Este documental dirigido por la escritora y documentalista francesa Ovidie, hace evidente la precarización de las personas dedicadas a este trabajo mayormente urbano, a costa de un reducido número de empresarios que tratan de ocultar por todos los medios su perverso oligopolio.
Para hablar de Pornocracy, documental que se puede ver en Netflix, primero es necesario conocer la trayectoria de su directora, Ovidie. Esta ex actriz porno francesa, hoy es escritora, periodista, directora de cine y una ferviente defensora de los derechos de la mujer.
Ovidie ha escrito dos libros sobre el mundo del porno: Porno Manifesto (2002), y In sex we trust: Backstage (2008), y otros ocho libros sobre la sexualidad, el feminismo y el embarazo.
Como cineasta hizo la película Orgie en noir en 2002 y a partir de ahí varias cintas feministas como Histoires de sexe(s) (2009), Infidélité (2011), Liberté sexuelle (2012) o Pulsion (2014). Y todo este conocimiento y experiencia la ha llevado a su más reciente y reconocido trabajo, que explora el mundo sórdido de la pornografía en la era digital: Pornocracy: las nuevas multinacionales del sexo (2017)
El documental muestra cómo el negocio de la pornografía ha cambiado con el paso del tiempo y cómo la nueva era en la que vivimos, dominada por el uso de tecnologías y un modelo capitalista en su máximo nivel, conduce a fenómenos como la piratería digital, con el que la industria se ha visto afectada.
De ahí también que el trabajo de los actores porno haya pasado por distintas fases: desde ser un trabajo vergonzoso y señalado por la sociedad, tener una época de brillo y glamour donde se convirtió en una de las profesiones más cotizadas y hasta la actualidad, donde se ha convertido en uno de los trabajos más devaluados y humillantes.
Y esto porque la aparición de Internet ha supuesto para esta industria su mayor ruina, toda vez que se ha pasado de un esquema de compra y alquiler de películas en VHS o DVD a acceder de forma gratuita e ilimitada a todos los contenidos audiovisuales a través de los conocidos tubes como Pornhub, YouPorn, Redtub o Brazzer. Esto ha llevado a que los pagos a los actores hayan disminuido drásticamente. Y con esa reducción ha aparecido también la precarización, la explotación y la necesidad de hacer videos y escenas más rudas y denigrantes para vender más fácil, en un claro perjuicio para las mujeres, que son generalmente sometidas en estos videos.
Pero aquí aparece quizás el asunto central de este documental y es cómo esa industria digital de los tubes de Internet pertenece a unos pocos empresarios. El primer nombre fuerte que menciona el documental es el de Fabian Thylman, un empresario alemán que fue fundador y socio director del conglomerado de sitios web para adultos Manwin y a quien se le conoce como el Zuckerberg del porno.
Pero luego del seguimiento de algunos medios de comunicación en varios países del mundo a este personaje y los controles de los agentes reguladores a sus empresas, extrañamente ha desaparecido o se ha mimetizado para dar paso a otra cuestionable multinacional, MindGeek, que ha creado un monopolio en este sector, teniendo en sus manos YouPorn, PornHub, RedTube, GayTube y Tube8. Además, también posee los estudios Brazzers, Digital Playground, Reality Kings o Twistys. En conclusión, la industria está en muy pocas manos, que dominan las condiciones para los actores, productores y toda la cadena, pero además evaden impuestos, usan países business-friendly para establecerse y lo peor, parece que su negocio principal no es la pornografía sino el lavado de dinero.
Uno de esos momentos reveladores de este asunto en el documental es cuando muestran la industria de las webcams en Rumania, donde mujeres son explotadas 24 horas al día, siete días a la semana, encerradas en la habitación de una casa para ejercer este trabajo. Bucarest es hoy la ciudad que más webcams tiene en el mundo, compitiendo codo a codo con la ciudad de Medellín en Colombia.
Sin duda, Pornocracy plantea preguntas y reflexiones muy interesantes alrededor de esta industria. Asuntos como la explotación humana y laboral, la violencia de género y sobre todo, la responsabilidad que tiene el usuario como consumidor de pornografía. Por eso la invitación final es a pensar un poco más, si consume porno en Internet, de todo lo que hay detrás de un video de estos que ve. Parece que más que cumplir una supuesta fantasía en pantalla, el usuario está contribuyendo sin saberlo a una red criminal o a un modelo perverso de explotación, en el que no se sabe que tanto consentimiento consciente hay en sus protagonistas.