En este contexto, está bien que tomemos lecciones de esas ciudades europeas que parecen funcionar como un reloj.
La magnitud de las grandes ciudades latinoamericanas y la complejidad de sus problemas, más allá de la urgencia ambiental, exigen que aprovechemos el potencial de la bicicleta y el transporte público como herramientas para superar creativamente la segregación urbana, más que limitarlos a ser un elemento decorativo de barrios gentrificados.
En esa línea, en el centro de Santiago y en la acomodada comuna de Providencia si bien se agradecen los importantes avances con respecto a infraestructura, a la vez queda de manifiesto la necesidad de desarrollar soluciones que faciliten las estrategias de movilidad de territorios periféricos donde vive la mayor parte de la población.
Es en esos espacios en donde la alianza entre la bicicleta y el transporte público, pueden visibilizar y beneficiar las estrategias de movilidad de aquellos ciudadanos y ciudadanas que pierden varias horas de su vida transportándose hacia sus destinos.
En este contexto, está bien que tomemos lecciones de esas ciudades europeas que parecen funcionar como un reloj; sin embargo, entendiendo la magnitud de nuestras problemáticas urbanas, debemos atrevernos a creer que las soluciones que se crearán en nuestras ciudades probablemente vayan a ser ejemplo para las megalópolis del futuro.