En octubre de 2016, siendo alcalde de Montería, asistí a la cumbre ONU Habitat en Quito (Ecuador), donde tuve el inmenso honor de recibir de manos del entonces Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, el galardón a Montería como una de las diez ciudades con mejores prácticas de sostenibilidad en el mundo, un logro que obtuvimos gracias a una estrategia que años atrás habíamos emprendido de la mano de Findeter y el BID. A mi lado, nueve alcaldes de diferentes continentes recibieron también reconocimientos en nombre de sus ciudades. Una de ellas era Singapur, y recuerdo que esa noche no pude evitar pensar lo mucho que deseaba conocer esa ciudad que había admirado desde la primera vez que leí sobre ella.
A principios de este año, tuve la oportunidad de viajar a Singapur. Cuatro vuelos desde Montería, que sumaron 25 horas, valieron completamente la pena: la ciudad me deslumbró.
Al llegar, me sentí como aquel estudiante con sed de aprender que entra a la clase de su maestro favorito. Soy un turista de los que caminan, me gusta tomar el transporte público en cada ciudad que visito, tomarme un café o una cerveza en cualquier sitio popular y adentrarme en la vida cotidiana del ciudadano local. Es la mejor forma de descubrir las ciudades desde adentro.
Singapur es una ciudad-estado (estado soberano que consta solo de una ciudad y un pequeño territorio circundante), habitada por casi seis millones de personas e independizada de la Federación de Malasia hace tan solo 54 años. Es un archipiélago de 697 kilómetros cuadrados y es uno de los Tigres Asiáticos, junto con Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán. Es el tercer país con mayor renta per cápita del mundo; se ha convertido en un modelo de desarrollo, innovación y tecnología; es epicentro financiero y logístico de Asia, a su puerto llegan 350 barcos diarios, además de contar con uno de los mejores niveles de educación y sanidad a nivel mundial.
Mi primera parada fue el Aeropuerto Internacional de Changi, considerado el mejor del mundo. Es una joya arquitectónica bioclimática, huele a orquídeas y hasta las cintas donde se recoge el equipaje, están decoradas con vegetación de arbustos y flores nativas que le dan un abrebocas al visitante de lo que será su experiencia al llegar a una ciudad Biofílica (que siente un profundo amor por la naturaleza). Antes de salir del aeropuerto, leí un aviso gigante y me entregaron folletos de bolsillo sobre lo que no se puede hacer, ¡de lo prohibido!, con las respectivas penalidades y/o multas para el infractor, que van desde cadena perpetua para el traficante de drogas, hasta 500 dólares por arrojar un chicle o una colilla de cigarrillo al piso.
¡La ciudad es impecable! Les confieso que no conocí el carro recolector de basuras, pero me contaron que pasa una vez a la semana a recoger lo poco que no se recicla.
Después de muchos desastres vividos a lo largo de su historia, en los años 70 la bahía de Singapur era un chiquero, los ríos estaban contaminados y superpoblados de embarcaciones pequeñas, al punto que la ONU lo calificó como un “desastre natural irreversible”. Cuentan que el olor del agua negra era tan penetrante, que parecía un basurero a cielo abierto.
La metamorfosis de la ciudad comenzó en 1959, cuando el Primer Ministro Lee Kuan Yew inició la campaña Keep Singapore Clean (Mantengamos a Singapur Limpia). En ese momento descubrió lo que yo llamo el ADN de las ciudades, y tomó una determinación con alcance de largo plazo: convertir a Singapur en la ciudad más limpia y verde de Asia.
Hoy, la protección y promoción del medio ambiente se ha convertido no solo en una política de Estado, sino también en una consigna ciudadana. Cada elemento del paisaje urbano está en su lugar, las calles y los andenes son amplios y en todas partes hay vegetación espesa, en la que conviven 300 especies de aves y más de 200 especies de mariposas. La naturaleza se ha vuelto una necesidad de supervivencia, una estrategia y también un negocio para los constructores, que ven en ella la posibilidad de seguir ampliando sus proyectos si los combinan con espacios verdes.
Durante los últimos diez años, la Junta Nacional de Parques ha impulsado la ecologización de la ciudad, destinando cerca del 10 % de área total del Singapur a parques y reservas naturales, una ventaja comparativa que ha dado paso al establecimiento de importantes íconos urbanos como Gardens by the Bay (Jardines de la Bahía), un parque de 101 hectáreas en tierras ganadas al mar y Singapore Botanic Gardens (Jardín Botánico de Singapur), el primer y único jardín botánico tropical que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ambos lugares forman parte de las políticas de gobierno para hacer de Singapur una «ciudad dentro de un jardín» y se han convertido en atractivos turísticos en los que se dan cita cientos de miles de visitantes al año, dinamizando la economía a partir de la biodiversidad urbana.
Singapur me sorprendió y sobrepasó todas las expectativas que tenía. Su experiencia exitosa hoy inspira a muchas otras ciudades y es un ejemplo vivo de que, con una visión de largo plazo, construida con disciplina y tenacidad, se puede lograr ser una ciudad modelo y una referencia mundial, incluso en un territorio de iguales condiciones ambientales al nuestro. Nos falta muchísimo, pero tengo la certeza de que el terreno que hemos abonado en Montería en los últimos años, con una visión de largo plazo, va en la dirección que hoy nos exige el planeta.