América Latina ha avanzado mucho en la última década: las tasas de pobreza han bajado, y los ciudadanos hoy tienen más educación y mejor salud. Sin embargo, el crimen sigue siendo dramático.
Con una tasa promedio de más de 21 homicidios por cada cien mil habitantes, América Latina y el Caribe es una de las regiones más violentas del mundo. Alrededor de 40 de las 50 ciudades con mayores tasas de asesinatos del planeta se encuentran en nuestra región. ¿Por qué nuestro desarrollo económico no se ve reflejado en la seguridad de nuestras calles?
El crimen y la violencia, más que desafíos de seguridad, son desafíos de desarrollo. El crimen no solo inhibe el desarrollo económico de nuestros países, sino también afecta el día a día de las personas, determina donde vivimos, por dónde transitamos, y a qué hora salimos. Ese miedo se ve reflejado en las estadísticas: los latinoamericanos consideran que la principal problemática a la que nos enfrentamos día a día es la inseguridad, seguida por el desempleo.
¿Dónde estamos en la lucha contra el crimen?
A pesar de los avances en materia de seguridad ciudadana, todavía hay mucho que no sabemos. ¿Cuáles son las causas de los altos niveles de crimen y violencia en nuestros países? ¿Qué hemos hecho en la región para enfrentar este enorme reto? ¿Qué intervenciones han funcionado y cuáles no y por qué?
El crimen tiene múltiples causas, y por lo tanto existen múltiples políticas públicas para resolverlo. Ninguna variable explica por si sola la criminalidad. Es más, zonas con características sociodemográficas y económicas similares pueden registrar niveles de criminalidad muy diferentes. Para mejorar la implementación de las políticas públicas, es necesario conocer lo mejor posible el perfil de las poblaciones y adecuar los programas al contexto de cada territorio.
Los puntos calientes del crimen. Las intervenciones en materia de prevención social se están orientando cada vez más hacia programas en barrios conflictivos para generar cambios en el comportamiento de los individuos. Los diseños de estas intervenciones se basan en las teorías ecológicas que concluyen que la ciudad propicia el surgimiento de la delincuencia, en especial en aquellos territorios donde hay hacinamiento, deterioro de los núcleos familiares, falta de control social, cercanía con zonas industriales, desempleo y decaimiento urbano.
El rol estratégico de los gobiernos locales. La participación de los gobiernos locales en la tarea de la prevención de la violencia es fundamental dado su detallado conocimiento del territorio y su relación con los actores relevantes. La participación de la comunidad también es clave en la implementación de políticas públicas de seguridad para garantizar transparencia del uso de recursos, por ejemplo a través de veedurías ciudadanas.
Mas policía, mejor formada y con estrategias sólidas de vigilancia. En los últimos tiempos se ha sofisticado el reclutamiento y la formación policial, el análisis de información estadística criminal, y los modelos de patrullaje y ética policial. Entre las nuevas estrategias de seguridad ciudadana están la acción policial profesional, acción policial en equipo, vigilancia barrial y vecinal, ventanas rotas, policía comunitaria, hot spots, entre otros.
Las prisiones como escuela del crimen. Las prisiones de América Latina y el Caribe tienen hoy altos niveles de hacinamiento, y muchos presos permanecen privados de libertad pendientes de recibir sentencia, y se carece de recursos materiales y presupuestales para una correcta gestión penitenciaria. Muchas cárceles están de hecho controladas por grupos criminales y no poseen divisiones apropiadas entre delincuentes de diferentes peligrosidades. El tema de las prisiones y la resocialización de los privados de libertad en la región fue desatendido durante años. Actualmente, el crecimiento constante de la población carcelaria y las deficiencias en su resocialización han hecho que la cárcel sea un tema privilegiado de estudio de los centros de criminología.
¿Qué funciona y qué no? Midiendo el impacto. Algunas estrategias parecen haber tenido algún éxito como la atención a la primera infancia, la conciliación tras altercados entre vecinos, las políticas de integración urbana o la organización del patrullaje policial. Por el contrario, otras medidas como la mano dura contra pandilleros no han registrado resultados positivos. A pesar de los avances, las políticas y programas de seguridad ciudadana no siempre son evaluados, y aquellos que sí han sido examinados presentan resultados desiguales. Sin evaluaciones sólidas, resulta difícil que los tomadores de decisiones tengan información adecuada para decidir cómo articular políticas de seguridad efectivas.
Una carrera de fondo
Aunque no existen fórmulas únicas para la formulación de políticas públicas en seguridad ciudadana dadas las realidades de cada país, la experiencia regional demuestra que es esencial abordar los problemas de inseguridad de manera sistémica. Eso se logra a través de intervenciones intersectoriales, como las estrategias sociales, mayor eficiencia de lo aparato de justicia y policía, y fortalecimiento de nuestras comunidades.
Columna publicada originalmente en Blogs del BID