Con cariño para Louise David, de quien mucho he aprendido del concepto regeneración urbana…
Ni hablar, los daños que dejó en la Ciudad de México el terremoto del 19 de septiembre inevitablemente implican reconstruir lo que se cayó o tuvo afectaciones de carácter definitivo.
Y sin embargo, aun a pesar de que ya se han presentado programas de carácter federal y local dirigidos a esa reconstrucción, mal haríamos en pensar solo en volver a pegar ladrillos sin entender las implicaciones y oportunidades de carácter social, emotivo, económico y urbano, que nos abre esta necesidad de volver a hacer.
Porque no se trata solo de voltear a ver las cicatrices para pensar en una pomadita mágica que las haga desaparecer… Se trata de entender esta tragedia como el posible y necesario detonante de un proceso de reinvención de la ciudad.
Por eso es tan necesario que los programas de reconstrucción vengan acompañados y complementados por al menos otros dos programas; uno de regeneración urbana que permita suturar el tejido social que rompió el terremoto, y otro emergente de vivienda y desarrollo urbano, que abra una posibilidad real, más allá de los discursos, de usar el suelo como parte de la solución.
Porque debe quedar muy claro que de nada servirán los recursos destinados a reconstrucción, si al mismo tiempo no se atienden las ya mencionadas cicatrices y no se genera oferta habitacional que atienda la nueva demanda emergente, equilibrando mercados y generando opciones con base en las necesidades y posibilidades de la gente.
Y es que hay que considerar que si bien hay miles de familias, negocios e instituciones que fueron afectados en forma directa por el terremoto, hay otros que buscarán cambiarse de zona, sea por miedo o porque tendrán que responder a las implicaciones que en forma indirecta habrá de generar el sismo.
¿Qué va a pasar con la gente que perdió su casa? ¿Querrán o podrán comprar o rentar una vivienda en el mismo barrio?
¿Qué va a pasar con quienes serán incapaces de seguir viviendo en zonas que fueron protagonistas de la tragedia? ¿Qué van a hacer, por ejemplo, quienes vivían, trabajaban o tenían sus negocios al lado del muy tristemente célebre Colegio Enrique Rebsamen o del edificio de Álvaro Obregón 286?
Por eso hay que apostar no por la reconstrucción, sino por la regeneración urbana… Por eso reconstruir no será suficiente, si no se hace de la mano de un plan emergente de vivienda y desarrollo urbano, que sea punto de partida en la modelación de una nueva forma de entender la ciudad… Una nueva forma que contemple planeación y regulación con horizontes de auténtico largo plazo.
Hay que entender que el golpe que sufrió la Ciudad de México fue tan contundente que resulta absurdo combatirlo con aspirinas.
Se requiere una solución de fondo, partiendo de un proyecto encaminado a atender esta emergencia, pero tomando el próximo proceso electoral como base firme para conformar un nuevo proyecto de ciudad.
No hay de otra… No se trata de parchar, sino de volver a imaginar la ciudad y de trabajar muy duro y seriamente para que estos sueños terminen siendo realidad.