Las ciudades son una de las invenciones más complejas de la humanidad. Desde la aldea, como su antecedente, se fijó un principio esencial para la supervivencia colectiva: el equilibrio y salvaguarda entre las variables: población, recursos y medio ambiente.
Paulatinamente, y cada vez a un ritmo más vertiginoso, la armonía de tales variables se ha descompuesto frente a cuerpos urbanos densamente habitados y extensos.
El antropólogo catalán, Manuel Delgado, describió a las ciudades como una composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada esencialmente por extraños entre sí.
Las ciudades, hoy, son cuerpos territoriales extendidos, heterogéneos, desiguales y conflictivos. diseñadas y planeadas para atender a masas gigantes de personas, estructuras, vehículos, recursos, etcétera, manan desde el subsuelo y se han erigido por encima de la atmósfera planetaria con el sobrevuelo de satélites de todos los tamaños y de todas las clases. Una laberíntica trama de tuberías, cables, calles y la sofisticada ingeniería de circuitos de toda clase de servicios.
Frente a eso, la sociedad se ha organizado de tal manera que impone una gran presión en la administración de los recursos a nivel planetario. Generando un consumo intensivo de energía, agua y materias primas; envueltas en la producción masiva de polución y residuos.
Las ciudades modernas, por ejemplo, consumen tres cuartas partes de la energía en el mundo y producen tres cuartas partes de la contaminación. Del mismo modo, se imprime un ecosistema urbano a la estructura natural del espacio, alterando expansivamente la arquitectura original del planeta. (Rogers, Richard. 2003). Emulan un conjunto de organismos, que no sólo cobran vida propia, sino que son hasta cierto grado interdependientes -entre sí y con otras entidades en diferentes escalas-, además, estos megaorganismos adquieren un ímpetu cada vez más competitivo con el único fin de no quedar fuera de la sinfonía del libre mercado haciéndose cada vez más sustantivos, es decir, cada vez más especializados.
Esta circunstancia, propia de nuestro tiempo, coloca a las ciudades en un modo dinámico que poco comprende las necesidades individuales y comunitarias de sus residentes. Priorizando la competitividad mundial por el consumo, recursos, capitales y empleo. La disputa económica abandonó la arena del estado nación y pasó a las ciudades, inclusive, llegando a regiones puntuales de cada urbe, como lo son los distritos financieros en Londres y Nueva York o la región tecnológica en Silicon Valley dentro de Palo Alto, California.
Sin embargo, y pese a la focalización regional, lo que ha acentuado es la enorme disparidad urbana, casos como el de California que por sí sola representa la cuarta economía del mundo, es económicamente más poderosa que países enteros.
En contraste, el Banco Mundial pondera la existencia de más de mil millones de pobres en el orbe, de los cuales, 750 millones habitan en zonas urbanas sin servicios básicos, salarios y vivienda adecuados.
En ningún momento de la historia de la humanidad las ciudades habían sido tan grandes y habían sido habitadas por tantos. La mitad de la población vive en zonas urbanas mientras que en América Latina alrededor del 80 por ciento y en México alcanza al 75 por ciento. Se prospecta que en cuarenta años habrán más de 9 mil millones de personas, de las cuales, 6 mil 300 vivirán en ciudades. Tal dimensión constituye un coctel entre la relación, el espacio y los recursos. Lo cual inyecta puntos de tensión y conflicto donde las personas cotidianamente deben de obtener los medios de subsistencia, vivienda, empleo, movilidad y recreación.
La teórica del urbanismo Jane Jacobs, por su parte, veía desde 1961 a las ciudades como un inmenso laboratorio de fracaso y éxito. Ensayo y error. En ese sentido, se ha comprendido que las urbes son más que infraestructura eventualmente ocupada por usuarios.
Esta invención de la humanidad, la ciudad, es una peliaguda red de relaciones sociales, económicas, culturales y políticas asociadas a estructuras y sistemas de poder, normativas e institucionales; yuxtapuestas dentro de entramados físicos y territoriales: calles, edificios, plazas, viviendas, andadores, cables, tuberías, vías, túneles, luces, en fin. Para comprenderla hay que comprender cómo funciona y destinarla a los usuarios finales: individuos que viven en comunidad abordados por diferentes esferas de su vida desde la psicológica hasta la económica. Las ciudades son complejas tal y como los individuos.