Las ciudades de América Latina y el Caribe están cambiando y lideran la transformación de la región. Si continúan las tendencias demográficas actuales, para 2050 más del 86 por ciento de la población de la región vivirá en ciudades (ONU, 2018). Aunque las diez ciudades más grandes de la región albergan a uno de cada cuatro hogares, las ciudades medianas de rápido crecimiento son cada vez más importantes (Jedwab et al., 2015). Además, la migración del campo a la ciudad está siendo eclipsada gradualmente por la migración de la ciudad a la ciudad, y más de la mitad de todos los migrantes urbanos provienen de otras ciudades (Bernard et al., 2017).
En cuanto a otras características urbanas, el 80 por ciento de las ciudades de la región tienen densidades superiores al promedio mundial de 1.500 personas por kilómetro cuadrado (Ferreira y Roberts, 2018); sin embargo, se están expandiendo y su consumo de recursos naturales y tierras rurales está aumentando (Hasse y Lathrop, 2003). Cada vez más, la gobernanza urbana requiere un mayor enfoque en las áreas metropolitanas que se expanden en muchos municipios que comparten un único mercado laboral e identidad cultural.
Las ciudades de la región tienen un enorme potencial para sacar a las personas de la pobreza, aumentar la productividad y cambiar los patrones de consumo para proteger el medio ambiente. Aunque las ciudades suelen ser los epicentros de las crisis, como en la actual pandemia del COVID-19, también tienen las herramientas para resolverlas. Para promover ciudades justas, sostenibles y productivas, es necesario superar los siguientes cuatro grandes desafíos.
- Exclusión social estructural
La desigualdad en las ciudades es persistente y profunda; las principales ciudades de muchos países experimentan una mayor desigualdad que en el resto del país, y la desigualdad en algunas ciudades aumenta a medida que disminuye el número de personas que viven en la pobreza (ONU Habitat, 2016). La probabilidad de vivir en un vecindario informal o desatendido depende del origen étnico, el lugar de nacimiento y otras características que escapan al control de las personas. Las ciudades de la región no cuentan con suficiente suministro de espacios verdes públicos seguros, y la distribución y la calidad son desiguales. Las brechas en la prestación de servicios urbanos afectan particularmente a mujeres, niños, ancianos y personas con discapacidades, que representan aproximadamente dos tercios de los residentes de una ciudad (Libertun et al., 2020).
- Contaminación excesiva y baja mitigación y resiliencia climáticas
Las ciudades pueden reducir las emisiones y mejorar la calidad de vida transformando sus planes urbanos, el entorno construido y el uso de energía. La región ha logrado algunos avances en la incorporación de tecnologías de ahorro de agua y energía en la vivienda, pero queda mucho por hacer para reducir la huella ambiental de las ciudades.
Por otro lado, la contaminación tiene efectos adversos graves sobre la salud humana. Las principales causas de la contaminación del aire son la creciente motorización, el transporte público limitado y las regulaciones obsoletas. La contaminación del agua es causada por la descarga de aguas residuales no tratadas en cuerpos de agua y la eliminación de desechos sólidos en vertederos abiertos, lo que contamina el suelo y el agua.
Además, las ciudades sufren altos niveles de contaminación acústica, lo que genera problemas de salud y baja los precios inmobiliarios. Las ciudades de la región son muy vulnerables a los desastres provocados por las amenazas naturales y el cambio climático. Los vecindarios informales son particularmente vulnerables a las inundaciones repentinas y muchas ciudades grandes enfrentan serios desafíos en la gestión del agua. Los impactos climáticos directos e indirectos incluyen costos económicos, los riesgos de perder una biodiversidad incomparable, altos niveles de contaminación y brechas en la gestión de los recursos naturales.
- El estancamiento de la productividad urbana
La productividad de la región depende, en gran medida, de un puñado de ciudades, lo que plantea el riesgo de que los choques económicos en estas ciudades puedan desestabilizar toda la economía de la región. La escasa infraestructura entre las ciudades y dentro de ellas socava la productividad. Además, las regulaciones municipales engorrosas aumentan los costos para los pequeños empresarios y contribuyen a la persistencia de la informalidad laboral. Además, las ciudades de la región no aprovechan al máximo las oportunidades que brinda la innovación en el entorno construido para aumentar la productividad urbana (MGI, 2017).
- Gobernanza urbana débil
Las instituciones de la región para la gobernanza urbana tienen una capacidad limitada para abordar los problemas complejos e interdisciplinarios que enfrentan. La mayoría de los gobiernos municipales tienen una autonomía fiscal limitada, recursos humanos y financieros insuficientes y poco acceso a datos y tecnología.
El camino hacia adelante
La falta de acuerdos institucionales sólidos y de coordinación entre las ciudades, y entre las ciudades y los gobiernos nacionales, disminuye la eficacia de las respuestas de emergencia a todas las formas de desastres (p. ej. salud, peligros naturales y cambio climático). Si bien la participación de la comunidad es fundamental para la sostenibilidad social y fiscal a largo plazo de los proyectos, la participación ciudadana en las ciudades de la región es bastante baja. Además, el liderazgo urbano todavía está atrasado en términos de uso de tecnologías digitales para establecer un diálogo abierto con los residentes.
Para beneficiarse plenamente del alcance de la urbanización, los gobiernos nacionales y subnacionales de la región deben trabajar de manera proactiva para mejorar el desempeño de las ciudades. Para apoyar este objetivo, el nuevo Marco Sectorial del BID sobre Vivienda y Desarrollo Urbano recomienda políticas y programas para que las ciudades: a) superen la exclusión social estructural mejorando los barrios marginales e informales, apoyando el acceso a una vivienda adecuada y ampliando los espacios públicos seguros para todos; b) reduzcan la degradación ambiental e impulsen la mitigación y la resiliencia climáticas mediante la reducción de la contaminación del aire, el agua, el suelo y el ruido, incorporando el objetivo de emisiones netas cero en las áreas urbanas y promoviendo la resiliencia ante desastres y cambio climático; c) impulsen la productividad urbana apoyando la infraestructura urbana integral, racionalizando las regulaciones urbanas y promoviendo la innovación en el entorno construido; y d) promuevan la buena gobernanza urbana fortaleciendo la gestión fiscal y de datos, mejorando la coordinación entre instituciones y fomentando la participación ciudadana.
La buena noticia es que estos objetivos son alcanzables. Nuestras ciudades deben seguir explorando el poder de las asociaciones público-privadas y experimentar con nuevas soluciones urbanas lideradas por ciudadanos, ONG, academia y planificadores urbanos. La transformación positiva de las ciudades nos recuerda que, incluso frente a los obstáculos, los mayores desafíos de nuestras ciudades pueden superarse con nuestra voluntad e imaginación colectivas.
Columna publicada originalmente en Blog del BID