La vigencia de la guerra fría en Latinoamérica (o la guerra caliente)

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Juan Simón Benjumea
17 agosto, 2021 - Justicia

La guerra fría sigue vigente en nuestro continente, una guerra de ideología. Una guerra tropical, caliente. Se establece en nuestra memoria, en nuestra identidad —o falta de identidad—. Y es que la guerra fría nunca terminó realmente, esta, supuestamente, termina con el colapso de la Unión Soviética, pero… ¿por qué Estados Unidos sigue con su armamento nuclear? ¿Y Rusia? ¿Y Corea del Norte? ¿Por qué sigue habiendo disputas de ideologías de “derecha” e “izquierda”?

La guerra fría no fue una guerra de armas, por lo menos, en su esencia, estas no eran sus protagonistas. La guerra fría fue una guerra de ideologías. Capitalismo contra comunismo, el comunismo siendo el supuesto enemigo común y “hay que acabar con este a toda costa”, así que a esto se dedica Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, el Estado más fuerte venía a protegernos del monstruo del comunismo. Y es de esta forma como Estados Unidos interviene en políticas latinoamericanas, como comienza el fenómeno de las dictaduras en el continente (fenómeno que no termina), la formación de la Escuela de las Américas, la llegada de la doctrina de la seguridad nacional y esta se instaura en nuestra ideología polarizadora latinoamericana actual. El Estado fuerte y temeroso del comunismo.

En Estados Unidos se generaron fenómenos tales como el macarthismo, el cual, también se sigue presentando. Cualquier opositor es un socialista, un vándalo, un criminal. No se puede pensar diferente, cualquier opinión diferente al establecimiento es un peligro, un peligro que supuestamente tiene que ser erradicado, que dialogar no vale la pena…

Nuestro país, como tal, no sufrió dictaduras, pero ¿por qué hay figuras que sus palabras tienen repercusiones políticas gigantescas? Figuras que, en teoría, no están en el poder. Dictablandas. La herencia de la guerra fría, de cuidar al país del propio país, de “la guerrilla”, de “la izquierda”. Donde se invierte más en armas que en educación, se enfoca más en darle capital a la policía para un cambio de imagen en vez de buscar los problemas reales. El diálogo es inexistente. Conversación con balas. Sectores políticos que defienden una desdibujada democracia a través de la mano firme, de la mano dura… La mano que dispara, que calla voces diferentes, herencia directa de la seguridad nacional.

En la guerra fría el enemigo era la Unión Soviética, sin embargo, no se enfrentaba directamente, sino que se extrapolaba su situación, su gobierno comunista en quiebra y este se usaba como argumento político. Se buscaba con este ejemplo a no seguir, acabar con los enemigos internos, los enemigos de la democracia. Ahora, en América Latina hay un supuesto enemigo común, un gobierno en quiebra y comunista. Enemigo inexistente para permanecer en el poder.

Desde la guerra caliente y hasta nuestros días cualquier voz en contra del poder es el enemigo interno, voces que callan con armas “no letales”, las voces que silencian y que no pasa nada. Se desvanecen los procesos. ¿Quién mató a Lucas? ¿Y Dylan? La forma que se escuchen estas calladas y progresivamente olvidadas voces es en las calles, en las marchas, en paredes. Paredes que pintan para tapar mensajes. Tapar y callar, ejercicio democrático.

Como colombianos no tenemos identidad, no tenemos cultura ni memoria. Nuestra geografía es un centro de producción, y siempre lo ha sido. Le dimos tierras a Estados Unidos en 1928 para que produjeran banano y desconocemos las consecuencias, aún cuando se encuentran bañadas en sangre. Y queremos seguir dándole tierra a las petroleras internacionales, destruir nuestro terreno en beneficio de la producción arrasadora.

Nuestra cultura se encuentra en la violencia, nuestro arte viene de la violencia, nuestra memoria es violencia. ¿Por qué personas que salen con armas en contra de los marchantes siguen en la impunidad —y con respaldo político y policivo—? La ideología gravada en el imaginario colectivo de “denles bala”. Interesa más producir que defender el derecho a protestar.

Según el artículo 37 de la constitución, toda parte del pueblo puede reunirse pacíficamente a protestar, pero es un derecho que, gracias a la estigmatización y la gran polarización, se hace ver como un crimen, un derecho que usualmente se ve atacado con la fuerza que se supone ha de defendernos. Dan violencia y con violencia se responde. Círculo vicioso del cual es imposible salir si no hay diálogo, si se sigue estigmatizando, si se sigue matando.

¿Entonces por qué es un crimen que los jóvenes de la Primera Línea lleven escudos caseros y para el ESMAD es algo necesario? ¿Por qué las armas “no letales” siguen quitando vidas, visiones, y esparciendo silencio? Un desinterés del gobierno de dialogar, de enfrentar en lo que falla, de darse cuenta de su alta inefectividad, culpando enemigos que no existen y respondiendo con cortinas de humo, cambiando la imagen de una institución corrupta, en vez de realizar un verdadero cambio que venga de raíz, en vez de brindar una buena educación y capacitación. ¿Y los vándalos que destruyen durante las protestas? También este es un fenómeno que hay que entender, no meramente castigar. Saber que se genera por la falta de oportunidades, de educación, por el abandono del Estado. Buscar la forma de educar, la forma de que se entienda la historia de nuestro país, generar cambios reales. No invertir solo en algunas ciudades (y solo algunos sectores de estas), ya que no sirve de nada invertir en una sola ciudad y que niños de otras partes del país sigan sin recibir siquiera una comida decente (con un presidente gastando millones de pesos en su imagen).

Proponer, marchar, salir a las calles, protestar desde donde y como sea posible. Acabar con esta guerra caliente, trascender las ridículas ideologías polarizadoras que nos dominan. Fomentar las artes y esparcir voces a través de estas. Abrir la puerta al diálogo, permitir discusiones reales. Ser escuchados. Educar. Perpetuar la voz colombiana en búsqueda de identidad. La guerra no se acaba con las balas, no se acaba con la cuenta de muertos. La guerra se acaba con palabras. Para acabar con la guerra hay que hablar.