El concepto de «ciudad inteligente» no es un cambio de paradigma. Pero con el potencial de los datos en tiempo real para transformar la gobernabilidad y perpetuar las desigualdades sociales, los proyectos centrados en la tecnología asociados con el concepto justifican un examen crítico.
Por Ignacio Pérez
Una versión anterior de esta pieza apareció previamente en QUBO.
Los planificadores urbanos a menudo usan términos resonantes para replantear la agenda urbana. Desde ‘ciudades globales’ hasta ‘ciudades de la información’, sin olvidar ‘ciudades creativas’, ‘ciudades sostenibles’ y ‘ciudades resilientes’, hemos sido testigos de varios intentos de reempacar conceptos con el objetivo de rejuvenecer ciertos debates sobre políticas y prácticas urbanas. . Este parece ser el caso de las «ciudades inteligentes», un término que incorpora las prácticas urbanas hegemónicas actuales, fuertemente impulsadas por agendas corporativas y respaldadas por líderes políticos y agencias internacionales.
El concepto de ciudad inteligente surgió en la década de 1990, pero fue solo después de 2010 y un impulso del Smarter Cities Challenge de IBM que comenzó a circular globalmente. Por lo tanto, el énfasis actual en las ciudades inteligentes no significa una nueva era en el urbanismo global (Shelton, 2015), ni tampoco crea una forma radicalmente diferente de «hacer ciudades» (Hollands, 2008).
Sin embargo, aunque es fácil afirmar que las ciudades inteligentes no representan más que un reenvasado superficial de productos existentes impulsado por las corporaciones, que, dicho sea de paso, es la posición de varios teóricos urbanos importantes (Borja, 2015; Hollands, 2015; Vanolo, 2014) – tal perspectiva sería peligrosamente reduccionista. Los proyectos de ciudades inteligentes existen y están ayudando a remodelar prácticas importantes de planificación urbana. Un ejemplo es el uso de datos en tiempo real para ayudar a visualizar información con fines de vigilancia, transporte y gestión de residuos sólidos, como está sucediendo en Dublín y Londres.
Estos fenómenos requieren nuestra atención. Corremos riesgos graves si ignoramos o incluso subestimamos los cambios que pueden conllevar en nuestra vida cotidiana. Las preocupaciones sobre la privacidad y la soberanía de los datos son particularmente comunes. Como resultado, los académicos están desarrollando un enfoque crítico para las ciudades inteligentes, facilitando el escrutinio público sobre cuestiones básicas tales como: por qué, por quién, a quién, con qué, cuándo y dónde (Luque-Ayala y Marvin, 2015).
Calzada (2016) argumenta que la narrativa de la ciudad inteligente corre el riesgo de reflejar una tragedia de Shakespeare en tres actos. Primero, está el sueño de un futuro utópico. La tecnología es vista como una fuerza poderosa. Apolíticos, tecnócratas prevalecen, y las corporaciones son los facilitadores. En el segundo acto, la confusión prolifera. Ya sea por infactibilidad técnica o financiera, no está claro cómo escalar los pilotos en infraestructuras urbanas duraderas. En el tercer y último acto, emerge uno de los dos modelos de transición: uno en el que la ciudad se convierte en una plataforma de innovación y colaboración urbana; y en el otro, un sueño emprendedor cooptará estos esfuerzos y los negocios prevalecerán sobre el bien común.
Cuando se trata de ciudades inteligentes, tal cuestión sugiere la necesidad de una respuesta crítica de tres aristas:
1. Primero, es necesario observar de cerca cómo la digitalización de la vida cotidiana da lugar a nuevas formas de gobierno (Kitchin, 2014). A medida que los datos viajan a través de diferentes entidades, ensamblan redes y crean formas potencialmente transformadoras para que el poder se despliegue.
2. Esto requiere un enfoque crítico para comprender proyectos intensivos en datos en la ciudad inteligente (Dalton, 2016). Debemos identificar el origen de los datos, los intereses de aquellos que están facilitando su flujo y usándolo, y cómo estos actores están lidiando con la privacidad y la seguridad personal. Más información puede mejorar las decisiones de planificación urbana, pero no a expensas de la seguridad y la libertad de los ciudadanos.7
3. Finalmente, debemos examinar las implicaciones del uso de las infraestructuras tecnológicas para la provisión de servicios públicos, reconociendo su potencial para reproducir o incluso empeorar las desigualdades existentes. Irónicamente, incluso los proyectos destinados a mejorar la inclusión a través de nuevas formas de participación y servicios digitales pueden amplificar la división social. (Escuche un podcast de NPR sobre «Automatización de la desigualdad»; lea un comentario de HuffPost sobre el potencial de las Smart Cities para favorecer a los ricos).
Debemos evaluar las ciudades inteligentes, o mejor dicho, las tecnologías asociadas con ellas, en función de su capacidad para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. También debemos revisar cuestiones éticas concernientes con la desigualdad y la exclusión social. Abordar los conflictos entre salvaguardar los derechos fundamentales y fomentar la urbanización global será crucial en este esfuerzo. La tecnología puede ser una fuerza importante para el bien. Pero en medio del impulso que rodea a las ciudades inteligentes, no nos dejemos llevar por el pensamiento de que es el único o el más importante medio de progreso.
Traducción: LA Network
Ignacio Pérez es sociólogo y planificador urbano que actualmente cursa un DPhil (Doctorado en Filosofía) en la Universidad de Oxford. Su investigación actual se centra en cómo las tecnologías digitales influyen en los diferentes procesos de toma de decisiones, redefiniendo la forma en que se crea el conocimiento en contextos urbanos. Antes de Oxford, fue Director de Investigación de TECHO, una ONG latinoamericana dedicada a aliviar la pobreza en asentamientos informales. También ha trabajado en temas de movilidad urbana, pobreza urbana y gobernanza metropolitana. Ignacio tiene una Licenciatura en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y una Maestría en Planificación del Desarrollo Urbano de la Unidad de Planificación del Desarrollo del University College de Londres.
Trabajos citados
Borja, J. (2015). Smart cities: Negocio, poder y ciudadanía. Smart cities, 8.
Calzada, I. (2016), (Un)Plugging Smart Cities with Urban Transformations: Towards Multi-stakeholder City-Regional Complex Urbanity?, URBS, Revista de Estudios Urbanos y Ciencias Sociales Journal.
Dalton, C. M., Taylor, L., & Thatcher, J. (2016). Critical Data Studies: A dialog on data and space. Big Data & Society, 3(1).
Foucault, M. (1980). Power/knowledge: selected interviews and other writings, 1972-1977 (1st American ed). New York: Pantheon Books.
Hollands, R. G. (2008). Will the real smart city please stand up? Intelligent, progressive or entrepreneurial? City, 12(3), 303-320.
Hollands, R. G. (2015). Critical interventions into the corporate smart city. Cambridge Journal of Regions, Economy and Society, 8(1), 61–77.
Kitchin, R. (2014). The data revolution: Big data, open data, data infrastructures and their consequences. Sage.
Luque-Ayala, A., & Marvin, S. (2015). Developing a critical understanding of smart urbanism?. Urban Studies, 52(12), 2105-2116.
Shelton, T., Zook, M., & Wiig, A. (2015). The ‘actually existing smart city’. Cambridge Journal of Regions, Economy and Society, 8(1), 13-25.
Vanolo, A. (2014). Smartmentality: The Smart City as Disciplinary Strategy. Urban Studies, 51(5), 883–898.