La demografía y el desarrollo

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Mahmoud Mohieldin
30 octubre, 2016 - Hábitat y Desarrollo Urbano

WASHINGTON, DC – Alcanzar los ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (que buscan poner fin a la pobreza, impulsar la prosperidad compartida y promover la sostenibilidad, de aquí a 2030) demandará superar importantes obstáculos, entre ellos la necesidad de conseguir financiación suficiente, responder al cambio climático y gestionar perturbaciones macroeconómicas. Pero uno de los posibles obstáculos tal vez se convierta en una bendición inesperada: los diversos cambios demográficos de los años venideros.

Cuando venza el plazo de los ODS, se estima que en todo el mundo habrá unos 8500 millones de personas. Veinte años después (dentro de sólo 34 años) habrá casi diez mil millones, o sea casi 2500 millones de personas más de las que hay hoy en la Tierra. ¿Cómo será ese mundo? ¿Dónde vivirán esas otras personas? ¿Cómo se ganarán la vida? ¿Serán un impulso o un lastre para las economías nacionales?

Una mirada al pasado, hace 35 años (a comienzos de los ochenta), puede darnos algunas pistas. El presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan; el líder chino, Deng Xiaoping; la primera ministra británica, Margaret Thatcher; el presidente francés, François Mitterrand, y el presidente soviético, Mikhail Gorbachev, dominaban los titulares de los medios del mundo. Las ventas de computadoras personales eran mínimas. Y los niños jugaban con cubos de Rubik, en vez de Pokémon de realidad aumentada.

En ese momento, la población mundial era unos 4500 millones de personas, de las que el 42% (casi dos mil millones) vivía en la pobreza extrema. Se temía que la población creciera más rápido que la capacidad de producción agrícola y eso creara todavía más pobreza.

Pero las predicciones malthusianas erraron. Si bien la población mundial aumentó a 7500 millones de personas, hoy sólo unos 750 millones (apenas el 10% de la población total) viven en la extrema pobreza. China y la India, en particular, sacaron de la pobreza a cientos de millones de personas en las últimas décadas, y mejoraron los ingresos y la salud de sus ciudadanos.

Lo hicieron en parte fortaleciendo las instituciones y aplicando políticas que apoyaron un crecimiento firme y relativamente inclusivo. China, por su parte, también aprovechó un “dividendo demográfico”: sus tasas de fertilidad se redujeron y la fuerza laboral creció más rápido que la población dependiente, lo que liberó recursos para invertir en bienes de capital y en las personas. Esto produjo más crecimiento y una mejora de los niveles de vida.

Un dividendo como este puede durar décadas. Es lo que le sucedió a China, aunque ahora está llegando a su fin. Pero para India y otros países en desarrollo, el dividendo demográfico apenas comienza a sentirse. De hecho, el 90% de la pobreza del mundo se concentra en países cuyas poblaciones de edad de trabajar están en aumento, lo que crea una importante oportunidad para una veloz reducción de la pobreza en las décadas venideras.

Por ejemplo, en África subsahariana, que actualmente adolece de altos niveles de pobreza extrema, los niños de menos de quince años suponen el 43% de la población total. Cuando tengan edad suficiente para entrar a la fuerza laboral, la proporción de generadores de ingresos en la economía puede crecer sustancialmente e impulsar el ingreso promedio per cápita.

Pero no todos los países dispondrán de esta “oleada de jóvenes”. De aquí a 2030, varios países de ingresos medios verán caer la proporción de su población en edad de trabajar. Esto refleja, entre otras cosas, una tendencia (respaldada por evidencia empírica) por la que el aumento de ingresos alienta a las familias a postergar el nacimiento de los hijos.

Pero incluso aquí, el dato demográfico no es tan malo, y no sólo porque el descenso de la tasa de fertilidad suele ir acompañado de un aumento de la expectativa de vida. La historia sugiere que hay otro tipo de dividendo demográfico (más duradero que el primero) que aparece cuando el ahorro acumulado de una población que envejece produce un alza de la inversión. Muchos países relativamente ricos han seguido esta senda.

Pero cosechar un dividendo demográfico demanda trabajo. Como destaca el Informe de seguimiento mundial 2015/2016 del Grupo Banco Mundial, el efecto de las tendencias demográficas sobre el bienestar de la población depende de las decisiones políticas de los países. Sin una estrategia correcta, el aumento de la población juvenil puede ser desestabilizador, y un envejecimiento veloz de la población puede tornarse una carga sobre el crecimiento económico y los presupuestos públicos.

Para los países cuya población en edad de trabajar aumenta, el desafío fundamental es generar empleos productivos suficientes. Para aquellos cuya población envejece, se trata de mejorar la productividad y adaptar los sistemas de prestaciones sociales. En ambos casos, son esenciales la inversión en capital humano y la provisión de un entorno propicio a las empresas que promueva la creación de empleo.

Además, los países deben complementar sus diferentes situaciones demográficas con políticas adecuadas respecto del flujo transfronterizo de capitales, las migraciones y el comercio internacional. Los países con poblaciones más jóvenes (donde la base fabril y el mercado de consumo crecen) necesitan mayor ingreso de capitales para sostener la inversión y el crecimiento del empleo; mientras que los países cuyas poblaciones envejecen necesitan más ingreso de trabajadores para cubrir faltantes en la fuerza laboral.

Todas estas políticas demandan, para funcionar, que los países mejoren la efectividad y la credibilidad de sus instituciones cívicas y de gobierno. También es esencial reducir la incertidumbre para no alimentar la inestabilidad.

Los últimos 35 años demuestran que el aumento de la población no implica más pobreza. Si bien la creciente concentración de pobres en países frágiles y en conflicto agravará el desafío de la reducción de la pobreza en las próximas décadas, no es excusa para que el progreso se detenga. Tenemos los recursos y el conocimiento para lograr mucha más prosperidad, equidad y sostenibilidad; el desafío real es usarlos con eficacia.

Traducción: Esteban Flamini

Mahmoud Mohieldin es vicepresidente superior del Banco Mundial para la Agenda de desarrollo 2030, Relaciones con la ONU y Asociaciones; fue ministro de inversiones de Egipto.

Copyright: Project Syndicate, 2016.

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