En una semana entre enero y febrero en Medellín perdimos personas que nos hacían falta en el barrio Ferrini, en el Pesebre, Caicedo, Girardot, San Germán, Moravia, Calle Nueva, Estadio, Cristo Rey, El Picacho, Tenche, San Benito.
Juan Carlos, Wilson Alexander, Alejandro, Lois, Luis Fernando, Esneider, Jorge Iván y Juan Esteban ya no están aquí y en la ciudad no nos sobraban.
Las familias Castro, Ríos, Agudelo, Pineda, Cinel, Ibargüen, Pérez, Londoño y Colón pasaron por el dolor más grande, un dolor que nunca se irá del todo y que llegará hasta varias generaciones.
Niños de 15 años asesinando a un niño de 14 años. También unos celadores terminan matando a un probable ladrón. Todos somos asesinos cuando aceptamos que a los ladrones hay que matarlos.
Puede haber unas instrucciones para asesinar a un adolescente que está robando, a un ser humano que está equivocado y hoy podemos arrancar con un borrador resumen:
Muera un poco, enfríese por completo, desacralice la muerte y haga de la vida algo completamente individual y egoísta. Todos hemos tenido asco, miedo y frustración en esta ciudad, pero tenemos que buscar juntos otro camino. A todos nos da ganas de eliminar y muchos hemos sentido un deseo momentáneo de una agresión grave.
Medellín también descuartiza, deja tirados sus muertos y los guarda o envuelve: “Envuelto en una sábana”, “envuelto en un costal”, “envueltos en cobijas.” Significativamente los informes policiales llegan a ser muy respetuosos, pero no todos los medios: al escribir, al titular y al publicar vuelven a descuartizar cuando un cadáver empieza a ser una cosa y las partes de un cuerpo amado no se vuelven a integrar en la dignidad de la historia de una persona que era hijo.
En el primer relato al que tenemos acceso -el judicial- no sabemos de algunas familias, no sabemos de algunos nombres, pero la tierra siempre está ahí, el barrio sigue guardando la amargura de la que no es culpable.
También a estos no identificados los hacemos nuestros por un momento o muy levemente por siempre leyendo, reescribiendo y pronunciando algo:
“Cabello rubio tinturado y tenía un tatuaje en su mano izquierda”, “tez trigueña, barba baja y un tatuaje de la cabeza de un águila en el hombro izquierdo un tatuaje.”
El último muerto descansará tranquilo habiéndonos enseñado a parar el homicidio -como una decisión colectiva-.