Mejores espacios públicos para la recuperación urbana pospandemia.
La calle de acceso a la Reserva Natural Costanera Sur amaneció marcada con líneas y círculos amarillos, huellas pintadas sobre el asfalto, flechas indicando direcciones, barrotes, no-pase, banderas. Una mesa y dos cajones anunciaban la reapertura de los mercados itinerantes que desde 1990 han estado abasteciendo a los vecinos de Buenos Aires. “La cuarentena por COVID-19 sigue anunciaba el Gobierno de la Ciudad en la prensa- pero las ferias barriales abren”. Por fin un respiro. Más allá de consumir productos de proximidad, la feria del barrio representaba la única oportunidad para los vecinos desconectarse de las redes sociales y acceder, momentáneamente, a dar un paseo por el Parque.
No interesa quitar mérito a las potencialidades que ofrecen las redes sociales y el teletrabajo, pero es un discurso que pertenece a los flujos de información, los espacios públicos funcionan con otra lógica, atados a lo tangible. En la ciudad contemporánea éstos constituyen una red física continua que brinda accesibilidad y conectividad a las distintas piezas urbanas. Esta continuidad depende de relaciones que establecemos entre objetos materiales y personas, vinculándonos por medio de cosas tan simples como círculos en el suelo o tan inmensos como las infraestructuras verdes a lo largo del borde fluvial metropolitano.
A cualquier escala, la calidad de un espacio público consiste en identificar la estrategia adecuada para organizar elementos concretos que, al relacionarse puedan satisfacer nuestras necesidades de recreación, movilidad, participación, asociación, protección, empleo y salud. Los espacios públicos, cuando son de calidad, pueden crear las condiciones necesarias para garantizar la permanencia de la vida colectiva aun en momentos de gran incertidumbre social, dotando a la sociedad en su conjunto de instrumentos requeridos para su resiliencia.
Según muestran algunos estudios cualitativos, tradicionalmente los espacios públicos de nuestra región han sido considerados como espacios de transición entre edificios y no como espacios a habitar. La cualidad de habitabilidad ha estado reservada a las viviendas y oficinas, en tanto son capaces de disponer de las dimensiones espaciales, ambientales y psicológicas apropiadas para el desarrollo de las funciones privadas. Sin embargo, una idea de habitabilidad en el espacio público, por extrapolación, debería estar vinculada a preparar las condiciones adecuadas para el funcionamiento social. ¿Qué implicaciones tienen estos conceptos de habitabilidad y calidad del espacio público de cara a la reactivación urbana post-COVID en América Latina?
Nuestra región es la más desigual del planeta, 1 de cada 3 familias habita en una vivienda inadecuada, que no posee ni las dimensiones, ni las condiciones sanitarias básicas para desarrollar una vida digna y menos aún para cumplir las estrictas normas de distanciamiento social que obliga el COVID. En los asentamientos informales, los espacios públicos se convierten en una extensión de la vivienda precaria, volcando algunas de sus funciones domésticas al exterior, único espacio donde el distanciamiento social es posible. Por otro lado, millones de trabajadores y trabajadoras informales resuelven sus fuentes de ingreso a partir de las condiciones que puedan ofrecerlos espacios públicos para desarrollar sus actividades. En este contexto, los espacios públicos latinoamericanos se convierten también en espacios productivos y en complementos de la vida en el hogar.
Si la recuperación post-COVID-19 puede ser orientada a construir ciudades con mayores niveles de inclusión y productividad, necesariamente esto implica mejorar la habitabilidad de los espacios públicos para su uso por parte de las poblaciones más vulnerables, entendiendo la importancia económica, psicológica y sanitaria de reacomodar funciones básicas que el espacio privado les niega.
A partir de esa feria frente al Parque, podemos reflexionar sobre dos aspectos emergentes que podrían fortalecer las cualidades que necesitan los buenos espacios públicos, quizás a escalas y tiempos distintos a los del urbanismo formal.
En un primer nivel, están las acciones a escala de proximidad que requieren de una mirada estratégica a corto plazo. Al igual que Buenos Aires, algunos gobiernos locales de la región están utilizando la flexibilidad del urbanismo táctico para experimentar con posibles soluciones, a través de la colocación de objetos simples que reconfiguran temporalmente los usos del suelo. Esta tipología de intervención ha ocurrido normalmente a través de iniciativas comunitarias y empresariales consideradas hasta hoy como poco trascendentes. No obstante, ante la amenaza del COVID, muchas autoridades han institucionalizado el urbanismo táctico como instrumento estratégico, pues saben que a través de la prueba y error podrían posibilitarse transformaciones cualitativas de carácter permanente.
En un segundo nivel, está la mirada metropolitana que requiere de una gobernanza territorial efectiva para lograr transformaciones a largo plazo. Los problemas de habitabilidad que hacen vulnerables las zonas más desfavorecidas no siempre encuentran su solución en las proximidades. La provisión de agua y saneamiento, la logística para distribución de alimentos, los grandes equipamientos de salud e incluso la sostenibilidad de los corredores verdes, dependen de acciones que sobrepasan los límites del barrio e incluso de la ciudad que los contiene; requieren de una coordinación política efectiva en el uso de grandes espacios públicos que facilitan la instalación de infraestructuras de servicios, indispensables para mitigar los efectos de la pandemia.
Esta crisis sanitaria ha visibilizado los problemas de segregación y desigualdad que ha enfrentado la ciudad latinoamericana desde sus orígenes. El mismo parque Costanera Sur ha sido durante décadas objeto de grandes disputas relacionadas al uso de suelo de su entorno por diferentes clases sociales, sin embargo, cada miércoles la feria frente al Parque nos ofrece una tregua. Es en estos momentos de crisis cuando el espacio público se convierte en un agente conciliador, mediando tanto a través de esas marcas de pintura en el suelo que generan seguridad y confianza, como de los grandes acuerdos metropolitanos que permiten la continuidad de una vida digna en nuestros barrios.
Artículo publicado originalmente en Blog Visiones de CAF