Una diatriba contra el ascenso de la técnica sin reflexión
De ser una quimera, la inmortalidad ha pasado a ser una obsesión ahora posible para el hombre. Los avances de las NBIC, – Nanotecnologías, Biotecnologías, Tecnologías de la Información y las Ciencias Cognitivas – han acelerado tanto la integración del hombre con la máquina, que hacen prever que en un futuro no muy lejano -no mas de un par de décadas- vía uso de la tecnología, las expectativas de vida de hombres y mujeres aumentarán ostensiblemente, todo un acontecimiento sin precedentes para la humanidad, uno de sus más grandes sueños hecho realidad.
Muchos son los esfuerzos intelectuales y financieros que se están haciendo en algunas ciudades del mundo, apalancadas por los gigantes de las tecnologías, esos que han consolidado a Silicon Valley en Estados Unidos de Norteamérica como un referente de innovación tecnológica, mismos que proyectan en Japón la construcción de la que llaman ya Woven City, una ciudad inteligente con una promesa ambiciosa de ser totalmente sostenible en el corto plazo. Esfuerzos volcados a la búsqueda de la longevidad, ya no por medios naturales como podrían ser acudir a una alimentación sana, a una adecuada higiene mental y una vida alejada del aire contaminado de las urbe, -medios que requieren del juicio, prudencia y algunas renuncias por parte de las personas- sino a través de medios acelerados en contra natura, que incluyen entre otras cosas: bombas alimentadas de fármacos, nootrópicos que mejoran la concentración, aumentan la productividad física y regulan el sueño o en casos extremos el remplazo de piezas frágiles del cuerpo como lo son: el corazón, los pulmones y los riñones, esos que ya son construidos como piezas de lego en las modernas bio-fábricas, y todo esto como lo plantea Mark O´Connell en su texto: Como ser una máquina, “como parte de una rebelión contra la existencia humana, tal como se nos ha dado“.
Si hablamos de inmortalidad, habría de llegar a algunos puntos de encuentro para que la discusión no se convierta una conversación de borrachos. ¿Acaso Platón o Seneca, Shakespeare o Beethoven no son inmortales?, sus genialidades aún son narradas, quizás con muchas mas imprecisiones que aciertos, – pues la historia suele quitar un poco de aquí y aumentar un poco allá-, pero su nombre y legado siguen ahí, a veces vestido de nostalgia y otras de un alivio profundo por su partida. Así dada, la inmortalidad no tiene nada de novedad, pues el verdadero suceso esta en la inmortalidad de las ideas, pero acompasada con la infinitud del cuerpo físico, ese que consume recursos y ocupa espacio, ese que de ser inmortal generaría más caos que bienestar para la humanidad.
Ad portas de abrir la caja de Pandora, -esa que contenía todos los males del mundo-, ya no por las ordenes de Zeus, sino ahora por voluntad propia de los hombres, la humanidad se encuentra frente a grandes preguntas, un par de ellas, -fundamentales- planteadas por Antonio Diéguez en su último texto: Cuerpos inadecuados, “una vez iniciado el camino del biomejoramiento humano, ¿quién se resistirá? Y ¿dónde estarán los límites?”, preguntas a las que podrían sumarse algunas mas de nuestra propia cosecha: ¿las ciudades están preparadas para un desgaste sin precedentes?, ¿acaso como demiurgos lo crearemos todo, no solo hombres inmortales sino también recursos artificiales no perennes?, ¿de dónde saldrán los insumos para crear estos recursos?, ¿podrán estos recursos prescindir del elemento natural, ese que nos fue dado?, y en este último punto vale la aclaración que lo que nos es dado no es una cuestión emanada de las creencias populares, pues como lo advierte Luc Ferry en su texto: La Revolución Transhumanista “cuando se habla de aquello que nos es dado no necesariamente se remite a una autoridad religiosa, sino a una cuestión secular, a un “principio de donación exterior y superior al hombre”.
Quizás, acopiando la prudencia, esa que Aristóteles situaba en el punto medio, se haga necesario escuchar lo que la técnica tiene para decirnos, quizás sea un imperante ralentizarla, lo cual no esta mal, no siempre detener las cosas es un acto de conformismo y desdén, pues a lo mejor en esa acción de detener esté la verdadera clave para poder avanzar como humanidad.