En el amplio escenario de la literatura urbana, El Caminante de Matthew Beaumont aparece como una obra de profunda relevancia, una exploración detallada y meditativa de la experiencia de caminar en la ciudad. Publicado en 2020, este libro no solo se centra en la simple acción de caminar, sino que utiliza este acto como un prisma a través del cual se pueden examinar las complejidades de la vida urbana, la alienación moderna y la conexión con el entorno.
Matthew Beaumont se convirtió en profesor titular en 2008 y profesor de literatura inglesa en 2016 en la University College de Londres UCL. Es actualmente codirector del Laboratorio Urbano de la UCL, donde es responsable de la sección de Imaginarios de ciudades. Los intereses de Beaumont se concentran en diversos aspectos de la ciudad metropolitana, especialmente Londres.
El Caminante está configurado con una serie de capítulos sobre escritores como Poe, Chesterton, Dickens, Ford, Wells y Woolf, todos los cuales han puesto la experiencia de caminar en la metrópoli en el centro de sus intentos de entender y representar la modernidad. Beaumont también ha trabajado en un proyecto de libro sobre el papel del insomnio en la literatura, la pintura y la filosofía de los siglos XIX y XX.
El Caminante se inscribe en una larga tradición literaria y filosófica que explora el acto de caminar como un medio para comprender el mundo. Desde el flâneur de Charles Baudelaire, que vagaba por las calles de París observando la vida urbana, hasta los paseos filosóficos de Jean-Jacques Rousseau, caminar ha sido una práctica que revela la relación entre el individuo y su entorno. Beaumont retoma esta tradición, pero la adapta a la realidad contemporánea, donde las ciudades han crecido y cambiado hasta convertirse en lugares de complejidad extrema.
Beaumont comienza su obra reflexionando sobre la figura del caminante, situándola en la literatura y la cultura occidental. Para él, caminar es una forma de resistencia frente a la velocidad y la productividad exigidas por la vida moderna. En un mundo donde la eficiencia y el consumo parecen dominar todas las esferas, caminar sin rumbo, sin un propósito definido, se convierte en un acto casi subversivo. Es una manera de retomar el control del propio tiempo y espacio, de reivindicar la experiencia humana en medio del caos urbano.
No hay “pasos perdidos” cuando se camina, dice Beaumont. “Es el principio rector por el que, como caminante comprometido, incluso devoto, me gusta regirme. Por lo que a mí respecta, ningún paseo es baldío, a diferencia, por ejemplo, de un viaje en coche. En una ciudad —sobre todo una dominada por los automóviles, que son medios de transporte más individualistas que colectivos y más privados que públicos— caminar es lo que habitualmente me hace sentirme vivo. Me hace sentirme vitalmente conectado con los incesantes circuitos de energía de la ciudad y, a la vez, sutilmente desconectado de ellos. Es estimulante y narcótico”, añade.
En este sentido, el libro de Beaumont es también una meditación sobre la historia urbana. Mientras caminamos por la ciudad, dice, estamos siguiendo los pasos de innumerables generaciones anteriores, cada una de las cuales ha dejado su huella en el paisaje urbano. Esta perspectiva histórica ofrece una forma única de conectar con el pasado y comprender el presente. Beaumont nos invita a mirar más allá de la superficie, a ver la ciudad como un lugar lleno de significados ocultos, historias no contadas y vidas pasadas.
Beaumont explora cómo la ciudad moderna, con su ritmo frenético y su falta de comunidad, puede llevar a una sensación de desconexión. El caminante, que en otro tiempo podía sentirse parte de un todo más grande, ahora se enfrenta a una ciudad que a menudo se siente deshumanizada y fría. Esta soledad, sin embargo, no siempre es negativa. Beaumont sugiere que el acto de caminar en soledad puede ser una forma de introspección, una oportunidad para desconectar del ruido del mundo exterior y conectar con uno mismo.
El libro también aborda el tema de la gentrificación y cómo afecta a los caminantes urbanos. A medida que las ciudades cambian y los barrios son remodelados para atraer a nuevas poblaciones más ricas, los espacios para caminar libremente a menudo desaparecen. Beaumont nos recuerda que caminar es un derecho y que, en muchos sentidos, es una forma de reclamar la ciudad para todos, no solo para los que pueden permitirse vivir en ella.
Muchos de estos escritores y pensadores vanguardistas retomados por Beaumont en su libro están convencidos de que la calle es, por encima de cualquier otro sitio, el lugar que aporta lo que André Breton llama en el ensayo que abre Les pas perdus (Los pasos perdidos) los “desvíos inesperados” que determinan una vida en las condiciones de la modernidad capitalista. “La calle, con sus cuidados y sus miradas, era mi verdadero elemento”, declaró Breton, “allí podía probar, como en ningún otro lugar, los vientos de la posibilidad”. La calle, lugar de las gestiones más rutinarias, como hacer la compra, es también un laboratorio social en el que se pueden poner a prueba todo tipo de potencialidades utópicas.
La calle es el reino de lo trivial, pero, como sugiere el origen etimológico de esta palabra en inglés, que proviene del vocablo en latín para el lugar en el que confluyen tres caminos, normalmente en los volátiles márgenes de la ciudad, donde se congregan y circulan inmigrantes de todo tipo, es también un lugar de experimentación social dinámica. Es un punto de intersección, cruzado por pies inquietos, repleto de posibilidades creativas para la vida colectiva.