En mi última columna escribí sobre la felicidad, fin último al que todos deseamos llegar, la meta de nuestra vida. Sin embargo, en dicha reflexión no hablé de un tema necesario para lograrla; la libertad. Los filósofos griegos sugerían que la finalidad de la libertad es precisamente la felicidad. A pesar de que es un derecho fundamental y universal, este es un concepto construido y consensuado por la sociedad para la sana y plena convivencia que en ocasiones se ve truncado.
Por su parte, para el economista y filósofo indio Amartya Sen, la libertad está intrínsecamente atada al concepto de desarrollo. En ese sentido, una persona pobre y sin oportunidades -no libre- no puede gozar plenamente de su ejercicio fundamental de la libertad puesto que son estos obstáculos para alcanzar su pleno desarrollo. Afirma Sen que el desarrollo como libertad se enfoca más en los fines que en los medios para lograr los objetivos de vida que cada persona elige con su razonamiento y la información que dispone.
En términos generales, este concepto se refiere a la capacidad humana de actuar por voluntad propia, según su razón, criterio, valores y creencias con el fin de decidir su destino. Desde la filosofía, se señala que la libertad es inherente al ser humano, que no se puede eliminar ni contradecir porque es responsabilidad propia. Aunque la libertad se entiende como la capacidad de actuar sin limitaciones, el ser humano debe comprender que “la libertad propia termina dónde empieza la de los demás”, como afirmó el filósofo Jean-Paul Sartre. Sin embargo, en la actualidad, pareciera que esta parte vital de la libertad se olvida y muchos andan por la vida llevándose a otros por delante para beneficio propio.
Siguiendo esta línea, bien decía el español y doctor en Filosofía Ricardo Yepes Stork que la libertad “es una de las notas definitorias de la persona, pues, le permite alcanzar su máxima grandeza, pero también su mayor degradación. Es quizás su don más valioso porque define todo su actuar. El hombre es libre desde lo más profundo de su ser. Por eso los hombres modernos han identificado el ejercicio de la libertad con la realización de la persona. No se concibe que se pueda ser verdaderamente humano sin ser libre de verdad”.
En Colombia, aunque la Constitución de 1991 señala en el artículo 13 que todos nacemos libres ante la ley, lo cierto es que hay actuaciones diarias que nos hacen pensar que la realidad es muy diferente. Salimos a la calle temerosos, hablar en las redes se ha vuelto un arma de doble filo, el que piensa distinto es enemigo y eso de que se es inocente hasta que se demuestre lo contrario es un mito en el país. Aunque, entre otras, se justifique la existencia del Estado para garantizar la vida y la libertad, acá no importa si alguien es inocente o no, hay metas tangibles y visibles que hay que cumplir y con los medios de por medio aumenta la presión de culpar y señalar. Pero, después de un ataque, un chisme o un señalamiento, ¿Quién devuelve la dignidad, el buen nombre, el tiempo perdido, su derecho fundamental a ser libre? Ser libre en Colombia pareciera que fuera sinónimo de ser “bruto, ciego y sordomudo” como dice Shakira en una de sus canciones.
P.D. ¡Podrán coartar la libertad física pero nunca la mental!
Columna publicada originalmente en https://elmeridiano.co/