266 ciudades del mundo, con una población menor de 50 000 habitantes, se han sumado lentamente a una red global que promueve una vida menos agitada para sus ciudadanos y ligada a los conceptos de desarrollo sostenible. ¿Podrían las grandes ciudades adoptar este modelo?
¿Está cansado de levantarse todos los días más temprano y acostarse más tarde? ¿Es de aquellos que desayuna o come a la carrera o incluso en el automóvil? ¿Solo ve sus hijos dormidos cuando llega a casa o no tiene hijos? ¿Tiene 3 o 4 vacaciones acumuladas en la empresa? ¿Su mamá los llama para decirles: “Mi amor, ¿cuándo vas a venir?”? Si contesta afirmativamente a tres de estas preguntas, usted es un “workaholic” (adicto al trabajo) y definitivamente debe saber, por su propio bien, que existe en el mundo el movimiento Slow.
Esta tendencia nació primero como una cruzada contra la comida rápida. El periodista, sociólogo y gastrónomo Carlo Petrini fundó en 1986, en la ciudad italiana de Bra, el movimiento Slow Food, el cual se presentó como oposición al Fast Food o comida chatarra. El Slow Food, según sus creadores, es el eslabón entre la ética y el placer. Para ellos “exalta la diferencia de sabores, la producción alimentaria artesanal, la pequeña agricultura y las técnicas de pesca y de ganadería sostenibles”
Pero el movimiento gastronómico también asumió la batalla contra del afán que caracteriza nuestro tiempo, ese empeño ya obsesivo por hacer todo rápido. El Slow movement como contrapeso al vértigo y a la competitividad. Con él se entiende que la economía y la tecnología han terminado por esclavizar al hombre y lo han llevado a actuar como una máquina, que tiene que vivir rápido para estar en sintonía con el progreso, la productividad y la eficiencia en todos los órdenes. Como señaló el periodista y escritor canadiense Carl Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud (In Praise of Slowness), es verdaderamente urgente el equilibrio.
Slow city: cambio de paradigma
Paolo Saturnini, alcalde de Greve in Chianti (Italia) de 1990 a 2004, es recordado en el mundo por ser el primer gobernante en tener la idea de insertar la cultura «Slow» como una práctica de gobierno local, inspirado por supuesto, en Carlo Petrini y su Slow Food.
Saturnini propuso a otros tres alcaldes italianos crear Cittaslow. Fue así como el 15 de octubre de 1999 en Orvieto nació esta asociación que crea una discontinuidad en el concepto mismo de autogobierno de las pequeñas municipalidades.
Actualmente 266 ciudades en 30 países hacen parte de la Red Global de Slow Cities. En ellas sus gobernantes han debido asumir el compromiso de hacer más tranquila y armónica la vida de sus habitantes. Para ello se ha incentivado la seguridad alimentaria y la compra local, los horarios de atención al público en las dependencias gubernamentales han sido modificados para comodidad de los ciudadanos, el transporte público no contaminante se ha convertido en una prioridad, el incremento y cuidado de las zonas verdes ha sido permanente y se organizan actividades culturales que privilegian el buen vivir.
La filosofía urbana de la Slow City
En una Slow City el buen vivir significa tener la oportunidad de disfrutar de soluciones y servicios que permitan a los ciudadanos vivir su ciudad de una manera fácil y agradable.
Por ello en aquellas ciudades que están en la red global se promueve el uso de tecnología orientada a mejorar la calidad del medio ambiente y del tejido urbano, y además la salvaguarda de la producción de alimentos y gastronomía local que contribuye al carácter y esencia de cada ciudad.
Además, la red de Slow Cities busca promover el diálogo y la comunicación entre productores y consumidores locales. Con las ideas generales de la conservación del medio ambiente, la promoción del desarrollo sostenible y la mejora de la vida urbana, Slow Cities ofrece incentivos a la producción de alimentos utilizando técnicas naturales y respetuosas con el medio ambiente.
En la actualidad solo pueden postularse aquellas ciudades con menos de 50 000 habitantes.
¿Puede escalarse el movimiento Slow a las grandes ciudades?
Para muchos suena complejo aplicar un modelo urbano como el de Slow City en las grandes ciudades, pero sin duda, el gran urbanismo debe plantearse cómo hacerlo. En la reciente propuesta hecha por el urbanista y experto en ciudades inteligentes, Carlos Moreno, de la Ciudad de los 15 minutos, que fue presentado por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, hay muchos elementos que coinciden con el espíritu de la Ciudad Lenta.
Como bien lo explica Moreno “La proposición está basada esencialmente en la revitalización de los servicios de cortas distancias, 15 minutos en movilidad activa (a pie o en bici) basada en cuatro criterios: redescubrir todos los recursos de proximidad, utilizar los metros cuadrados existentes más y mejor, darle a cada lugar múltiples usos y reapropiarse del espacio público para hacer de él, lugares de encuentro, de vida. Elegí el cuarto de hora como un elemento estructurante, un tiempo que da serenidad. Se trata de utilizar los metro cuadrados existentes mucho más y mejor y hacer que un lugar tenga varios usos”.
Ambas corrientes coinciden en un asunto clave: no se trata realmente de ciudades lentas sino de ciudades conscientes, de un fuerte arraigo local, respeto por la naturaleza y fundamentadas en mantener la calidad en todas sus manifestaciones. Son centros urbanos verdaderamente a escala humana.