Mientras las principales ciudades del mundo están recuperando sus ríos, la capital argentina mantiene una deuda pendiente con un afluente histórico sumido en la contaminación.
A la capital argentina le sobran atributos. Incluso, estos, han permitido catalogarla como “La París de América”. Pero en asuntos de ríos que bañan el suelo urbano, mientras París es sinónimo de eficiencia al recuperar la corriente del Sena, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es un ejemplo contrario de cómo deben cohabitar autoridades y habitantes con el río Matanza-Riachuelo, la fuente de agua que junto con el Río de la Plata sirven de límites naturales a la geografía porteña. Es llamado Riachuelo en su desembocadura y Matanza en la mayor parte de su curso.
Y la trágica situación del Matanza-Riachuelo no deja de ser extraña en el entorno de una urbe que es el principal núcleo urbano del país, con un aglomerado urbano (el Gran Buenos Aires) que concentra cerca de catorce millones de habitantes, constituyéndose en la segunda población más grande de Suramérica, de Hispanoamérica y del hemisferio sur, y una de las veinte aglomeraciones urbanas más grandes del mundo.
La extrañeza de tener un río muerto a la vista de todos, causante de graves problemas para la salud humana, animal, el medio ambiente y la sana convivencia, se acrecienta cuando Buenos Aires es reconocida también como una de las capitales de mayor importancia en América, destino turístico internacional por excelencia y situada en los rankings mundiales de calidad de vida en la primera línea de Latinoamérica. Asimismo es exaltada como la ciudad más competitiva de América Latina.
¿Qué es, entonces, lo que impide que la mirada de los porteños y de los argentinos se vuelque de manera asertiva y decidida a impedir que la degradación de estas aguas siga figurando como la corriente más contaminada de Argentina, una de las tres con mayores niveles de polución y podredumbre del planeta, y uno de los problemas ambientales de mayor impacto en el país?
El obstáculo mayor está en la dimensión del esfuerzo persistente y no paliativo que hoy demandaría un proyecto integral y realista de verdadero saneamiento y restauración de derechos, tras décadas y décadas de indolencia colectiva y de diversas acciones de impacto meramente circunstancial y cosmético.
A lo que hay sumarle equivocaciones como las cometidas hace un poco más de dos décadas, cuando —a la luz del debate en Argentina sobre los problemas ambientales y la creación de la Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable de la Nación— de manera ingenua se creyó que en solo mil días podría efectuarse la limpieza definitiva del Matanza-Riachuelo, y cuando los US$250 millones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) simplemente se esfumaron, lo que conllevó a que en vez de soluciones humanas y ambientales, la propuesta derivara en frustración ciudadana, escepticismo generalizado y líos judiciales.
A lo largo de sus 64 kilómetros, esta corriente fluvial conecta a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con los siguientes municipios de la provincia de Buenos Aires: Almirante Brown, Avellaneda, Cañuelas, Esteban Echeverría, Ezeiza, General Las Heras, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Marcos Paz, Merlo, Morón, Presidente Perón y San Vicente. En su cuenca están instaladas un número aún inexacto de industrias, muchas de ellas responsable del desastre ambiental y todas compelidas a apersonarse de un eventual plan de reconversión industrial. Tras el fallo de la Corte Suprema de Justicia que en 2008 obligó a la ejecución perentoria de un programa de saneamiento (mejora de la calidad de vida de los habitantes de la cuenca, recomposición del ambiente en lo referente al agua, el aire y el suelo y la prevención de daños), un censo oficial inmediato habló de 4.100 industrias, pero la organización Greenpeace estima no menos de 30.000. Es bueno señalar que el fallo de la Corte Suprema obliga a los 3 estados a sanear el río: Estado Nacional, la Provincia de Buenos Aires y el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Aunque desde 2006 funciona la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR), y de que a la vera de algunos tramos se han construido barreras anti-inundación y se han llevado a cabo tareas de paisajismo y obras de embellecimiento urbano, las gentes de las municipalidades mencionadas claman para que el Matanza-Riachuelo deje de ser, de forma definitiva: receptor de aguas altamente contaminadas procedentes de los arroyos Cañuelas, Chacón, Morales y Cildáñez; vehículo de transporte de metales pesados como mercurio y cadmio; asentamiento de basurales sin ningún control técnico ni sanitario, y depositario permanente de toneladas de desechos industriales de toda índole y de toneladas de chatarra, muebles desahuciados y materiales inservibles.
Por ello y por otras razones, en esas aguas ennegrecidas, carentes de oxígeno, no hay ni fauna ni flora, y sí mucha indignación (y resignación impuesta por las circunstancias) en quienes se ven obligados a vivir en medio de niveles de contaminación superiores a cuatro veces el máximo establecido por la Organización Mundial de la Salud.
¿Llegará el momento en que a Buenos Aires también se le sume el atributo de haber emparentado con el Sena a su Matanza-Riachuelo y así acoger sin complejo alguno el título de “La Paris de América? El tiempo corre y no se ve posibilidad ni en el horizonte siquiera de este río. Ojalá alguien sea capaz de revertir el pesimismo.