Persistimos en la equívoca noción de entender solo la educación como un camino a la competitividad.
Sinuoso estado de las cosas cuando niños y jóvenes son arrojados en un mundo confuso y desolador, y la educación no sirve para salvarlos de que ese mundo los aplaste.
Recientemente hemos sido testigos de imágenes que nublan la razón, arrugan el corazón y nos hacen preguntarnos sobre la importancia de abrazar a niñas, niños y jóvenes.
Es necesario revolucionar la educación para invitar a la medición de resultados, algunos indicadores relacionados con la salud corporal, la claridad mental, el equilibrio emocional y la conexión con el universo. Este tipo de cálculo nos permitiría darnos cuenta del valor real de la educación, en términos del desarrollo a plenitud y, sobre todo, de la capacidad de conversar, manejar emociones y resolver conflictos sin el uso de la violencia.
Varias noticias en los últimos días, que involucran a niños, niñas y jóvenes, han prendido de nuevo las alarmas. Algunos eventos locales como la pelea con puñal, a las afueras del colegio, entre niñas estudiantes de 14 y 15 años del Inem en Medellín, y otros, que le dan la vuelta al mundo, como el del joven de 19 años que asesinó a 17 personas, entre profesores y alumnos, del Marjorie High School, en Florida.
¿Existen elementos comunes en estos eventos? Sí, más de los que quisiéramos. Y revelan fracasos de la sociedad, tal como la concebimos hoy. Nos hablan, por ejemplo, de niños, niñas y jóvenes que no manejan sus emociones y encuentran en la violencia una manifestación de sus frustraciones, miedos y dolores.
También nos ponen de presente cómo las armas son un factor de poder en manos de menores, en un mundo que les ha otorgado a estos artefactos el dominio del sometimiento y el miedo.
Estas situaciones ponen en evidencia tanto a los colegios, escenarios de actos crueles y sin explicación, ante la mirada atónita e impotente de todos, como a las redes sociales. Estas demuestran su incapacidad para ver lo sintomático de la violencia en el lenguaje de nuestros niños y niñas.
Ante ello, ¿nos seguimos preguntando por la calidad de la educación, en función de resultados en matemáticas, lenguajes y ciencias? Persistimos en la equívoca noción de entender solo la educación como un camino a la competitividad, y no con el mismo énfasis como la ruta para tejer comunidad en la empatía, la colaboración y la proximidad.
Este es un llamado para quienes nos preocupamos por educar a nuestros niños y niñas: padres, escuela, sociedad, organizaciones, empresas, líderes, en fin, a todos los que tejemos ciudad.
No hay posibilidad de lograr mejores resultados en la educación si no empezamos por poner en claro qué es lo que queremos que ofrezca, cuáles son sus prioridades, y devolverle su principio de existencia: educere, encaminar para sacar lo mejor de cada uno.
Educar será un fracaso si no dirigimos nuestros esfuerzos a la verdadera búsqueda: la vida en sociedad, especialmente ahora, cuando hay un riesgo latente de que olvidemos de qué se trata.
Claudia Restrepo
Educación y Hábitat.
Publicado originalmente en Diario Portafolio