Conversemos sobre nuestras ciudades, sobre sus centros históricos, su capacidad para aprender y reponerse
Cuando cursaba una cátedra de geopolítica, viví una experiencia esclarecedora sobre la forma como los colombianos percibimos el territorio. El ejercicio buscaba identificar y marcar en un croquis del mapa político de Colombia, que estaba en blanco, los respectivos departamentos y capitales.
Nos sorprendimos, pues solo un compañero acertó. Se trataba de un francés que hacía con nosotros la especialización en estudios políticos. A la vergonzosa realidad de no saber llenar el mapa como correspondía, se sumaba otra: solo un extranjero sabía qué país era Colombia.
Procuro no olvidar esa historia. Me hace pensar un poco en la necesidad de habitar los espacios y conocerlos, pero sobre todo de vivirlos para poder transformarlos
Desde entonces, han pasado ya casi 15 años y puedo decir que entendí la lección, esa que me auguraría una forma de vida: ‘la responsabilidad’ que nos trae la circunstancia de nacer en un territorio, de sentirnos parte de un espacio, de unos modos de relacionamiento –eso que llamamos cultura– y, sobre todo, la experiencia vital que significa hacer parte de un lugar.
Inicio así en esta tribuna de libre palabra, con una reflexión sobre el espacio y el lugar, porque siempre determinarán todo diálogo.
Yo habito Medellín, y como tantos de aquí y de allá me levanto cada mañana con la pregunta sobre mi ciudad, tal vez porque, en mi caso, vivo en una bella provincia con ínfulas de gran capital, que todavía debe comprender qué significa ser parte de toda Colombia. Y es que ser urbe, hoy por hoy, trae tantas responsabilidades que es importante entender sus dinámicas y realidades. Es necesario hacer de ‘lo urbano’ una forma de abrazo, y no de caos. Y, sobre todo, un habitar que respete lo rural, lo cuide como sagrado y no lo relegue a la indiferencia.
La mitad de los habitantes del mundo lo hacemos en metrópolis. El fenómeno de la urbanización nos pone frente al carácter de nuestras ciudades y a la pregunta sobre su arquitectura humana. Esas cuestiones que no son otra cosa que la pregunta por lo humano de las urbes, es lo que me atrevo a denominar como ‘sostenibilidad’. Un compromiso con la humanización de los territorios.
En nuestras capitales se agudizan problemas como inequidad, desnutrición, violencia, inseguridad, brechas educativas, debilidad institucional e inviabilidad ambiental, entre otras. Pero, también nacen colectivos con sueños de humanidad, locos que no se cansan de loquear, iniciativas pequeñas y grandes con ganas de crear.
El tiempo para habitar es el tiempo de sentir la experiencia del territorio sin temor, más bien con curiosidad imaginativa para que al conocer y recorrer nuestro lugar, no queramos simplemente cambiarlo, sino transformarnos con él, con sus propiedades, haciendo de ellas lo mejor.
Conversemos sobre nuestras ciudades, sobre sus centros históricos, su capacidad para aprender y reponerse de los modos de relacionamiento que llamamos cultura. En fin, vivamos a través de la palabra la experiencia de lo urbano con narrativa.
Claudia Restrepo
Exvicealcaldesa de Medellín