El punto radica más en el cómo hacer de ellas espacios más habitables, y por ello debemos pensar en la sostenibilidad, la resiliencia y la escala humana. Imagen: @AljareerMJO

Así se piense que las zonas urbanas ocupan gran parte de la superficie terrestre habitable, lo cierto es que apenas representan el 3% de esta. Y aunque el porcentaje sea relativamente pequeño y parezca despreciable, el impacto de las ciudades, su crecimiento, el desarrollo económico y la actividad humana han dejado una gran huella con efectos importantes para todos. Uno de ellos es la llamada isla de calor. 

A lo largo de los siglos, el ser humano ha ido modificando y adaptando el entorno natural para su beneficio. Es así como el sedentarismo dio origen a las ciudades y con él a una serie de acciones en donde el asfalto y el pavimento han llegado a dominar el paisaje urbano en gran parte del mundo. Si bien el auge del automóvil llevó al incremento en el uso de estos materiales, hoy en día están llamados a ser reconsiderados e, incluso, hay movimientos en pro de des-pavimentar las ciudades. ¿Por qué? Porque el asfalto es un material impermeable que no permite la absorción de elementos, sino, por el contrario, aumenta la escorrentía y facilita el estancamiento de aguas e inundaciones. Además, el crecimiento demográfico y económico lleva a un aumento en el desarrollo de este tipo de infraestructura, promoviendo el cambio en los usos del suelo y generando mayores emisiones de gases efecto invernadero. 

Desde lo más técnico, cuando el sol irradia a este tipo de superficies, ya sean calles, techos, áreas de parqueaderos o edificios, y sumándole que no hay suficiente vegetación en las ciudades, se concentra calor en ciertos puntos generando lo que comúnmente se llama islas de calor. Estas islas, que son básicamente zonas que han sido urbanizadas reemplazando el paisaje natural, no permiten que se filtre el agua por lo que fluye hacia otras zonas generando contaminación e inundaciones. 

Si bien estas islas se generan a lo largo y ancho de las ciudades, es muy común que se localicen en las áreas más pobres, zonas sin suficiente espacio verde que las compense. Este concepto se denomina injusticia ambiental y países como Estados Unidos ya lo toman en serio. Algunas acciones para mitigar estos efectos incluyen la dotación de pintura clara y reflexiva y techos inteligentes que puedan adaptarse a la temperatura externa y enfriarse, así como la reforestación de las zonas más degradadas para aumentar la sombra. La inclusión de vegetación local, paneles solares y materiales más suaves y permeables (que capturen agua lluvia y la filtren a los acuíferos subterráneos) son otras de las recomendaciones para hacerle frente a este fenómeno que puede, incluso, poner en peligro la vida de los ciudadanos. 

Soy una apasionada de las ciudades, considero que, así como son foco de problemas también son solución. El punto radica más en el cómo hacer de ellas espacios más habitables, y por ello debemos pensar en la sostenibilidad, la resiliencia y la escala humana. La vida urbana es la solución más sostenible que hay cuando se permite una cierta densidad donde se dé mezcla de usos del suelo y uso de medios de transporte sostenibles. En este sentido, una ciudad compacta permite disminuir la expansión o mancha urbana cuyos efectos son negativos para el entorno y la población. Finalmente, hay un componente cívico en el cual los ciudadanos tenemos arte y parte en este tema para lo cual hay que comprender que las ciudades son una continuación del espacio natural. 

Artículo publicado originalmente en El Meridiano.