¿Por qué tenemos que salir a la calle sin aretes, relojes o anillos? ¿Por qué no podemos, en la calle o en nuestros carros, usar el celular? ¿Por qué no podemos caminar de manera tranquila, sin estar fijándonos quién viene atrás? ¿Por qué nos hemos acostumbrado y hemos normalizado lo que no está bien? ¿Por qué para las mujeres es tan complicado coger un taxi o caminar en la madrugada? ¿Por qué vivimos con miedo tratando de sobrevivir y no de vivir? Constantemente me hago estas preguntas porque no hay un día que pase sin escuchar que alguien ha sido agredido o asesinado por cuenta de un atraco en el país. Cuestiono por qué nuestro entorno social y de convivencia no funciona si en otras ciudades alrededor del mundo se puede salir con toda la tranquilidad, sin miedo y disfrutando de los bienes que con esfuerzo hemos logrado conseguir.
Para quienes hemos vivido en el exterior es frustrante regresar y tener que acostumbrarnos a una situación de intranquilidad frecuente. La inseguridad en Colombia, y en especial en Bogotá, ha llegado a niveles alarmantes. Si bien nos decían que el tema era cuestión de percepción, lo cierto es que las cifras no mienten. Según la Secretaría de Seguridad de Bogotá, en junio del presente año la mayoría de los delitos aumentaron, siendo el hurto de motos (40 %), hurto de celulares (16 %) y ataques con lesiones personales (37 %) los que más crecieron en la capital del país durante los últimos 6 meses. También crecieron, en menor medida, los hurtos a personas, el robo de carros y los homicidios. Según cifras oficiales, cada hora once personas son agredidas en Bogotá. Tan negro es el panorama que en la última semana he escuchado testimonios de parejas jóvenes que sacrificarían comodidad por seguridad, que tienen miedo de que sus hijos crezcan en este contexto y que si llegara a salir alguna oportunidad laboral en el extranjero no lo pensarían dos veces para migrar.
El gran interrogante es qué hacer para evitar estos eventos. En lo particular, no creo que el aumento de pie de fuerza sea la única solución o la más adecuada para hacerle frente a las altas cifras de inseguridad. Es imposible que cada uno de los casi 50 millones de colombianos tenga un policía detrás. En el país hay problemas de fondo, problemas estructurales que se deben atacar primero como la pobreza, la desigualdad y el desempleo. Por otro lado, denunciar es toda una odisea, una misión imposible que no ofrece incentivos para hacerlo. Además, las sanciones no son ejemplares, los delincuentes salen pronto y muchos reinciden. Aparte de necesitar instituciones fuertes, requerimos de una cultura ciudadana que nos permita ponernos en los zapatos del otro y dejar de ser el vivo y aprovecharse del bobo. Es muy triste reconocer que en Colombia tratamos de sobrevivir y no de vivir. Llegar a la casa en la noche es un acto de suerte, cada nuevo día se ha convertido en un reto de subsistencia.