La depresión en las ciudades: una consecuencia de la COVID-19

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LA Network
13 marzo, 2022 - Derecho a la ciudad

Investigadores han logrado comprobar la conexión entre la COVID-19 y el desarrollo de depresión, ansiedad u otras patologías mentales. Un asunto hoy prioritario en las ciudades y para el que el deporte y la actividad física son herramientas esenciales para su atención. 

Foto: La COVID prolongada causa lo que los Centros para el Control de Enfermedades describen como “una constelación de otros síntomas debilitantes”, que incluye niebla mental, dolor muscular y fatiga

Diversos estudios en el mundo han demostrado que las personas que contrajeron la COVID-19 durante estos dos años son más propensas a desarrollar depresión crónica, ansiedad u otras patologías mentales.  

La evidencia (que incluye investigaciones en Reino Unido y Ecuador) indica un mayor riesgo de enfermedad mental por contraer el virus, aunque no se ha establecido una causa concluyente para este riesgo. 

Las respuestas más cercanas tienen que ver con cómo la cuarentena o los cierres prolongados pudieron incrementar el estrés y ansiedad de las personas. Esto como consecuencia de la falta de interacción social. Otro factor considerado por los investigadores es el estrés del diagnóstico de infección por la enfermedad.  

Es claro que para muchas personas el solo hecho de que se les diagnostique una enfermedad nueva y potencialmente mortal, puede desencadenar estrés y una posterior ansiedad 

Lo cierto es que no podría estar todo igual después de la pandemia. Sin duda, ella ha cambiado la manera de pensar de las personas y sus sentimientos. En general, la gente está más ansiosa y pesimista de lo usual, señalan los expertos en salud mental.  

Foto: Investigadores han logrado comprobar la conexión entre la COVID-19 y el desarrollo de depresión, ansiedad u otras patologías mentales. Un asunto hoy prioritario en las ciudades y para el que el deporte y la actividad física son herramientas esenciales para su atención.

El ejercicio físico, clave para evitar la depresión 

Si bien no existe un tratamiento médicamente reconocido, por ejemplo, para la COVID prolongada, el ejercicio físico puede romper el círculo vicioso de inflamación que puede conducir al desarrollo de diabetes y depresión meses después de que una persona se recupera de la enfermedad. 

“Sabemos que la COVID prolongada causa depresión y sabemos que puede aumentar los niveles de glucosa en la sangre hasta el punto en que las personas desarrollan afecciones potencialmente mortales”, explica Candida Rebello, científica del Centro de Investigación Biomédica de Pennington (Estados Unidos).  

La COVID prolongada causa lo que los Centros para el Control de Enfermedades describen como “una constelación de otros síntomas debilitantes”, que incluye niebla mental, dolor muscular y fatiga que pueden durar meses después de que una persona se recupera de la infección inicial. 

“Por ejemplo, es posible que una persona no se enferme gravemente de COVID-19, pero seis meses después, mucho después de que la tos o la fiebre hayan desaparecido, desarrolla diabetes”, añadió Rebello.  

Rebello y sus colegas de investigación describen su hipótesis en «El ejercicio como moderador de los síntomas neuroendocrinos persistentes de COVID-19», publicado esta semana. Aquí plantean el ejercicio como una solución para este mal.  

La persona “no tiene que correr una milla o incluso caminar una milla a paso rápido”, agregó Rebello. “Andar despacio también es hacer ejercicio. Lo ideal sería hacer una sesión de ejercicio de 30 minutos. Pero si solo puede hacer 15 minutos a la vez, intente hacer dos sesiones de 15 minutos. Si solo puede caminar 15 minutos una vez al día, hágalo. Lo importante es empezar”.  

“Sabemos que la actividad física es un componente clave para una vida saludable. Esta investigación muestra que el ejercicio se puede usar para romper la reacción en cadena de la inflamación que conduce a niveles altos de azúcar en la sangre y luego al desarrollo o progresión de la diabetes tipo 2”, aseguró el director ejecutivo del Centro de Investigación Biomédica de Pennington, John Kirwan, quien también es coautor del estudio.