Por Virginia Rizzo
Lic. en Ciencias del Ambiente
Instituto de Estudios Fueguinos (I.E.F.)
Directora del Observatorio Socioambiental
Convivimos en la actualidad con gran variedad de ciencias que se dedican a estudiar diferentes aspectos del planeta tierra. En cualquier enciclopedia o manual introductorio que presente la gran variedad de campos del saber, puede encontrarse la discriminación entre aquellas disciplinas que requieren de prácticas y técnicas en laboratorios especializados y otras que dependen más de la observación y el trabajo de campo en la comunidad. Hablar de “trabajo de campo” equivale a decir que el investigador debe abandonar su gabinete de estudios y visitar los lugares donde ocurren los problemas. Recorrer las calles de la ciudad, adentrarse en los ámbitos suburbanos, visitar los espacios rurales o ingresar a perímetros baldíos.
Durante mucho tiempo perduró la tradicional imagen del científico como aquel ratón de biblioteca que con guardapolvos blanco y lentes con exacerbado aumento, pululaba despeinado entre tubos de ensayo, mecheros, pipetas y matraces. Y quizá en los ámbitos académicos o profesionales particulares, algo de eso pueda seguir viéndose aún hoy.
Pero existe también una faceta científico profesional que se encuentra empleada en la gestión pública. Como empleado entonces de una dependencia administrativa de cualquier entidad estatal, el científico pasa a convertirse en el imaginario comunitario en un burócrata de planta funcional al que tradicionalmente se lo suele denominar “miembro de un equipo técnico”.
¿Despolitizar una ciencia politizada?
Para mencionar un ejemplo concreto, quienes nos desempeñamos en el campo de las ciencias del ambiente en relación con el ámbito de la gestión pública, convivimos con constantes tensiones a las que solemos clasificar como problemas ambientales. Y en ese marco, el de la realidad que exige solucionar las problemáticas comunitarias del impacto ambiental, las fronteras entre lo académico y lo civil (en el sentido más amplio del término) se diluyen, porque es justamente en la esfera de la materialización de las políticas públicas, cuando la ciencia demuestra que no es un campo impoluto o “apolítico”, como muchos científicos gustan en definirse.
«Hay que evitar la politización de la ciencia», expresan algunos círculos de la intelectualidad vernácula, pero finalmente la realidad termina imponiéndose, sencillamente porque como explicaron los griegos en la antigüedad, el hombre es un animal político. En todo, caso, el planteo debería ser: ¿Conviene despolitizar una ciencia que desde sus orígenes está politizada?
Vista en estos términos, debemos precisar que muchas veces se pasa por alto que las cuestiones ambientales abarcan un universo infinitamente más complejo que las simples ansias de conservar el estado originario de la naturaleza. Sin ir más lejos, una de las facetas ambientales más importantes es precisamente la cuestión urbana, ámbito donde se producen la mayor cantidad de problemas ambientales percibidos como tales.
Pensar en cómo solucionar los problemas ambientales de nuestras ciudades, nos exige siempre embarrarnos en la realidad y es allí donde encuentran sus límites los esquemas estereotipados y las soluciones mágicas. En la cuestión urbana, por ejemplo, puede existir una política pensada y consensuada por los mejores especialistas del momento, pero si no es acompañada por la totalidad del entramado social y una conducta de apego y legitimación de la población, seguramente estará destinada al fracaso.
Un ejemplo ambiental en el sur argentino
Ponderemos el caso del sistema de residuos en la ciudad de Ushuaia (Capital de la Provincia argentina de Tierra Del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur). Algo tan sencillo como no conocer la clasificación de los tipos de residuos, la carencia de hábitos de consumo saludable y el desconocimiento de los dispositivos de regulación y educación ambiental, pueden llevar a que la política más simple de tratamiento de residuos fracase.
Usualmente, algunos profesionales suelen visitar el relleno sanitario de la ciudad de Ushuaia y aunque en esta pequeña localidad de menos de cien mil habitantes, la población esté familiarizada con el término, hablar de relleno sanitario y no de basural es un parte aguas en lo que hace a una moderna conducta ambiental.
El relleno sanitario de Ushuaia es una obra de ingeniería que incorpora una serie de métodos para que la disposición del residuo sea controlada y no esté en contacto con ningún recurso natural (fundamentalmente, el agua y el suelo). Por el contrario, en el basural tradicional no se ejerce ningún tipo de control y no se cuenta con ningún dispositivo que cuide de la contaminación el espacio donde está implantado.
Pero correlativamente con dicha obra ingenieril, el éxito del dispositivo requiere del sostenimiento de ciertas conductas y practicas ciudadanas sin las cuales sería imposible sostenerla, en las que se ejerce un juego de control y autocontrol entre la sociedad civil, las lógicas empresarias, los circuitos de comercialización y consumo y la regulación y gestión gubernamental.
En ese sentido, por ejemplo, se aconseja que la legislación genere el marco de regulación no desde la inmediata instancia del castigo, sino acompañando redes de sentidos de consumos responsables. Y desde ya, se espera que el ámbito científico colabore, no generando esquemas perfeccionistas alejados de la cotidianeidad, sino yendo al corazón de la producción de los residuos; esto es, desembarcando una metodología realista en los barrios donde vive el ciudadano sin cuyo aporte, el acto ambiental responsable se torna imposible.
Pocos dispositivos educan ambientalmente como una adecuada metodología fortalecida en el trabajo de campo, máxime si no se pierde de vista que la generación de residuos le ocurre a todos los seres humanos del planeta. Desde ya que en Ushuaia también se educa ambientalmente realizando visitas y talleres en instituciones como escuelas, secundarios, hospitales, salas médicas, etc. Y todo ello apoyado con instancias de difusión en los medios de comunicación que apuntalan los esfuerzos de los agentes involucrados en la transmisión de las pautas de consumo responsable y saludable.
Profesionales de la gestión pública
Mencionamos lo anterior, porque hay que sincerar algunas cuestiones para arribar a diagnósticos que apunten a la superación de los problemas coyunturales y eviten las instancias de las muchas veces estériles discusiones mediáticas. El profesional que no se compromete con la problemática barrial no suele involucrarse en forma efectiva con el problema ambiental real. Y en ese sentido, está demostrado que desde un simple escritorio, por más que se cuente con todos los recursos económicos del mundo, no se solucionan los problemas.
Si las empresas muchas veces devuelven en forma de responsabilidad social empresaria los impactos que generar con su actividad, por qué no extender esa norma a los profesionales, que deben recibir esa impronta en los centros de educación superior.
Hasta tanto el nivel educativo superior no sea capaz de preparar a sus egresados en científicos u hombres de ciencia al servicio de la necesidad colectiva, hasta que no los prepare para involucrarse y sensibilizarse con el prójimo, lejos estaremos de poder consustanciarnos con las políticas ambientales que requiere el mundo contemporáneo. Es que muchas veces, la participación de profesionales (científicos) en la gestión pública, su involucramiento en las problemáticas inmediatas y sensibles de la población y su interés por realizar un trabajo territorial surgen más de una actitud personal que de una impronta adquirida de manera sistémica.
Nos dirán que se trata de un planteo idílico e ingenuo. Nos dirán que la Ciencia es “apolítica” y que la ética hay que dejarla para otros ámbitos. No todos los profesionales pensamos igual. Las cuestiones ambientales nos enseñan día a día que debe existir en las áreas técnicas de la gestión pública especialistas sensibles a su objeto de estudio y sus áreas de incumbencia, máxime cuando es la calidad de vida de sus conciudadanos, la de sus vecinos, lo que está en juego.