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“Hay que decirle a la gente que no se puede vivir como lo estamos haciendo»: Iñaki Ábalos

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La resiliencia, la ecología urbana, la figura de ciudad país, la importancia de los centros en las ciudades. Temas que abordamos en esta entrevista con uno de los más prestigiosos arquitectos españoles.

Iñaki Ábalos

Iñaki Ábalos, el arquitecto y catedrático español que hoy orienta el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Harvard (GSD), y en cuyo itinerario de transformaciones y diagnosis urbanas están incluidas buena parte de las principales ciudades de los países latinoamericanos, concibe la ciudad como una casa grande, o una casa vista desde muy cerca, en cuyo espacio nadie está exento de sumarse a la búsqueda colectiva de la convivencia y el bienestar.

“Creo en la casa pragmática que aprovecha los recursos, vive la vida cotidiana y establece relaciones menos trascedentes”. Esta forma de acoger la realidad la aprendió tras declararse “discípulo de Aristóteles”, quien no compartía con Platón aquello de que la filosofía podía dar la felicidad. “Aristóteles se reía de ello, porque decía, básicamente, que a lo que podemos aspirar entre todos, colectivamente, es a unas condiciones de vida que nos permitan tener una vida un poco mejor, una vida decente”.

Este ideal en Iñaki Ábalos –protagonista de la transformación del parque litoral Fórum en Barcelona, y el museo contemporáneo de Zhudai, China, entre otras muchas obras– está presente en el aula ante los alumnos, en el ejercicio de su profesión ante las entidades y gobiernos que requieren sus servicios, y en el día a día de su vida personal.

Pregunta: Profesor Ábalos, ¿qué visión tiene usted de la ciudad latinoamericana?

Respuesta: Por supuesto que aquí aún existen las huellas de lo que fue la presencia de España a partir del momento que se conoce como la colonización. A la postre, esas huellas en las cuadrículas de las ciudades son bastante positivas, porque se ha trasladado al ambiente tropical una forma de usar la ciudad y de vivir el espacio público que es inherente a la cultura mediterránea. Por otra parte, creo que las ciudades latinoamericanas tienen también muy diferentes problemáticas y también otras muy similares, como problemas de periferias y de carestía de infraestructuras. Pero lo que sí no tienen es problemas de clima o de capacidad para generar vida social en el espacio público. Lo que hay que hacer es intentar, dentro de los recursos públicos, corregir los aspectos más deficitarios y así generar una mejor calidad de vida. Al compararlas, luego de vivir en otras latitudes, uno se da cuenta que el nivel de vida es mayor que el nivel económico del que disponen.

P. La resiliencia es una de las características de esta región.

R. Absolutamente. Eso está en la población y en las ciudades. Además, Latinoamérica tiene una gran capacidad de inventiva como lo muestra en la literatura, en la pintura, en el arte y en la cultura urbana. Aquí saben que a grandes problemas grandes soluciones. Eso se nota en casi todas las ciudades.

P. ¿Por qué esa tendencia de los centros urbanos a la degradación permanente?

R. No, no es permanente. Los centros han sido objeto de dos agresiones muy grandes. Una es la facilidad para la especulación urbana y situarse en un territorio más favorable al puro negocio inmobiliario. La otra agresión ha sido ocasionada por el uso del automóvil. La monarquía o la dictadura del automóvil tiene unas escalas y unos radios de giro y unas formas de estar en la ciudad que muestran cómo a los autos les incomoda las estrecheces de la ciudad tradicional. Pero yo creo que la cultura también ha cambiado. Hoy hay muchos jóvenes que no consideran como una meta de su vida tener un coche. Hay cada vez una reivindicación mayor por el transporte público y por el auto alquilado cuando se hace necesario su uso, como por ejemplo un fin de semana para ir al campo. Hoy hay un cambio en los patrones de conducta y eso sigue y sigue cambiando. Hoy mucha gente odia vivir en esos sitios donde la dependencia del coche es tal que si te quedas sin coche es como si fueras un inválido, porque te sientes aislado y sin conexión alguna. La vuelta al centro de la ciudad es un fenómeno que hay que apoyarlo con iniciativas e inversiones públicas, y privadas por supuesto. Y si eso se hace de manera coordinada y hábil, funciona como ha ocurrido en muchas ciudades. El problema es cuando los centros han ido en decadencia y son abandonados definitivamente, que también ha ocurrido. Pero ha sido la resiliencia de las personas lo que ha mantenido la vida en medio del caos. Un centro que he estudiado y que considero es fácil de recuperar es el de la ciudad de Medellín.

Iñaki Ábalos ilustración

P. ¿Las nuevas generaciones son conscientes de la importancia del centro en el desarrollo urbano?

R. De la misma manera que muchos jóvenes no consideran como una meta de su vida tener un coche, las nuevas generaciones saben que vivir en un centro bien equipado es un lujo. Siempre será muy oportuno volver a mirar al centro, porque no solamente es un patrimonio sino un valor económico. No se puede echar por la borda algo donde hay tanto dinero invertido. La recuperación, por supuesto, incluye buenas políticas de transporte público, buenas políticas de espacio público, volver a introducir con inteligencia la vivienda en buenas condiciones, siendo éste uno de los temas más importantes de consultar a todos los colectivos, incluidos los agentes inmobiliarios. No se puede decir que los colectivos sociales es a los únicos que hay que consultar. De  ninguna manera. Un centro se construye y se recupera entre todos: políticos, técnicos, inmobiliarios y agentes sociales. Esta ecuación es simple y difícil, pero cuando hay políticas que lo permiten las cosas fluyen.

P. ¿Qué hacer para que en el futuro los problemas crecientes en las metrópolis no las conviertan en una especie de centros carcelarios?

R. ¡Ufffff! Bueno, yo creo que hay que tender mucho a los valores ecológicos. Los centros tienen que estar rodeados de naturaleza, las ciudades tienen que ser multicéntricas, tienen que ser capaces de maximizar la autonomía de las partes o sea que se pueda vivir en las distintas zonas como si fueran ciudades autónomas. Me explico: que en cada zona, con distintos patrones e identidades, sea posible encontrar una vida plena.

P. ¿Qué retos le está planteando a la arquitectura el cambio climático?

R. Bastantes. Yo diría que también depende de qué zonas estemos explorando y también depende de qué escenarios estemos dibujando. Si estamos dibujando los escenarios que las cimas del clima vislumbran para los años 50, el cambio climático tendrá un efecto relativo. Si no somos optimistas y seguimos polucionando y destruyendo la capa de ozono, tendremos unas consecuencias dramáticas. Yo como arquitecto no puedo asumir esas condiciones dramáticas. Mucha gente dice: hay que trabajar con las peores hipótesis. Pero si trabajamos con las peores hipótesis terminaríamos construyendo refugios atómicos. Yo no quiero ser pesimista. Debemos darnos cuenta todos que las políticas y los comportamientos tienen que cambiar. Por fortuna están cambiando y llegará el momento en que cambien más drásticamente. Como todos los fenómenos sociales, éstos comienzan con una curva suave y hay un momento en que catalizan.

P. ¿Cómo debe ser abordada la transformación del espacio urbano?

R. Uno de los parientes pobres del urbanismo ha sido el paisaje, al que se le ha dado un valor lateral, pero la sensibilidad social ha hecho que poco a poco los profesionales entendamos la imbricación entre lo natural y lo artificial como base de la construcción de la ciudad contemporánea, que también requiere diálogos no banales sino diálogos desde el conocimiento. Y cuando ese diálogo se hace horizontal, constante, sin precondiciones y sin jerarquías funciona bien, si la actitud es buena. Cuando se trabaja así el paisaje y la arquitectura mejoran, se optimizan los recursos y nace una nueva ecología en la ciudad.

P. Usted habla de bienestar amigable.

R. Exacto. No lo digo yo, lo dicen verdaderos expertos: hay que decirle a la gente que no se puede vivir como lo estamos haciendo. Hoy no hay un político en el mundo que nos diga la verdad de lo que supone eliminar realmente toda la contaminación que nos afecta. Se requiere un cambio de actitud vital. Se puede cambiar el concepto de lo que significa tener una buena vida. Y ello ha ido cambiando con el correr de la historia, pero, claro, se necesitan filósofos, divulgadores y también políticos que sean capaces de transmitir eso y hacer las políticas requeridas.

P. ¿Necesariamente el mundo va hacia la ciudad-país?

R. Hay núcleos de ciudades en el mundo que son verdaderos países de ochenta o cien millones de habitantes. Por ejemplo la costa este de Estados Unidos, las grandes ciudades en los deltas de los ríos chinos, Shanghái, Beijín. Eso es producto de unas industrializaciones y de unas políticas que en algunos casos brindan calidad de vida y en otros no. No creo que sea necesariamente malo que haya ciudades de cuarenta millones de habitantes o más. El reto es cómo enfrentar sus demandas y problemas, cómo hacer para que la urbanización no signifique destrucción sistemática, como si fuera un monstruo que va destrozando todo lo que encuentra a su paso. Eso es un reto pero hay estrategias. Singapur es una gran ciudad con un clima infernal por cierto, pero sus políticas medioambientales son las más exigentes y han conseguido ofrecer una ciudad interesante y atractiva. Están innovando constantemente. Digamos que la capacidad inventiva y tecnológica es muy grande, pero nos falta en alguna medida tomar decisiones a la escala de los problemas.

P. ¿Qué es para usted el centro de una ciudad?

R. Para mí el centro es el lugar en el que todos identificamos cómo es la ciudad, cómo es su cultura, cómo se vive el espacio público, cómo se socializa y, por lo tanto, es mucho más que un monumento: es un valor cultural y económico de primer orden.

P. Hoy, usted está elaborando una diagnosis sobre el centro de Medellín, ciudad que ha hecho diferentes intentos fallidos por recuperar ese espacio del caos permanente. ¿Por qué la acción que usted ahora lidera sí resultará fructífera?

R. No existe una varita mágica para ello. Hay que ser muy positivos. El centro no es sólo la memoria histórica, no es sólo la vivencia de la ciudad, es también un patrimonio que tiene un valor económico incalculable. Una ciudad como ésta no puede tirar por la borda ese valor. Tiene que incrementarlo. Vivir en el centro de la ciudad es un lujo enorme para aquél que sepa vivirlo y para aquéllas entidades que saben cuidarlo. Madrid, para los estándares europeos, no es una ciudad monumental que tenga un edificio patrimonial en cada esquina y sin embargo ha recuperado su centro de una forma ejemplar, atendiendo sus problemas y atendiendo las demandas de los sectores de la población que pueden vivir en el centro y tener un beneficio. Con respecto a Medellín, no hay que minusvalorar nunca lo que tiene. Es una ciudad espléndida con una energía y una vitalidad que las envidia el mundo entero. No es conveniente que uno se la pase relamiéndose las heridas. Medellín tiene una vitalidad increíble que empuja hacia adelante, lo vemos desde afuera y lo sienten ustedes también. La idea es aprovechar sus características como el clima, la biodiversidad, entre otras, para mejorar el espacio público y la calidad de vida de las personas».

IÑAKI ÁBALOS

Ex profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, ETSAM, donde se tituló en 1978.

Se doctoró en 1991 en la ETSAM y enseguida accedió al rango de profesor titular del Departamento de Proyectos Arquitectónicos.

Con Juan Herreros fundó el estudio Ábalos & Herreros, que acometió proyectos como el Estudio de Luis Gordillo, el Pabellón de Gimnasia del Parque del Retiro, el Parque Litoral Forum, la Torre Woermann en Las Palmas de Gran Canaria.

Además de dirigir hoy el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Harvard (GSD), orienta su nueva empresa Ábalos+Sentkiewicz, fundada con Renata Sentkiewicz.

En 2014 fue nombrado comisario del Pabellón de España de la Bienal de Arquitectura de Venecia.