El trabajo de un biólogo colombiano narra y analiza las ideas que llevaron a importar determinadas especies de árboles de Europa a ciudades latinoamericanas en el siglo XIX, los errores y aciertos de esa práctica y cómo esa historia puede ser útil para muchas ciudades que en la actualidad tienen la intención de reverdecer.
Los trabajos de maestría y doctorado del biólogo y botánico colombiano Diego Alejandro Molina Franco, sobre las transformaciones que generaron la siembra de árboles de especies europeas en las ciudades de Medellín y Bogotá (Colombia), desde finales del siglo XIX y hasta la mitad del XX; pueden ser útiles en la actualidad para tomar las decisiones correctas dentro de la relación árboles – ciudad.
Así lo piensa el autor de ‘Los árboles se toman la ciudad: proceso de modernización y transformación del paisaje de Medellín 1890- 1950’ y quien en la actualidad adelanta su trabajo de doctorado en la Universidad de Reading, en Inglaterra, proceso investigativo e histórico en esta ocasión sobre la ciudad de Bogotá.
“Bueno lo que buscaba el primer libro es trazar la historia de por qué en las ciudades se sembraron árboles, particularmente en Medellín por qué se sembraron el tipo de árboles que se sembraron. Entonces lo que hago es contar la historia sobre las personas que trajeron los árboles a la ciudad, que básicamente eran de la élite y las ideas también que estaban detrás de sembrarlos: según esas ideas del siglo XIX, de la medicina del siglo XIX, las ciudades como Medellín, de tierra caliente, eran ciudades malsanas que no ayudaba al progreso ni a la civilización”, resume el investigador y autor.
Por esa razón, comerciantes y doctores ricos de la época, importaron de Europa especies para tratar de higienizar la ciudad con base en el modelo de las ciudades europeas con plazas y parques; por lo que Molina aborda no solo su análisis sobre ese proceso sino acerca de cómo funcionaron las especies importadas.
“Fue un proceso de ensayo y error. Medellín en esa época era de potreros y algunos cultivos y lo que se sembró fue lo que la gente conocía que daba sombra o que tenía un porte grande. Fueron entonces los primeros árboles en llegar, las ceibas (Ceiba pentandra) y al principio esos árboles no presentaron problema pero cuando llegaron los autos, las calles, los postes de la electricidad y todo el desarrollo urbano pues estos árboles empezaron a ser problemáticos al levantar sus raíces el pavimento, daños en el cableado eléctrico, etc”, explicó el autor.
Molina habló también del caso de especies como las palmas reales de Cuba que, como fueron un icono en la ciudad de Río de Janeiro, en su Jardín Botánico, las trajeron, pero que después se dieron cuenta que sus hojas de más de tres metros caían sobre la gente y el cableado de la electricidad.
Ahora, mientras realiza sus estudios de doctorado en la ciudad de Reading, Molina busca las razones de por qué Bogotá fue transformada por especies como los eucaliptos, especialmente en sectores tan importantes como los Cerros Orientales que enmarcan la ciudad.
“Bogotá es una ciudad muy compleja, con una historia increíble, y por ello busco las ideas de progreso para sembrar los primeros parques y por qué le dimos la espalda a la flora nativa -tanto en Bogotá como en Medellín-y cambiarla por flora inglesa”, explicó.
Al interrogar a Molina sobre el aporte de estas investigaciones a las problemáticas actuales que padecen las ciudades como las islas de calor, la necesidad de mitigar los impactos de la contaminación, los efectos de las especies en su paisaje y estructura; el experto indicó que la historia es una herramienta de decisión.
“Una perspectiva histórica nos puede brindar herramientas para saber si de verdad los árboles son tan, tan buenos como se presentan o quizás no sean tan buenos como se empieza a pensar ahora en algunas ciudades tan encañonadas como Medellín que hablan de que árboles muy grandes encapsulan o hacen una especie de bóveda donde se queda el dióxido de carbono emitido por el parque vehicular”, explicó Molina Franco.
El candidato a Doctor explicó que esas miradas críticas deben ser construidas por equipos multidisciplinarios que incluso tengan en cuenta a los dueños de la propiedad privada, los capitalistas, quienes manejan el suelo urbano.
En ese sentido expresó que la relación árbol – ciudad no puede ser vista únicamente por botánicos o biólogos sino que debe ser vista desde el punto de vista político, social, y claro ecológico.
“Necesitamos que la gente piense como ganarle espacio a los especuladores del suelo urbano y que empiece a apreciar el verde urbano no solamente como árboles y no como organismos distintos los unos de los otros”, concluyó.