Conventillos en Argentina, Uruguay y Chile; vecindades en México; inquilinatos en Colombia; no importa el nombre, son la única opción de vivienda para miles de latinoamericanos. Entrevista con la socióloga colombo-francesa Françoise Coupé, docente e investigadora sobre este tema.
Cuatro migrantes haitianos se aprietan en el limitado cuartucho, con piso de tierra, de un conventillo en Santiago. Tres venezolanos duermen incómodos en un cuarto de tres por tres metros en un inquilinato del Centro de Medellín. En Santa Rita (Misiones), un conventillo hecho de madera, arde por un cortocircuito que deja sin hogar a 42 personas integrantes de seis familias.
En el norte del continente y según datos del Instituto de Asistencia e Integración Social (Iasis), de la Secretaría de Desarrollo Social de la ciudad de México -con base el último Censo de Población y Vivienda (2010) realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)-; la megaciudad tenía en ese año, cerca de 150.000 espacios en vecindades.
Chile, Argentina, México o Colombia. Migrantes internos o internacionales; desplazados por los conflictos o las condiciones económicas en zonas rurales; indígenas en busca de oportunidades en las urbes; personas solitarias o expulsadas de sus familias; habitan a lo largo del continente y sus ciudades, este tipo de vivienda compartida que a pesar de tener distintos nombres, son su ‘hogar’.
LA Network dialogó con la socióloga francesa pero radicada en Colombia y profesora emérita de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, Françoise Coupé, quién desde hace más de una década ha investigado esta forma de habitar las ciudades.
¿Qué es un inquilinato?
Es una casa o edificio administrado por una persona que, para ella misma o el dueño de la casa, cobra por el cuarto o espacio alquilado informalmente a personas que provienen de la calle. En el inquilinato puede estar una persona, una pareja o familia de cualquier etnia, raza, religión. Generalmente las condiciones son precarias y su ocupación puede ser temporal o permanente.
Históricamente se ubican los inquilinatos desde finales del siglo XIX e inicios del XX, en Buenos Aires con migrantes europeos por ejemplo y así a lo largo de Latinoamérica según el contexto. ¿A qué obedecen su permanencia actualmente?
Hay tres factores. Por ejemplo en Medellín hoy está disparado por la migración venezolana, las migraciones son fundamentales, los desplazamientos. Pues a las ciudades se llega de otros lugares con pocos recursos y esta es una opción de vivienda.
También porque en la actualidad las estructuras familiares han cambiado: una pelea en un matrimonio, alguno se va y acabas en un inquilinato. Todas esas estructuras de familia tradicional que antes eran grandes, papá, mamá, abuelos en la misma casa, eso se acabó. Mucha gente en las ciudades está sola, quiere vivir aparte de su familia o tiene conflictos. La soledad hace parte de este fenómeno.
Y un tercer factor es la informalidad en las ciudades, las condiciones socioeconómicas, mientras más trabajos informales existan, más pagos por el día a día, más personas necesitarán pagar una habitación por un día. Es una forma de las ciudades de responder a la falta de vivienda.
Es difícil, por decir los menos, hallar cifras y datos concretos sobre inquilinatos en las ciudades, también es evidente que desde los gobiernos no se hace mucho por ellos ¿Son similares las condiciones de los inquilinatos en Latinoamérica?
La situación en Latinoamérica es completamente igual. Los conventillos de Buenos Aires, las vecindades en México; estamos en situaciones relativamente parecidas. En 2014 hicimos el Seminario Internacional con expertos de Ecuador, México, Venezuela, El Salvador, Chile, Brasil, Perú y Colombia. La realidad es igual así sea con nombres distintos y hay algo que nos debe poner en alerta y es la manera de los gobiernos de intervenir los inquilinatos.
Y es que en Argentina, donde intentaron formalizarlos todos de una vez, se ha disparado lo peor porque solo se pudieron formalizar los mejores. Los peores, que no tienen los recursos para los impuestos, para poner condiciones de vida digna, estos han cerrado la puerta, se han ocultado más y se han vuelto un submundo, han creado un “bajo mundo.
Precisamente en el Seminario, Diego Aulestia, ministro de Desarrollo Urbano y Vivienda de Ecuador en ese momento, reconoció que la falta de políticas públicas mantenían estos inquilinatos en la precariedad. ¿Qué piensa usted?
Hay que trabajar en ello pero se comprende que trabajar en los inquilinatos requiere trabajo con los niños, frente al consumo de drogas, de empleo, de las condiciones de la vivienda, es todo un ejército de personas. Hay que reglamentarlos e incluirlos en los procesos de ciudad.
Un tema complejo también para las ciudades latinoamericanas es que muchos de los inquilinatos están ubicados en los centros históricos y allí están afectando el patrimonio arquitectónico porque sus habitantes naturales han desertado. En Lima, dónde su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco (1991), se ha trabajado por remediar esta grave situación común a las ciudades de Latinoamérica.