Hace algunas semanas tuvimos la oportunidad de visitar la planta de tratamiento de agua y represa “Federico Boquín” en Tegucigalpa, una de las principales fuentes de suministro de la capital hondureña. Mientras caminábamos con el alcalde de esta ciudad, “Tito” Asfura, quien nos acompañó durante la visita, discutimos sobre la relevancia de este recurso.
“El agua es vida”, mencionamos en algún momento. Dicho de otra forma, es un elemento clave para el desarrollo de todos los países, pues la falta de acceso a este recurso y una mala calidad pueden tener consecuencias sobre aspectos tan importantes como la salud, la seguridad alimentaria y el medio ambiente.
Lo vemos a diario en el Corredor Seco centroamericano, área que abarca desde el sur de México hasta Panamá, donde según datos del Programa Mundial para la Alimentación (PMA) de 2018, seis de cada 10 hogares sufren inseguridad alimentaria. Asimismo, el 33 % de la población que habitaba en ese corredor en 2016 necesitó asistencia humanitaria por escasez de alimentos y pérdidas en la producción por falta de agua, de acuerdo con la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Para hacer frente a esta realidad y combatir, entre otros, los efectos del cambio climático, países como Honduras han apostado por estrategias a largo plazo. En concreto, el Gobierno ha mostrado su interés en sustituir las respuestas de emergencia por inversiones integrales que aborden las vulnerabilidades existentes en el Corredor Seco y mejoren la resiliencia de las personas que viven en esta zona y dependen de recursos naturales como el agua, los bosques y el suelo.
El agua es también fundamental para el sector agrícola, un motor de crecimiento que desde el Banco Mundial apoyamos a través de iniciativas como el Proyecto de Competitividad Rural, implementado también en Honduras.
Impactos en la demanda y la oferta
Precisamente por la relevancia que tiene el agua en la zona – que vive desde 2009 una fuerte sequía debido a cambios en los patrones de lluvia-, resulta esencial garantizar su almacenamiento y sostenibilidad. Esto tiene efectos por el lado de la demanda y de la oferta.
En el lado de la demanda, es importante tener en cuenta que aumentará cada vez más debido a la creciente urbanización. Según el informe del Banco Mundial “Estudio de la Urbanización en Centroamérica: Oportunidades de una Centroamérica Urbana”, se prevé que en la próxima generación un 70 % de la población viva en ciudades, en comparación con el 59 % actual. Esto conlleva unos retos sin precedentes, entre los cuales el suministro de agua y saneamiento figuran entre los más urgentes.
Otro de los factores que afectan la demanda de agua es la creciente industrialización en algunos países. Según datos de Naciones Unidas, la industria y la energía juntas representan el 20% de la exigencia de ese recurso.
La disponibilidad de agua requiere también tener en cuenta aspectos clave por el lado de la oferta. Por un lado, se necesita infraestructura adecuada. Es decir, construir o rehabilitar instalaciones. Según el informe del Banco Mundial “Monitoreo de los Avances del País en Agua Potable y Saneamiento” (MAPAS), de 2014, los países centroamericanos deberán invertir al menos el 0,41 % de su PIB anual para poder alcanzar los compromisos asumidos dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) en este ámbito. Para contribuir a ello, en Honduras el Proyecto de Modernización del Sector Agua y Saneamiento (PROMOSAS), del Banco Mundial, contribuyó con 40 millones de dólares a mejorar el acceso al agua en nueve ciudades del país.
La infraestructura sola, sin embargo, no será suficiente. El otro aspecto clave es la construcción de capacidad institucional para poder garantizar que las inversiones en el sector se realizan de la manera más eficiente.
Para poder atender los retos del lado de la demanda y de la oferta será necesario actuar desde diferentes sectores y niveles. Por un lado, desde los gobiernos central, regional y locales, lo que implica apostar por la descentralización. Y por otro, una mayor participación del sector privado, sumado a la cooperación internacional, que puede seguir apoyando. También será necesaria la coordinación regional dado que los retos asociados al agua en el Corredor Seco trascienden las fronteras de cada país, puesto que muchas de sus cuencas son compartidas.
Además de garantizar el acceso y la calidad del agua, será importante que el servicio tenga un precio adecuado, sobre todo para las personas más vulnerables. Para ello resultará esencial evaluar la aplicación de subsidios y, sobre todo, ver si estos están focalizados de forma correcta.
Todo esto requerirá consenso de los diferentes agentes y organizaciones involucradas en el sector hídrico. Solo así podremos seguir con el progreso logrado en los últimos años, con ejemplos como el de El Salvador, donde la cobertura de agua potable pasó del 70 % en 1990 al 93 % en la actualidad; o los casos de Honduras y Panamá donde el acceso a agua potable llegó al 92 % y 95 % respectivamente, un incremento en comparación al 74 % y 84 % que se registraba en 1990, según datos del Programa Conjunto de Monitoreo del Abastecimiento de Agua y del Saneamiento de Naciones Unidas.
Mantener este avance y afrontar los retos que todavía están por delante nos recuerdan que ahora es el momento para seguir trabajando en la mejora de la seguridad hídrica en Centroamérica.
Columna publicada originalmente en Blog del Banco Mundial