¿Para quién hacemos las ciudades?

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Horacio Urbano
17 julio, 2024 - Derecho a la ciudad

¿Será que hacemos y transformamos las ciudades sin tener claro cuál es el objetivo de semejante esfuerzo? Con base en lo que vemos y vivimos cotidianamente, no suena ni tan obvio, absurdo o trivial, preguntar para quién hacemos las ciudades.

Por Horacio Urbano*

La pregunta puede parecer de lo más obvia, absurda y trivial.

¿Cómo qué para quién hacemos las ciudades? 

¿Pues para quién habríamos de hacerlas?

¿Pues las hacemos para la gente, qué, ¿no?

O a ver, ¿Cómo? ¿Será que en verdad perdimos el rumbo y no tenemos claro para quién las hacemos o tendríamos que hacerlas?

¿Será que hacemos y transformamos las ciudades sin tener claro cuál es el objetivo de semejante esfuerzo?

Visto así, y con base en lo que vemos y vivimos cotidianamente, la verdad es que ya no suena tan obvio, absurdo o trivial, preguntar para quién hacemos las ciudades.

Vamos a ver…

Sobre la base del resultado, podríamos pensar dos cosas: la primera, que elegimos mal los objetivos y que lo que tenemos, en cierta medida, responde a lo que queríamos tener. La segunda, que, aun habiendo planteado el objetivo correcto, lo hicimos mal… muy mal.

Y es que pareciera que en algún punto del camino olvidamos que la esencia de las ciudades está en su gente.

Porque las ciudades no son, o no debieran ser, mera acumulación de calles, edificios y parques, ni solo fríos números que reflejen dinamismo en sus actividades productivas.

No.

Las ciudades son gente que se agrupa pensando que tienen mayores alcances a partir de esa unión.

Gente que se agrupa confiando en que el bienestar común permite elevar el bienestar individual.

Las ciudades son un acto social que surge cuando la gente decide agruparse, para con ello, multiplicar todo tipo de oportunidades y garantizar la viabilidad futura de sus comunidades.

Más nos vale no olvidarlo; el ADN de las ciudades está en la gente.

La gente que la habita, pero también la gente que la usa por trabajo, estudio, o mero tránsito.

La gente…

Y si estamos de acuerdo con esa premisa fundamental, hacemos ciudades para la gente, reconociendo a esa gente como absoluta prioridad, resulta fácil entender que las ciudades deben garantizar condiciones que permitan que su gente sea verdaderamente su gente y pueda vivir en ellas.

Porque si aceptamos que hacemos y transformamos las ciudades teniendo a la gente como prioridad, resulta absurdo que esa gente no tenga acceso a una vivienda y se vea forzado a vivir lejos de sus trabajos, escuelas y redes de apoyo.

Resulta absurdo pensar en una ciudad en que gran parte de “sus habitantes” en realidad sean población flotante que llega todas las mañanas y se va al finalizar el día.

¿Cómo entender una ciudad si sus habitantes la tienen que abandonar porque ya no pueden pagar el costo de vivir en ella?

Por eso hay que replantear los indicadores con que medimos el éxito de nuestras ciudades.

Porque de poco sirve vivir en una ciudad que destaca por su competitividad económica, pero al mismo tiempo niega a sus habitantes la posibilidad de seguir viviendo en ella, y en lugar de eso los obliga a realizar diariamente larguísimos trayectos para trasladarse de sus casas a sus trabajos o escuelas.

No le demos vuelta, una ciudad que hace esto no es una ciudad pensada para la gente; es, por el contrario, una ciudad fallida.

Las ciudades deben hacerse y transformarse pensando en atender las necesidades presentes y futuras de la gente, modelando sistemas integrales, que, sin menoscabo de los objetivos de alcance social, sean también eficientes en cuanto al cumplimiento de objetivos de orden económico, ambiental y urbano.

Porque limitarse a decir que las ciudades son para la gente, sin tener claro cómo alcanzar ese objetivo, no es más que una muy amplia y vulgar puerta de entrada al complejo mundo de la demagogia.

Hacer ciudades para la gente es un concepto simple, pero que implica un enorme trabajo que inicia con la voluntad colectiva de cumplir esa meta.

Porque la eficiencia social de una ciudad está ineludiblemente ligada a la armonización de una compleja red de objetivos que permitan garantizar que esa esencia social sea sostenible.

No. No es simple y no basta con decirlo. 

Hay que fijar los objetivos y modelar sistemas que permitan hacer viable alcanzarlos.

Y ello implica ajustar la forma en que se entiende y ejercen los presupuestos públicos, haciendo mucho más eficientes lo mismo el gasto que la recaudación, buscando siempre que el ejercicio presupuestal, al construir ciudad, construya bienestar social.

Implica reconocer que, si las ciudades son para la gente, las metas de gobierno deben dirigirse a la atención de las necesidades fundamentales de esa gente.

Porque sí, más allá del rollo, la esencia social de las ciudades se construye con políticas públicas, planeación, regulación, inversiones públicas en todo tipo de infraestructuras, adecuados modelos de gobernanza, gobiernos eficientes, y la participación ordenada de sociedad y sector privado.

Y claro, en ese último punto queda mucho por hacer, porque la participación ordenada de sociedad y sector privado son motores indispensables del desarrollo urbano.

Que no se nos olvide, las ciudades son para la gente y no son propiedad de quienes gobiernan, que a veces parecen estar verdaderamente convencidos de lo contrario.

Sumemos voluntades para hacer esas ciudades socialmente justas y sostenibles.

Toca hacerlas…Tomemos con responsabilidad ese reto enorme.