrieron la parálisis por la cuarentena, más allá de los cambios en la fisonomía general de los grandes conglomerados urbanos, en los que habrá que realizar seguramente el ejercicio de revisar imágenes previas y posteriores a la pandemia para realizar un diagnóstico de las secuelas que habrá dejado este 2020.
En este esquema de perturbación general, habrá que estar atentos a las formas en que la pandemia operó en las mentalidades e imaginarios de la población urbana y cuestionarse hasta que punto, dichos efectos, no significan también una oportunidad para aprovechar la sensibilidad general para plantear algunos cambios que se veían necesarios incluso antes de experimentar los efectos del COVID, como las condiciones de transitabilidad en el transporte público y privado, las medidas de seguridad y resguardo en los espacios públicos, los dispositivos de organización comercial y los esquemas de desarrollo de los eventos públicos, espectáculos y entretenimiento, los que dependerán de una redefinición de las pautas de consumo económicas y también culturales.
Y esta oportunidad es posible que se dé en una conjugación de lógicas de la necesidad. Existirán aquellas políticas públicas ya desarrolladas que tendrán un campo de acción más liberado de las clásicas reacciones de los esquemas de producción y reproducción consolidados, los que suelen observar los preceptos de la sustentablidad como un problema, en lugar de dimensionar los beneficios de una conversión progresiva capaz de ser más amigable con los equilibrios ecosistémicos que exigen los tiempos actuales.
Pero por otra parte, habrá seguramente una mayor presión o apertura ciudadana hacia la demanda de políticas públicas específicas, destinadas a la revisión de las prácticas de sociabilidad y de reproducción de los atributos y funciones del Estado en lo que hace a la organización administrativa y burocrática: nuevos esquemas de atención al público, simplificación de trámites administrativos, desarrollo de plataformas digitales para la concreción de trámites en forma remota, etc.
Otro tanto ocurrirá seguramente con la normativa en lo que hace al control urbano de la actividad económica en su faceta formal, pero sobre todo en la informal, que muchas veces carece de marcos regulatorios que tengan por objeto la seguridad de estos trabajadores cuentapropistas o de quienes realizan actividades que reciben donaciones por parte del público.
En definitiva, una oportunidad no para regular en el sentido de ejercer un control punitivo de la actividad general de las ciudades, sino en el interés general de acompañar actividades y conductas que sean más propensas a adaptarse a los requerimientos de la sustentabilidad. En ese sentido, lo informal será siempre más maleable y fácil de transformar que lo reglado, que tenderá siempre a generar cierta reacción a los cambios.