La ciudad resulta ser un laboratorio en el que los espacios a los que acceden las mujeres posibilitan el análisis sobre sus derechos.
Observaciones participantes y no participantes, recorridos etnográficos y entrevistas a profundidad fueron las herramientas de investigación con las que la licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública y doctora en Antropología, y defensora de Derechos Humanos, Karime Suri Salvatierra, analizó la relación entre la desigualdad del acceso al espacio que viven las mujeres en Ciudad de México.
Para la académica e investigadora “las mujeres han sido invisibles en el campo urbano y por lo tanto han visto vulnerados sus derechos de uso, tránsito y apropiación de los espacios públicos, pero son, sin lugar a duda, hacedoras de ciudades que demandan legítimamente su reconocimiento como habitantes urbanas”.
El espacio público, visto como un campo en el que lo simbólico se manifiesta, incluida la violencia simbólica que cargan las mujeres desde espacios como el privado y aún más el espacio doméstico; evidencia, según la investigadora de las desigualdades, particularmente las de género, “puesto que hay evidencia de políticas públicas urbanas que han reforzado los estereotipos sobre las mujeres como usuarias itinerantes con presencias limitadas en la ciudad”.
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A través de diversas entrevistas con mujeres de diferentes edades y condiciones sociales, la investigadora constató que desde el hogar tradicional mexicano se heredan distintas formas simbólicas que ‘encierran’ a la mujer en una suerte de ‘destino’ hacia el cuidado del hogar, la atención de los hombres y un limitado acceso al espacio público, ya sea porque no es visto por la moral local como adecuado que las mujeres socialicen en el espacio público como también por asuntos de seguridad ciudadana; entre otros.
“Pues a veces sí me dan mis ataques de rebeldía; sí se lo he señalado más a mi mamá, y ahorita a mi papá, de que… pues no siempre vamos a estar haciendo las cosas nosotras, y, este… pues como que también traía esa costumbre mi mamá, por parte de mis abuelos, porque pues… mi abuela era la que atendía a mi abuelo; le da de comer a mi abuelo, siempre le limpiaba la casa; entonces como que esa tradición se la quedó mi mamá y pues… sí ha costado trabajo, tanto de mi hermana como de mi parte, quitársela”, dice una de las mujeres, de 24 años de edad que vive en los límites de la colonia Barros Sierra, en la actual alcaldía Magdalena Contreras, en el sur de la CDMX.
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Otra de las entrevistadas por la licenciada Salvatierra, relata cómo su madre trabajaba todo el día y por ello siempre estuvo en actividades adicionales luego de asistir a la escuela, limitando al extremo sus socialización e interacción al espacio público debido al temor de su mamá hacia los peligros de la calle.
Sin embargo, considera la autora, el acceso al espacio no pude ser visto como un participación o disfrute fragmentado sino un ‘devenir’ en el que las mujeres transiten de manera natural, segura y haciendo uso de todos sus derechos, incluidos los que abordan el que la ciudad, su diseño y su espacio, sean construidos también para ellas.
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“Para revitalizar las ciudades y sus espacios públicos es necesario hacer la historia tanto de las tareas del cuidado de los otros y la reproducción de lo social, que han estado a cargo de las mujeres, como de la manera en que han sido marginadas como parte decisoria de lo urbano, ya que solo han sido tratadas como gestoras de servicios y no como creadoras activas con propuestas de políticas urbanas”, enfatiza Salvatierra.
Para ella, la denominada geografía del género que sitúa el espacio público como lo masculino y lo femenino como lo privado; ha complejizado el análisis de la relación entre género y espacio y fortalecido esa asignación de un lugar distinto para cada uno.
Con ello se ha estado impidiendo que la socialización que aportan las mujeres a la ciudad, se consolide, evitando que esa ocupación del espacio por ellas, destruya las habituales relaciones de poder, deteriore lo inequitativo del reparto de las obligaciones domésticas y por el contrario se estimule el acceso al derecho femenino de disfrutar de la ciudad, no solo a lo atinente a sus responsabilidades domésticas, sino a lo “festivo, a la intensidad e incluso el riesgo de la ciudad”.