Mejor prevenir que curar

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Bibiana María Guerra De Los Ríos
4 diciembre, 2020 - Hábitat y Desarrollo Urbano

Vista aérea de Mocoa, capital del departamento colombiano del Putumayo, seriamente afectada por el desbordamiento de los ríos Mulato, Sanguyaco y Taruca, en 2017. 

A pesar de que es bien conocida la utilidad de la Gestión del Riesgo, y que siempre es mejor prevenir que lamentar, poco se invierte en este rubro. Cada año en Colombia somos testigos de cómo los desastres naturales (que al parecer no es que sean muy naturales porque el ser humano tiene bastante injerencia) arrasan y acaban con pueblos y comunidades enteras. Ya sea por erupción de volcanes, terremotos, avalanchas, inundaciones y derrumbes, entre otros, presenciamos constantemente sus efectos nefastos. Entonces, ¿si sabemos la cura, por qué no la aplicamos?

La Gestión del Riesgo de Desastres se define como el proceso mediante el cual se identifican, analizan y cuantifican las probabilidades de las pérdidas y las externalidades negativas ocasionadas por los desastres naturales. Adicionalmente, contempla las acciones preventivas y de mitigación para reducir el efecto negativo de este tipo de eventos. Aún cuando en el país contamos con una Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres enfocada según su objetivo y misión más en la acción preventiva que en la reactiva, la verdad es que esta actúa con mayor fuerza después que los desastres ocurren.

 En este sentido, dentro de la normativa de ordenamiento territorial nacional, los entes territoriales están obligados a incluir el enfoque de gestión del riesgo en sus instrumentos de planeación y gestión territorial. Aunque este es el deber ser, la ley es flexible ante este gran reto que desafía la naturaleza. ¿Por qué si hay viviendas ubicadas en las laderas de los ríos o aledañas a volcanes o zonas de alto riesgo, no se realizan acciones más efectivas para desalojar y reubicar a la población? Tal vez políticamente no es rentable, es costoso y, además, también hay un componente socioeconómico y cultural que los pobladores no comprenden.

 Aunque como dice el dicho “la experiencia hace al maestro”, aún falta mucho por aprender y aplicar. En este sentido, vale la pena resaltar el siguiente ejemplo que mezcla la tradición con la gestión del riesgo, respetando la cultura e identidad propia de la región. En La Mojana, en el departamento de Sucre, se inauguraron recientemente 10 centros comunitarios “para reducir la vulnerabilidad a las condiciones extremas climáticas en este territorio”. Lo que sobresale de esta noticia es que la construcción de estos equipamientos multipropósito se adapta a las condiciones de la región, es sostenible y es elaborada con materiales autóctonos y conocimientos propios de la zona. Además, se llevó a cabo un proceso de participación ciudadana vital para la apropiación de este. Este tipo de proyectos se conocen como soluciones basadas en la naturaleza (SbN).

Finalmente, no hay que olvidar que la gestión del riesgo de desastres es un componente obligatorio que debe tenerse en cuenta a la hora de planear el desarrollo espacial de un territorio y, mucho más, de una comunidad. De hecho, hay un Plan Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres 2015-2025 que es la hoja de ruta para actuar respecto a este tema. Dicho marco estratégico define las acciones que tanto a nivel nacional, departamental y municipal, deben realizar los actores civiles, públicos y privados, para cumplir los mandatos planteados. En el país tenemos un sinnúmero de documentos, información e insumos que poco ponemos en práctica y solo sacamos a relucir cuando ocurre una tragedia, cuando actuar es más costoso.