El concepto de sostenibilidad ha surgido de nuevo de los libros y ámbitos académicos después de permanecer empolvado durante siglos. Desde la edad media hasta comienzos de la guerra fría, la sostenibilidad era un concepto poco conocido, debido a que al mundo occidental poco le interesaba la capacidad de la naturaleza de soportar el efectos de las actividades económicas, en parte esto se vio influenciado por los pensamientos filosóficos predominantes del renacimiento que proponían al hombre como centro del universo, con capacidad de cambiar su entorno y de tomar todo lo que el ambiente ofreciera para su posterior transformación.
No obstante, no todas la sociedades humanas ignoraban el concepto; es bien sabido que los aborígenes americanos fundamentaban su religión a través de los fenómenos naturales, y sus dioses no eran más que representaciones del universo, el dios sol para los aztecas, la diosa tierra para los incas, etc. El nativo americano pensaba que todo lo que la naturaleza le daba le pertenecía a ella y que por lo tanto, como el hombre es producto en sí de la misma, debía este actuar acorde a sus leyes.
Hoy en día, sin percatarnos, aquellas ideas que algunos suponen “primitivas” han vuelto a tomar fuerza y el planteamiento de una sociedad sostenible no solo es deseable sino una obligación para la supervivencia de las futuras generaciones. ¿Quién en la época colonia habría imaginado que los futuros pobladores prestarían atención a los «absurdos» pensamientos de los chamanes?, eso sí, sin que en ningún centro académico se le de crédito a el razonamiento antiguo de los aborígenes, pero de igual modo aplicando su filosofía.
Las sociedades y en específico los conglomerados urbanos, han crecido de tal magnitud desde la primera revolución industrial, que no existe más opciones que planificar y regular toda conurbación y actividad económica de alto impacto ambiental.
La sostenibilidad urbana no solo abarca términos ambientales, también carga con las ideas de una pirámide poblacional inversa, el desempleo generado por la automatización de procesos en la actividad económica, y la globalización como medio de externalización de soluciones pero también de problemas, lo anterior ha llevado a que se proponga un estado global que haga frente a una problemática que se puede generar en un lado del mundo pero que afecta a todos los países y ciudades por igual.
Las buenas prácticas en planificación urbana, la buenas prácticas de extracción de recursos no renovables, la regulación del mercado negro de especies, todas ellas son propuestas que buscan lograr un equilibrio entre las actividades del hombre y la naturaleza, no obstante, debe existir una mayor interacción y cooperación entre naciones para que los efectos se vean plasmados en la realidad, por desgracia y a su vez por fortuna el hombre es un ser competitivo, y hoy muchas ciudades de modo independiente han optado por la sostenibilidad no solo por demanda de sus ciudadanos, sino también como método de atracción de nuevos y más educados ciudadanos de otros lugares del país e incluso del mundo, una competencia entre urbes buscando diferenciarse entre quien es más saludable y atractivo para la construcción de vivienda, no obstante, aun así la competencia entre urbes ayude a la solución , solo la educación y coordinación entre las naciones puede ser la causante del cese de hostilidades contra nuestro planeta. Que no suceda de nuevo y no hayamos aprendido de la historia de los aborígenes, quienes poseían una cultura común guiada a la conservación.
Cabe entonces reflexionar, ¿en realidad los aborígenes eran tan primitivos como los hacían ver? , o ellos ya pronosticaban la situación actual del hombre que llevado por la avaricia a puesto en peligro su propia existencia y de las demás especies en la tierra.
Artículo escrito por: Juan Felipe Rúa